¡Libertad! (de horarios comerciales)

A la madrileña mola más porque todo madrileño tiene también derecho a perder la dignidad, siempre que pueda beber para olvidar, a cualquier hora.

En el entorno del día 4 he oído y visto impresa más veces la palabra libertad que en 40 años de dictadura. Las reclamaciones y luchas por la conquista de la misma en el pasado solían amparar un logro colectivo de corte moral que suponía el avance hacia un mundo mejor y más solidario, la lucha por la libertad dignificaba tanto al concepto como a la aspiración. La degradación moral que supone el oír a miles de cayetanos gritando libertad con el mismo tono etno castizo con el que gritaron en otro tiempo vivan las cadenas, es una desgracia colectiva y una pérdida de valores sustantivos.

Pero ¿a quién le importan los valores? Pero tú qué te crees, gritamos viva la libertad, pero la libertad de horarios comerciales, para tomar cañas o comprar brillantina cuando se me ponga. Igual piensas que me importa tu libertad, vete ya pedazo de ingenuo, si es que os merecéis todo lo que os pasa ¿Ah, que a ti la libertad de horarios comerciales te parece cosa pequeña, anécdota menor comparado con el ejercicio pleonástico de eso que tu llamas libertad? Pues he de decirte que la descomposición social que tu describes como sustrato para el crecimiento del darwinismo social que representamos los neoliberales, nació de la desregulación de los horarios comerciales ¿Ya no recuerdas nuestras luchas feroces por la extensión de los horarios en los años 90? Haz memoria porque esas luchas acabaron promoviendo la existencia de las grandes superficies y la lenta desaparición del comercio al pormenor en que se sostenía un tejido social conectado no por fibra óptica sino por fibra emocional.

La extensión de horarios comerciales acabó por convertir en irrelevante a tu vecino, fortaleció la actitud individualista y puso en marcha un mundo dispuesto para fertilizar la opción del consumo dirigido por encima del gesto, cualquier gesto con vis de socialidad. El destierro del pequeño comercio dejó el campo abierto para que el comercio concentrado se ocupara del espacio, y tras el éxito de dicha ocupación instaló su visión de la vida: consume, consume y consume. Hazlo cuando creas que quieres, y que consumes lo que quieres. El resto déjamelo a mí. A partir de ahora yo te diré cuál es el sentido de la vida.  

¿Te parece menor la sustitución de una modalidad de comercio por otra? Pues vale, tú sigue así que te van a venir una detrás de otra. Mira so simplón, el servicio de asistencia que ofrecía el comercio del barrio lo hemos monopolizado los libertarios de los horarios, ahora tu necesidad es cosa nuestra, pero de paso que la cubrimos abriendo para que tengas la posibilidad de comprar en cualquier momento, cerramos el angular para que de tu vida desparezca tu vecino, tu igual y tan solo aparezca en escena tu competidor, por esa falda, por ese puesto de trabajo o por ese médico, que para darte placer consumista voy a convertir en otra de mis mercancías comprable las 24 horas del día.

No me minusvalores. El marketing es mi especialidad, moldear la vida de las personas para favorecer los intereses comerciales es mi pasión, pero no es mi único objetivo. Lo mío es mucho más profundo, tiene que ver con la depuración de la definición de qué es el ser humano y cuál es el modelo social que de mejor forma se adapta a mi conveniencia. Una persona, todo hombre o mujer es aquello que puede consumir. Y el modelo social que mejor sostiene esta concepción es la del bazar abierto 24 horas, físicas o digitales.

Al ser humano lo tengo tan en mis plegarias que no voy a abandonarlo ni un solo momento. No puedo prometer una vida digna, pero voy a desplegar todas mis habilidades para que encuentre sucedáneos de una vida que parezca humana. Créeme, si no te seduzco con descuentos y ofertas, acudiré a utilizar imágenes, colores, música y ambientes propicios para la compra. Si eso sigue siendo insuficiente, acabaré con los obstáculos que obstruyen nuestra relación, sean los de la existencia de competidores torpes, sea doblegando la legislación que protege a quienes no aceptan mis condiciones. Y si aun así la cosa no acaba de resultar satisfactoria, tengo un as en la manga, del mismo modo que me trague años de tradiciones comerciales de barrio, me trago vuestras más altas elucubraciones, la de la libertad incluida.

No te pongas ñoño, déjame hacer a mí, de verdad que no te va a doler perder una ilusión romántica como es el deseo de libertad a cambio de poder comprar tu destino. Por qué negarte ese placer si tú lo vales. Recuerda las palabras de Henry Ford, el fundador de la marca de coches y del modelo de producción industrial encadenado: todo americano tiene derecho a comprar el coche que desee, siempre que sea un Ford T de color negro. Esa es la esencia de vivir a la fordista, algo indigna desde luego, ya que se basa en que entregues tu alma y luego recojas las llaves de tu exclusiva vida motorizada.

A la madrileña mola más porque todo madrileño tiene también derecho a perder la dignidad, siempre que pueda beber para olvidar, a cualquier hora.