sábado. 20.04.2024

Los poderes fácticos se esconden

Ya casi no se habla de los poderes fácticos y ello no ocurre por casualidad, capricho o tempo de los medios de comunicación...

Ya casi no se habla de los poderes fácticos y ello no ocurre por casualidad, capricho o tempo de los medios de comunicación. Ocurre porque quienes están organizados en las distintas formas del poder fáctico, actúan con premeditada estrategia de ocultación. Han comprendido tras años de fajarse en la arena de lo público que es mejor abandonar este terreno transparente poblado de trabas para sus propósitos, conquistas sociales gustan decir los defensores del progreso, y torear desde la barrera.

Han advertido la gran importancia de disponer de escudos protectores o disuasorios. Evitar el foco, se trata de no estar expuestos, no estar de frente y hacer luz de gas sobre su existencia real. Y han absorbido la fabulosa magia desencadenada en el teatro de los guiñoles. Los vociferantes niños (y algunos adultos) que reprueban la conducta del lobo malo, jamás se convierte en una reprimenda al actor que desde bambalinas mueve al lobo, al conde, la manceba y al príncipe feliz.

Han comprobado que esta estratagema de ocultación funciona en el teatro de los niños y en el teatro de la vida. Las personas que son poderosas por dominar el espacio de las referencias éticas y religiosas utilizan un guiñol llamado Iglesia. Los poderosos organizados en torno a la posesión de las riquezas materiales utilizan un entramado de empresas, bancos, fundaciones y asociaciones a las que denominan Economía. Aquellos que fundan su poder fáctico en el control de la violencia legal, antes vestían de uniforme y ahora, para acentuar la estrategia de ocultación, lo han mimetizado con atuendos menos llamativos de colora azul oscuro, casi negro.

Éstos, con la connivencia de algún otro poder emergente (los muñidores de la información y la comunicación) establecen una confederación de poderes a la que dan forma como estructura Institucional de Gobierno, con su parlamento, su poder judicial, su senado, su monarquía, su consejo general del poder judicial, en fin de todo. Cuantas más instituciones y más parcelaciones, cuantos más responsabilidades delegadas y más unidades de control inoperantes, más tupido es el velo que oculta al poder real de los fácticos. Porque como queda dicho, la estrategia actual del poder de verdad, aquel que afecta a nuestra vida y la de los nuestros es desaparecer del escenario, velarse y dejar un avatar en su lugar que reciba las quejas y los reproches, llegado el caso que reciba los votos confirmatorios o las negaciones reprobatorias. Un vicario en el escenario que convoque la mirada del respetable, un tancredo que encaje las embestidas resultantes del furor que el ejercicio del poder real provoca entre los afectados.

Los poderes fácticos se esconden porque hace mucho tiempo que comprendieron que en el escenario histórico democrático no mantendrían la hegemonía siendo respetuosos con los principios en que se fundamenta. Menos aún actuando como motores o impulsores de los valores democráticos. Consecuentemente, pugnaron con ellos y crearon un espacio de negociación que han ido convirtiendo en un sala de recreo, un teatrillo en el que se esconden los objetivos reales que siempre han perseguido: El poder y el poder de mantenerlo unido y transmisible a los suyos.            

Uno de los últimos hallazgos del poder fáctico oculto tiene que ver con su vulnerabilidad potencial. Las pocas sombras que todavía proyectan al escenario por las que podría ser reconocido y por tanto desvelado, pueden ser difuminadas mediante la potenciación de algún efecto evanescente o recurso escénico, por ejemplo elevar el tono del discurso político de algún tema insustancial como las cuestiones de soberanía o los relativos a la promoción de una marca-estado. Llegado el caso se tira de fútbol, de  toros o de cualquier otra nostalgia sentimental.

Pero los poderes fácticos, ocultados en la actualidad por decisión propia, aunque reunidos en sesiones clandestinas como son ciertos consejos de administración, cónclaves o mítines (Bilderberg, Davos, etc), no renuncian a su programa de máximos. El poder y perpetuarse en él. Quien lo detente en cada momento ya es “cosa nostra”.

Los valores democráticos, los principios y las instituciones derivadas de tales principios, como el vigor del contrincante en las artes marciales, se utilizan para provecho propio, para potenciar la posición dominante en el tatami. Ocultos tras bambalinas litúrgicamente decoradas, resulta mucho más fácil que se acepte su único mensaje social: Si todo va bien, yo gano, si las cosas se tuercen, entonces pierdes tú.          

Los poderes fácticos se esconden