miércoles. 24.04.2024

Salir de ésta es una cuestión de estado

Vaya por delante que me declaro firme partidario del protagonismo del estado sobre los mercados por una cuestión de proactividad de último recurso.

Forma parte de los debates académicos la cuestión de si es el estado o es el mercado quien debe liderar la actividad económica, quién es más eficiente de los dos discuten, y se plantean si es posible una colaboración entre ambas estructuras en la ordenación de la política económica. Espinoso tema sin duda, que requiere un proceso de reflexión extenso, escolástico casi.

Pero al margen de la cuestión teórica y académica existe otro debate sobre quién debe asumir mayor protagonismo en momentos complicados como el actual, ralentizado y estacionario hasta la deflación. Mientras los centros de poder económico más acérrimos (Wall Street, la City, el Bundesbank y otros) se obcecan en la exclusividad del mercado como única salida, otros  más pragmáticos apuntan, sino a un protagonismo excepcional del estado, si a una especie de colaboración del mismo con el mercado  para capear una situación puntual que se presenta particularmente compleja. En esta tesitura se encuentra el BCE y su apuesta por la compra de deuda y su permanente ánimo a que sean los estados quienes tomen el relevo a la inyección de dinero que cada mes pone sobre la mesa europea. O el FMI, que ya declara abiertamente que las políticas de estímulo a la oferta (las llamadas ahora reformas estructurales) ya han tocado techo y es el momento de estimular la demanda (salarios, inversiones y servicios públicos)  mediante acciones de política fiscal que permitan impulsar la atascada maquinaria económica mundial, a la que liman potencial en cada entrega de sus previsiones trimestrales.

Quienes defienden la preeminencia del mercado arguyen razones de eficiencia y de racionalidad en la aplicación de recursos. Quienes apuestan por el estado apuntan a razones de humanitarismo, solidaridad y justicia. A mí me parecen equivocadas ambas posiciones. Ni el mercado es tan racional y eficiente como dicen sus defensores, ni el estado es tan justiciero y humanista como cabría esperar de una organización sin ánimo de lucro. Y no es que yo sea un nihilista al que toda acción del hombre lleva a la melancolía y al desprecio por los de su clase.

No, no es eso. Vaya por delante que me declaro firme partidario del protagonismo del estado y de su control sobre los mercados, pero no por razones teóricas, académicas, ni ideológicas, sino por una cuestión de proactividad de último recurso. La economía polarizada por la actividad del mercado nos ha traído a la situación actual dominada por una espiral inmanejable de bajos salarios, precarización de las relaciones laborales y cuestionamiento de los derechos sociales que primero ha tenido un impacto desorganizador de las sociedades avanzadas, que en su remolino arrastra a las sociedades en desarrollo o emergentes, con el disloque consecuente de la ordenación internacional de las relaciones económicas y políticas hasta el punto que parece que ya “nadie está a los mandos” El mercado ha secuestrado a la razón que decía administrar de manera  magistral.  Esa misma razón que impulsaba un avance general de la innovación, remite para concentrase en un proceso de ludificación de la producción de objetos que no aportan valor, sino entretenimiento.

Y resulta aún más grave el que se agudice permanentemente esta trivialización social provocada por los mercados cegados por la ganancia, descomprometidos con el legado. La precarización está vaciando de contenido a las sociedades impulsoras de nuevas propuestas: la gente no dispone de los elementos necesarios para construir proyectos, para soñar vidas. Tirar para adelante es la única posibilidad. La deuda privada lo refleja, se mantiene estimulada por el juego y por la necesidad. La hipoteca y el crédito al consumo han sustituido a la planificación, el ahorro y la inversión.

¿Cómo salir de esta situación en la que los mercados han convertido a las sociedades en clubes recreativos? Es necesario un giro radical, lo que se requiere es provocar una “ilusión autoconsciente” y solo el estado puede actuar para hacerlo de modo colectivo. Solo los estados de forma combinada pueden poner sus ojos en metas de innovación que las cuentas de explotación que dominan los mercados impiden ver. Solo los estados pueden poner en marcha acciones económicas, sociales y educativas combinadas para lograr salir de la situación de estancamiento que ya no puede decirse que es transitorio y derivado de la crisis.

Ésta, la crisis es el resultado de la acción ciega protagonizada por los mercados que han aprendido a hacer dinero no ofreciendo nuevas y buenas cosas, sino estrangulando a los productores y  manipulando a los consumidores, reduciendo el número de los beneficiarios a tan solo los que quepan en los paraísos fiscales. Y ahora es demasiado tarde para salir con ellos.

En una situación de freno y estancamiento como la actual, solo el estado, solo los estados disponen de la sensibilidad, el coraje y la necesidad de impulsar un modelo alternativo, basado en ciudadanos que puedan volver a soñar.  

Salir de ésta es una cuestión de estado