viernes. 29.03.2024

Clubs de lectura

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La literatura es un arte marginal, su oficio casi un acto de fe

Me gustaría decir que están de moda, pero supongo que eso sería un exceso de optimismo. Lo cierto es que proliferan entre los socios de las bibliotecas municipales, impulsados por el buen hacer de bibliotecarios a los que les gusta su trabajo y todavía conservan un entusiasmo casi legendario por el mundo de las palabras y de los libros, y entre los clientes de pequeñas librerías de barrio que, en los últimos tiempos, han vuelto a recuperar el pulso cultural de la ciudad. Librerías que fueron desapareciendo en aquellos años de especulación masiva, años de crecimiento económico y empequeñecimiento cultural, donde hubo tanta confusión entre arte y espectacularidad, entre apariencia e inteligencia, años monumentales y generosísimos con los espabilados de siempre. La crisis posterior terminó por arrasar con lo que a duras penas había quedado en pie.

La literatura es un arte marginal, su oficio casi un acto de fe. Sin embargo, ellos están ahí, a nuestro alrededor. Personas como nosotros, con una vida pesadamente normal a sus espaldas, con las mismas rozaduras que la realidad nos va dejando a todos bajo la piel. Son la resistencia, auténticos partisanos de la literatura, mujeres y hombres que atraviesan la ciudad helada con un libro oculto en el bolsillo de su abrigo; personas solitarias que leen en los bancos de los parques, en su asiento del tren o del autobús, sin levantar la mirada hacia la pantalla que entretiene al resto de pasajeros; bebedores de café o cerveza o vino en una mesa de un bar atestado de conversaciones y música y el televisor omnipresente, recogidos sobre su libro, tratando de aprovechar la escasa luz que les permite desentenderse de cuanto les rodea y sumergirse en ese otro mundo de palabras. Son como una organización clandestina y, algunos de ellos, cada semana o cada mes, el día señalado, se dirigen a su punto de encuentro, donde tendrá lugar una nueva reunión.

Tuve la suerte de asistir hace poco a una de ellas, en la librería Moito Conto de A Coruña. Fue emocionante encontrarme entre aquellos guerrilleros. Las palabras silbaban a mi alrededor, algunas tan certeras que fue un placer recibir cada impacto. La literatura seguirá viva mientras haya lectores tan entusiastas como los que yo me encontré en Moito Conto, libreras como ellas, capaces de transmitir su amor por los libros en todo lo que hacen; y ese grito de guerra suyo: ¡larga vida a los clubs de lectura!

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