jueves. 18.04.2024

En el vientre de Matrix o en las fronteras de Europa

Lo que sucede, nos dice Varoufakis, es que los seres humanos hemos acabado siendo los esclavos de las máquinas que inventamos.

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Varoufakis utiliza en su último libro “Economía sin corbata[1]” a la película Matrix como analogía de lo que nos sucede, para representar cómo vivimos apresados por una ideología que nos vende el mejor de los mundos posibles, que se considera la única alternativa de nuestras sociedades,  preconizando, incluso, el fin de la historia al no poder el sistema albergar más perfección; pero que en realidad nos atrapa en un mar de engaños que  mantiene nuestras mentes hechizadas y prisioneras en un mundo irreal, un mundo virtual que nos apresa en una telaraña bien tejida por los poderosos.

Así, la amarga verdad de lo que está sucediendo, nos dice Varoufakis, es que los seres humanos hemos acabado siendo los esclavos de las máquinas que inventamos para que nos sirvieran; que, en lugar de que los mercados no sirvan a nosotros los humanos, hemos acabado siendo nosotros no sólo sus sirvientes, sino también los esclavos de unos mercados impersonales e inhumanos; que hemos construido nuestras sociedades de manera que algunos, muchos, nos recuerdan al Fausto sin Mefistófeles, y otros no pocos al doctor Frankestein, que creó monstruos que amenazaban su vida; que corremos a adquirir cosas que en realidad ni queremos ni necesitamos, tan sólo porque el Matrix del marketing y de la publicidad ha conseguido representarlas en nuestra mente; que nos comportamos como virus idiotas que matan al organismo, el planeta, en el que viven; que nuestras sociedades no solamente son injustas, sino también tremendamente ineficaces por cómo malgastan nuestras posibilidades de producir riqueza real; y, finalmente, que los que se enfrentan a esta verdad, y lo dicen, son castigados de manera despiadada por una sociedad que no soporta encararse a sí misma, en el espejo de la lógica y del pensamiento crítico.

No puedo por menos que coincidir en el análisis de Varoufakis y constatar, además, que la búsqueda codiciosa del beneficio también nos moldea con unos valores que no son propios de un ser social y empático y sí de un ser codicioso, insensible y cruel. Seguramente estaríamos mayoritariamente de acuerdo en convenir que la vida es el bien más preciado. Por ello, no deberíamos escuchar cantos de sirena. ¡Que no nos cuenten cuentos! Ya que para los ricos, para los que tienen el poder, la vida de los demás, salvo la de los más cercanos, no es lo más importante (el dinero y el beneficio son sus únicos dioses). Sin embargo, a muchos nos duele la crueldad de la que podemos ser capaces cuando dejamos morir a 71 personas en un camión asfixiados. Personas que por huir de la guerra y por querer sobrevivir se les explota y se juega con su esperanza de un mundo mejor y más justo, hacinándoles como troncos en una caja de camión insuficiente. No sé si la empatía en este mundo sigue creciendo como así afirmaba Jeremy Rifkin, lo que sí sé es que si lo hace es muy lentamente y dando saltos hacia atrás de vez en cuando. La cruda y dura realidad nos lo demuestra sin cesar cebándose con los más desfavorecidos y haciendo crecer en los demás la náusea.

Escribe Naomi Klein que cada nuevo desastre parece inspirar menos horror y que los analistas hablan en los medias de “fatiga de la compasión”, como si la empatía (y no los combustibles fósiles) fuera el recurso verdaderamente finito. Esta debe ser la razón por la que dejamos a Europa poner vallas a la esperanza de otros seres humanos y hacer de nuestras fronteras verdaderos cementerios, sin importar la muerte y la desgracia de miles de inmigrantes. Creo que no peco de pesimista, soy una persona optimista (es verdad que el optimismo ayuda a veces a tapar las miserias de la realidad) que aguanta las adversidades y que se enfrenta a los fuertes derechazos que te da la vida de una forma pragmática, lo que en psicología se expresa con el término de resilencia, pero no puedo ocultar mi pesadumbre ante la visión de nuestro mundo actual, visión que me abochorna y llena de ira al pensar que pertenezco al género humano.  Sólo hay que mirar y ver, sin usar anteojeras ideológicas, para que nos demos cuenta de la maldad de nuestra especie cuando nos equivocamos en la selección de los valores que debemos perseguir para mejorar nuestro futuro en convivencia.

Las teorías de la superioridad racial se nos aparecen como fantasmas del pasado, explicando las inconsecuentes medidas o la falta de ellas que los países malamente llamados desarrollados toman respecto a la situación de aquellos ciudadanos de los países pobres o en guerra que anteponen sus vida y la de sus familiares a una muerte segura. Sin embargo, los ciudadanos de los países que dominan la globalización preferimos defender con uñas y dientes un gramo de nuestra comodidad y riqueza fijando así el coste de oportunidad que para nosotros supone una vida humana desesperada.

Yo no quiero esta Europa. Como escribía García Montero en infolibre[2]: un ser humano nunca es ilegal. Pero la perversión del concepto de ciudadano desemboca en leyes de extranjería que tratan a muchos hombres y mujeres como si fuesen seres humanos ilegales. Un pensamiento jurídico progresista es aquel que reduce al máximo las grietas que se pueden producir entre los derechos del ser humano y los derechos del ciudadano. En la Europa reaccionaria que hemos creado, mercantilista, neocolonial, despiadada, gobernada por fieras que tienen el poder sin presentarse a las elecciones y por hienas que sí se presentan y hacen el paripé de tener poder, la distancia abierta entre el ser humano y el concepto de ciudadanía alcanza dimensiones catastróficas.

El sistema neoliberal considera a las personas como máquinas egoístas y codiciosas y sobre esta base construye todo un sistema económico que instala por encima de las personas y sirve para mantener unas élites privilegiadas y al hombre blanco en lo más alto de la pirámide social. Nos mantienen inconscientes en el vientre de Matrix  y olvidamos, y no deberíamos, que el mayor valor es la vida y que todos somos migrantes en ella.


[1] Varoufakis, Yanis .Economía sin corbata. Editorial Planeta S.A. 2015.

[2] García Montero, Luis. Humanos. Artículo publicado en infolibre el 30-8-2015.

En el vientre de Matrix o en las fronteras de Europa