jueves. 18.04.2024

Los modernos opios del pueblo: emprender, consumir, libertad de elegir

Las aportaciones solidarias, el mantenimiento de derechos colectivos de las clases trabajadoras, las políticas públicas que garantizan equidad y dignidad alejadas de la caridad o el abandono, contribuyen al desarrollo humano y social responsabilizando colectivamente sobre las decisiones o los resultados

Desde demasiadas tribunas especializadas o incluso tertulianas existen unos machacones mensajes que alimentan mitos neoliberales, altamente perniciosos para el desarrollo humano. Demasiados logros de la humanidad están siendo individualizados y ensalzados como éxitos personales, la subjetividad elevada a verdad absoluta. Y por otro lado, el éxito fácil, la diversión como objetivo único, el modelo de consumo instantáneo, sin dilaciones, la oferta al instante y personalizada.

Nada más lejos de mi intención que negar las aportaciones geniales de determinadas personas a la ciencia o las invenciones que favorecen el progreso de la humanidad, ni tampoco la pretensión de sostener un colectivismo retrógrado. Pero, la esencia de los logros se reivindican como propios de una especie, social por naturaleza, o de lo contrario estaríamos a merced de las voluntades individuales de algunas mentes geniales. Por ejemplo, considerar el trabajo humano como realización subjetiva para promover la figura del emprendedor o emprendedora, significa considera un ser humano sin historia, donde desaparece el valor social del trabajo y cobra máxima importancia la capacidad de dedicación, las ideas innovadoras, en la idea suprema de ser empresario/a de sí mismo (¿auto explotación?).

Todo aparece como de primera generación, como si no existiera un pasado colectivo de desarrollo, creación, investigación, cuando en la mayoría de los casos el autoempleo es el resultado de la ausencia de proyectos empresariales que necesiten de la cualificación profesional que pueden ofrecer, sobre todo, las personas jóvenes. El modelo a seguir es el de Silicon Valley, a pesar de la mortandad mayúscula de las empresas en España. Se vende la supuesta libertad de ser jefe de sí mismo, cuando los sacrificios de los autónomos/as están a la orden del día o cuando los trabajos para las plataformas digitales ya son considerados esclavitud.

Se instaura un poderoso impulso hacia el individualismo en casi todas las acciones de algunas políticas económicas, sociales y educativas. Intencionadamente por parte de las organizaciones que promueven el neoliberalismo, pero también de forma involuntaria por parte de instituciones o entidades que no lo profesan. Porque la sociedad en su conjunto reproduce esa ideología, que estos momentos es hegemónica (para no olvidar a Gramsci), como mínimo dominante (si se quisiera emular a Althusser), sin duda mayoritaria en las instituciones que ejercen una pertinaz influencia sobre la ciudadanía. (Ver publicidad: “hago lo que me da la gana”).

Aunque existen resistencias por parte de algunas organizaciones, como los sindicatos, asociaciones, cooperativas, entidades sin fines de lucro, etc. que por consiguiente se transforman en los principales enemigos a batir. Los intereses colectivos significan derechos a conquistar o a defender, no se aceptan las soluciones privadas del “sálvese quien pueda” típicas del cheque escolar, la capitalización individual para la jubilación, el seguro sanitario privado, o quien contamina paga. Esas son las soluciones neoliberales predominantes en la derecha española y europea, que no cejarán en el intento de debilitar el Estado del Bienestar en favor de la famosa eficacia del mercado.

Las aportaciones solidarias, el mantenimiento de derechos colectivos de las clases trabajadoras, las políticas públicas que garantizan equidad y dignidad alejadas de la caridad o el abandono, contribuyen al desarrollo humano y social responsabilizando colectivamente sobre las decisiones o los resultados. Pero no se reproducen estos valores en los medios de comunicación, ni siquiera en la educación formal si las leyes son como la LOMCE. Se cae en múltiples formas de responsabilización subjetiva desde los logros académicos hasta la famosa empleabilidad, desde culpabilizar a personas concretas por fallos organizativos estructurales hasta generalizar ataques sin diferenciar los orígenes de determinadas situaciones sociales o laborales (como accidentes de trabajo).

Pero el verdadero origen de la responsabilidad individual proviene de aceptar como valor absoluto la libertad de elección. El máximo lema neoliberal que seduce, sobre todo, a las clases medias. Ejemplo reciente la defensa de la maternidad subrogada como libertad de elección de las mujeres. Es la fundamentación de Ciudadanos, que ejerce su neoliberalismo en todos los terrenos, intentando tachar de retrógrada la oposición a su legalización. Como si las mujeres pobres tuvieran alguna oportunidad de elegir, pero además planteando el tema como un derecho individual a tener descendencia (si escarbamos un poco llegamos a la selección genética). Si no vivo en otro mundo creo que ese derecho no existe, sin embargo, habría que recordarles algunos artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que jamás invocan: el 13, el 14 y para un mejor desarrollo humano y social el 23.

Con un modelo económico más desregulador que de intervención, cuando sus intereses no discurren por los caminos esperados, acaban pidiendo la acción de las políticas públicas. Por ejemplo, solicitando incentivos para el emprendimiento, la creación de empresas “innovadoras”, otro mantra que encubre las cifras del desempleo o el empleo esclavo fraudulento que va generalizándose poco a poco. Muchas veces se encubre con estupendas máximas de modernidad tecnológica, que en el fondo sobrevaloran la información o el conocimiento en abstracto para desvalorizar el trabajo. Como si ese conocimiento se hubiera producido por generación espontánea, como si los descubrimientos científicos o las innovaciones tecnológicas no fueran el resultado del trabajo humano. La ocultación del origen social de los avances de la humanidad es una constante, para no reconocer el valor del trabajo socialmente acumulado, para no reconocer que somos una especie que crea cultura, produce herramientas, transformando la naturaleza y transmitiendo sus logros de generación en generación.

La desvalorización del trabajo no sólo cumple una función de individualización o comercialización de las relaciones laborales, de aumento de beneficios, sino que pasa a unificarse con la postmoderna identidad de la ciudadanía como subjetividad consumidora. Somos, sobre todo, consumidores ávidos de placeres inmediatos seducidos por la idealización de gratuidad. Así, todo se transforma en mercancía, comprable y vendible, no hay derechos colectivos ni solidaridad entre generaciones, la libertad individual es el principio por excelencia. Si no reaccionamos contra estos valores y pautas de conducta, a todos los niveles, si nos dejamos entrampar, podemos augurar un futuro no sólo de incertidumbre sino de abandono del desarrollo humano y la justicia social.

Los modernos opios del pueblo: emprender, consumir, libertad de elegir