sábado. 20.04.2024

La inutilidad económica de la desigualdad

La desigualdad galopante, que hace que la distancia medida en formas de vivir aleje a unos de otros ciudadanos, es el hecho característico no ya del liberalismo mercantilista...

La desigualdad galopante, que hace que la distancia medida en formas de vivir aleje a unos de otros ciudadanos, es el hecho característico no ya del liberalismo mercantilista, si no sobre todo del capitalismo de familia y amigos que anega la realidad española, donde ser  hijo o hija, amigo o compañero del pupitre de algún grande, garantiza el éxito profesional en alguna institución pública o recientemente privatizada, la prebenda asociada al cargo y la impunidad ante la torpeza o la prevaricación.     

La desigualdad es una cuestión que debe plantearse prioritariamente en el terreno de la moral y en el de la política. La desigualdad entre las personas es un hecho éticamente aberrante, pues supone aceptar que unas personas puedan orientar sus vidas de un modo imposible para otros. Conducirse en la vida a la búsqueda del bien y de la felicidad ya no es una respuesta ética generalizable a toda la humanidad, solo la de aquellos que  disfruten de los privilegios de su posición.

Y cómo la posición en si misma resulta ser más importante que el contenido de tal posición, la lucha por ocupar las privilegiadas se convierte en una cuestión política. La desigualdad hace del consenso político y del contrato social elementos extraordinariamente inestables y fungibles a medio plazo. La desigualdad transforma la ecuación base de la democracia de juntos todos ganamos por otra que dice yo gano y vosotros por tanto habéis de perder. Por corromper el sentido ético de la vida y por menoscabar el instrumento social que promueve la paz y estimula el progreso, la desigualdad es una cuestión que debe plantearse y resolverse en clave ética y política, y de manera urgente.

La desigualdad creciente manifestada de manera fulminante por un reparto asimétrico de rentas, bienes, servicios, posibilidades y expectativas, ha adquirido tal virulencia y genera tal rechazo que ya surgen voces exculpatorias de distintos orígenes tratando de sacar la desigualdad del debate moral y político para convertirla en un simple elemento más de confrontación del modelo técnico de organización, sobre todo de la economía.    

Un grupo de economistas liberales, fuertemente patrocinados por próceres y mecenas del otro lado del Atlántico, realizaron la proeza de convertir un vicio privado (acumulación improductiva de rentas) en un bien publico. Su tesis consiste en defender la acumulación desproporcionada de las rentas por parte de unos pocos porque la extrema riqueza acaba por desbordar el vaso en que está contenida y su utilización suntuaria acaba poniendo en marcha el mecano de la economía. La tesis resulta delirante y sinsentido para cualquiera que no haya sido beneficiario de beca o máster financiado por papa en alguna de las universidades o escuela de negocios al servicio de la causa de lo ricos salerosos.

Pero por marciana que resulte esta tesis en defensa de la desigualdad como motor de fomento de la economía, ya hay en nuestro país quienes hacen suyas estas patochadas, probablemente oídas en directo en las mismas aulas en las que se pronunciaron por primera vez, y defienden la acumulación como factor de activación de la economía. Y lo más gracioso no es que defiendan el derecho a disfrutar de unos beneficios ganados de manera limpia y honesta, esto no tiene ninguna importancia (quizá se les escape este concepto). Lo que defienden es que el mecanismo de expoliación de los más y la concentración en los menos es una utilidad de tipo económico, aunque resulte incómodo hablar de ello.

Y este es un sinsentido aún más notable. Porque lo que cae de la mesa de los ricos son migajas, sin entidad suficiente para poner en marcha nada que no sea el rechazo y el odio justificado de quienes no tienen mesa a que sentarse. El gasto suntuario no expande la economía porque se orienta a conseguir lo raro, lo escaso o lo sofisticado cuya posesión privilegia aún más la posición. Por esta razón por ejemplo el mercado del arte está sobrecalentado.

Pero es que en el caso de España todos intuíamos, y ahora comenzamos a tener certezas, que el gasto de nuestros cresos nacionales no germina nada importante, porque el principal va dirigido a la compra de apartamentos en New York, sedes bancarias en Florida o queridas teutonas. La compra va dirigida a medrar fuera, nada tienen que gastar en este país, nada les interesa del mismo porque ya es suyo, es su cortijo.           

La inutilidad económica de la desigualdad