sábado. 20.04.2024

Violencia internalizada

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Foto de archivo

El relevo político siempre supone un acto de violencia, no siempre extrema pero violencia, ya que una fuerza que hasta el momento disfrutaba de los dones del poder los pierde o se haya en peligro, lo que genera una respuesta lógicamente defensiva. En los sistemas democráticos la violencia de la respuesta se ve atenuada porque el disfrute del poder no es absoluto, está modulado por leyes, instituciones y parlamentos, de modo que la pérdida del poder no suele ser una cuestión definitiva, es un receso hasta su vuelta al ejercicio del mismo, así es que la violencia ejercida en el relevo y la percepción de la misma está aminorada por las expectativas de vuelta. No se provoca una guerra total, excepto que tengas la impresión de que si eres desalojado del poder, jamás volverás a él.

Esto ocurre en la actualidad en Myanmar con una de las más bestiales respuestas a la oposición en las calles; y es el modus operandi en los estados fallidos de Oriente Medio. La inestabilidad y la escasa implantación de la ley y las instituciones, hace que el relevo en el poder sea una causa belli. Todo militarote y todo sátrapa sabe bien que aferrarse al poder es condición de existencia propia y de quienes le apoyan. La respuesta violenta ante la exigencia de abandono del poder suele comenzar con escaramuzas y amagos que son como la extensión de la cola de los pavos, sólo para impresionar. Pero pronto la violencia contenida se expande y la cosa suele acabar en los baños de sangre que hoy vemos en Myanmar que solo palidecen ante la masacre saudio israelí provocada en Yemen.

Aquí en España tenemos también un caso interesante para el estudio del nivel de respuesta violenta a ser desplazado del ejercicio del poder. Lo que ha ocurrido en Murcia y lo que está en pleno ebullición en Madrid no llega al nivel de violencia sangrienta de los ejemplos anteriores, pero sorprende que haya alcanzado el nivel de no retorno próximo al de guerra total por parte del partido popular. Comprar voluntades políticas y desentenderse de sus compromisos constitucionales es la antesala del envío de tropas (si las tuviera) a reprimir a quienes osan desbancarles de sus poltronas. Y la virulencia de la respuesta solo puede ser debida a que los actuales dirigentes del PP consideran que si pierden esta batalla ya no volverán al poder de ninguna manera, así que extreman la violencia en el ejercicio de su defensa de la posición. Ocurre no obstante, que en dicha defensa incurren en un ahondamiento de las razones por las que volver al poder les va a resultar muy complicado. Como los atrapados en las arenas movedizas, cuanto más bracean, más se hunden.

Creo que no son conscientes de que se han puesto la soga al cuello, de que entre los tribunales y la desconfianza paranoica que fomentan, gobernar les va a resultar misión imposible

Niegan con desprecio a quienes les acusan de corruptos desde los años 80 con ramificaciones en la actualidad como funcionarios y gestores de Murcia han denunciado ante los fiscales, de la misma manera que ocultan la negligencia en la gestión de la adversidad de la pandemia. Y en lugar de asumir una cierta cuota de responsabilidad proyectada a beneficio de regeneración para articular alguna forma de regreso, no, ellos optan por negar y diferir sus culpas a terceros. Esto es un gesto de beligerancia que tiene sentido en las artes militares, no en las instituciones democráticas, pero de artes militares deben saber tanto como Abascal: lucir escudos aquí y allá.

Creo que no son conscientes de que se han puesto la soga al cuello, de que entre los tribunales y la desconfianza paranoica que fomentan, gobernar les va a resultar misión imposible. No les queda más que la baza de provocar un proceso de proyección de su violencia hacia el interior de los propios ciudadanos, hacer que cada hombre y mujer de este país sufra ataques de pánico como ante los que ellos mismos convulsionan: temor al comunismo, la ETA, el bolivarianismo, el feminismo o vete tú a saber qué otra radicalidad ficticia.

Y esto no es fácil, no se trasmite el pavor (violencia internalizada) por un discurso que se desmonta solo, que resulta patético y galopantemente vacío aunque intentes llenarlo de libertad. Son necesarias actuaciones que se escapan a las posibilidades de sus promotores. Los dictadores sí consiguen generar pavor porque emiten un discurso formal aceptable y actúan bajo cuerda con una contundencia y crueldad tal que consiguen grabar en la memoria social su mensaje: ni se te ocurra pensar siquiera en mi relevo o te mato (ahora sí) rojo de mierda.

Su estrategia está guiada por esa ilusión, la de llenar nuestra conciencia de violencia gratuita, de convertir a la ciudadanía en un sujeto volcánico dispuesto a hacerse el harakiri a si mismo por la gracia de dios, de la patria y del rey.

Como si fuéramos chelis, dan ganas de decirles, pero de qué vas Nicolás.

Violencia internalizada