martes. 23.04.2024

TTIP: Balas de cabeza hueca

El TTIP trata de matar pero además produciendo el mayor desgarramiento y dolor posible, para hacerlo irreversible...

El tratado que la UE y EEUU tratan de poner en marcha en medio de un oscurantismo preocupante por su claridad ya ha sido denunciado por múltiples motivos, por distintos actores y desde diversas perspectivas. Quien redacta esta columna ya fijó su posición en un artículo anterior publicado aquí en Nueva Tribuna.

Pero me parece que, a pesar del empeño puesto en la denuncia por tantos, está pasando desapercibida una cualidad maligna del dicho acuerdo de la que conviene estar advertidos: su capacidad de destrucción irreparable mediante el daño gratuito. Como las balas de cabeza hueca, el TTIP trata de matar pero además produciendo el mayor desgarramiento y dolor posible, para hacerlo irreversible.

El TTIP se inscribe en la dinámica de la aceptación de que el mundo es global, la economía responde a una dinámica transfronteriza, y las leyes que actúan en este campo de fuerzas tienden a afectar a todos los actores. En esa interpretación del fenómeno de la economía vista a escala planetaria, las condiciones de las regiones y países más avanzados deben ceder sus logros para armonizarse con los territorios y cohortes de población más atrasadas. Pero no a la inversa.  Es decir que la estabilidad del sistema deviene de la degradación de los avances históricos alcanzados por los desposeídos (trabajadores, científicos o personas dedicadas al sostén social, a la familia, los educadores, sanitarios, etc). La posibilidad de potenciar un sistema económico armonizado a escala planetaria que se obstine en el avance de los territorios con poblaciones atrasadas en materia de derechos civiles y laborales  no se contempla ¿por qué? Porque en la parte avanzada del modelo civilizado son escasas las posibilidades de un enriquecimiento abrupto, que es lo que se persigue desde la posición de quienes entienden la economía como un juego de pasar pantallas, en el que se quedan atrapados los incapaces, los que no saben cómo sortear dichas pantallas, o aquellos que no disfrutan con ese pasatiempo.

Desde el habitual discurso de que las tecnologías y los intercambios de información convierten en irrelevantes las fronteras, se embiste contra la conformación de estados de civilidad y de derechos como si éstos fueran el resultado de un designio geográfico agraciado por la suerte, y no del logro histórico y del avance del proyecto humano. Y han convencido a una parte de la población mundial del hecho de que la globalización y el ingreso de los más pobres y débiles del mundo en el mecano de la economía exige y se cobra el que los que están en el lado favorecido se convierten en avatares de las poblaciones empobrecidas, ahora premiadas con un salariazo de 50 euros mensuales.

La defensa de las posiciones conquistadas por los parias a lo largo de siglos de sufrimiento se acumula en un orden legal que sitúa parte de los derechos del individuo a la altura al menos de los derechos derivados de la actividad mercantil y comercial. Éste es el bastión que trata de horadar el TTIP con su carga hueca. Los negociadores de ambas partes del Atlántico saben que estamos inmersos en un momento particularmente proclive a cumplir expectativas que han dormido en escuelas de negocio durante años y años. Devolver a la ciudadanía a un estado de subordinación, a la condición de prescindible, convidado de piedra en el gran juego de los ganadores que a cambio de generar paisaje obtiene la gracia de asistir mudo para mitificar a sus señores. Pero el derecho consolidado y el ejercicio hábil que del mismo han llegado a promover algunas instituciones se convierte en un estorbo, un objetivo a batir.

Muy bien pues hagámoslo, se dicen. Y esta vez que sea para mucho tiempo. Que el disparo derribe la piedra de bóveda  sobre la que se sostiene el arco legal de los derechos civiles, laborales, medioambientales y otros de ellos derivados que tanto obstruyen el libre curso para convertir el planeta entero en una máquina tragaperras.

Pero, sabedores de la irrepetible oportunidad histórica que supone el comienzo del tercer milenio, los diseñadores del TTIP apuestan por una agresión extrema, que cause tanto dolor y genere tal destrucción del tejido legal sostén de los derechos adquiridos, que la mera hipótesis de su recomposición sea un imposible.

Como las balas de cabeza hueca, no basta con herir, hay que destrozar.  

TTIP: Balas de cabeza hueca