martes. 23.04.2024

Si quieres combatir la desigualdad, lucha sindical

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La izquierda parece que se halla cogida entre dos fuegos, quiere combatir la desigualdad, sabe que ese es su destino, pero ha perdido parte de su capacidad operativa para orientar el pulso hacia escenarios más justos, más igualitarios, y hasta más decentes. Obviando esto último, la razón de ser de la izquierda no tiene porqué converger sobre un proyecto moral, lo cierto es que si luchas por la igualdad y consideras que el capitalismo moderno es la fuerza desintegradora de la justicia social, entonces no queda otra que luchar por el fortalecimiento de la acción sindical. El sindicalismo es la propuesta más eficaz en la lucha contra la desigualdad, sino la única. 

Mientras la organización formal de la izquierda ha ido sobreviviendo con dificultades y en clara deriva hacia la socialdemocracia connivente a expensas de perder su incidencia, el capitalismo sistémico ha ido remachando todas sus aspiraciones. La más importante ha sido la devolución de la relación del trabajo con la organización social a la etapa del esclavismo. La economía gig, el modelo que se extiende como mancha de aceite por todas las rendijas del mercado de trabajo, la de empleos precarios situados por debajo de la línea de la pobreza, esa que ensalza la niñata Ayuso, es la recuperación del espíritu esclavista de los siglos XVIII y XIX: extraer riqueza del trabajo por lo civil o lo penal es su seña. Las leyes esclavistas que convertían en un criminal perseguible a todo aquel que abandonase las explotaciones algodoneras o las fábricas de azúcar  contienen los mismos elementos de presión legal que la legislación que favorece el desahucio exprés en el siglo XXI. O vienes a la plantación bajo amenaza de látigo o vienes al curro gig bajo amenaza de perder el techo, si es que lo tienes. 

La desigualdad tiene distintas caras, pero todas ellas reflejan el dolor de la injusticia económica basada en el ejercicio de la violencia legal, policial o mediática

En las dos formas de esclavismo se busca eliminar los mecanismos de defensa. La violencia originaria en la acumulación capitalista no es solo cuestión de acaparamiento de propiedades como barruntaban Marx y Engels, también de expropiación de derechos a las personas para que su despersonalización favoreciese convertir al ser humano en objeto íntegramente mercantilizable. La brutalidad de las acciones de los esbirros que atacaban los poblados cimarrones, islas de libertad en el modelo esclavista, es la manifestación de la violencia ejercida sobre las personas en cuanto tales, sujetos con derechos incluido el de rehuir la condena fabril. Unos años más tarde la violencia contra las personas reacias a participar en el festín capitalista se concentró, casualmente, en perseguir sindicalistas, aporrear, secuestrar y eliminar miembros de los sindicatos es la práctica de combate del capitalismo del siglo XIX y XX que solo remite ante la magnitud y efervescencia del fenómeno sindical. A partir de ahí, desarticular el sindicalismo se encuentra entre las prioridades de las grandes corporaciones que entregan dicha responsabilidad a los voceros de lo que hoy conocemos como versión neoliberal del capitalismo del siglo XXI, escuela de Chicago incluida. 

Y así como el cimarrón autoliberto fue no solo perseguido física y legalmente, también fue vilipendiado, insultado y convertido en una leyenda criminal a la que solo se opusieron algunos novelistas románticos, así ocurre con el sindicalismo y con los luchadores sindicales tradicionales. Las maniobras de Thatcher y de Reagan para empujar a los sindicatos fuera del terreno de juego contuvieron todas la reformas legales que fue posible, se utilizó la violencia policial hasta lo delictivo, pero sobre todo pusieron en marcha campañas de descrédito personal que aquí todavía campan en las mentes simples que ligan sindicalismo con horas exentas de tajo. Y mientras este vestigio obre, las posibilidades de combatir la desigualdad y la injusticia económica son menores.   

Pero este es el reto, también hay luchar contra la demonización y el apartheid, porque fijar y elevar la cuantía del salario mínimo es una acción política de la izquierda que me resulta respetable, pero no me llena, me recuerda al árnica extendida sobre la piel arrancada a latigazos. Conozco cientos de salidas de escape que se manejan los directores de recursos humanos y sus bufetes expertos en la materia para convertir esta cuestión en una nueva forma de doblegar el espíritu de lucha y la conciencia de que solo organizándose puede sacársele las contraprestaciones que la ciudadanía libre nunca ha dejado de exigir: lo que hay es de todos. Nadie tiene derecho a quedarse con la parte que considera suya sin negociar las condiciones de intercambio.

Y esa es la base de la acción sindical, el ejercicio de la negociación de las condiciones del trabajo bajo una cobertura de derechos que iguale las asimetrías ganadas por el capital con años de derechos conculcados y de ejercicio brutal de la violencia.

La desigualdad tiene distintas caras, pero todas ellas reflejan el dolor de la injusticia económica basada en el ejercicio de la violencia legal, policial o mediática. Defiéndete, si quieres combatir la desigualdad, actúa, apuntala la lucha sindical, desmonta la reforma laboral conculcadora del derecho a la negociación.

Si quieres combatir la desigualdad, lucha sindical