jueves. 25.04.2024

Inmunidad de rebaño frente al bulo

granvia

Pido perdón por la expresión “inmunidad de rebaño”, suena mal la traducción del inglés herd immunity, pero para el fondo de esta tribuna viene pintiparado. La inmunidad grupal o de rebaño se consigue cuando existe un número suficiente de sujetos, personas o bueyes, que poseen anticuerpos resistentes que se interponen entre el agente patógeno y el conjunto social o el rebaño, según acepción. Los sujetos portadores de esa particular inmunidad actúan como un escudo anticontagio interponiéndose en la cadena de contactos de sujeto a sujetos. La inmunidad se obtiene de distintas formas, bien heredada en una genética particularmente agraciada, por un proceso de inmunización tradicional al haber estado en contacto y superado los efectos dañinos del virus, o habiendo sido inmunizado por un proceso artificial medico de tipo vacuna o tratamiento particularizado. Sea como fuere, esos sujetos refractarios a la enfermedad son una bendición doble para todos. Son como una póliza de seguro que minimiza el riesgo de todos.

El bulo y la mentira son tanto o más letales que virus o bacterias, porque estos últimos, los patógenos naturales, tienen una conducta complicada de entender, pero una vez estudiados, son predecibles y por tanto combatibles. Pero la mentira no, no tiene una secuencia genética legible y por tanto descifrable. El bulo y la mentira actúan con un grado de mutabilidad tan alto que resulta imposible aislarlo de los rastros de realidad en los que se oculta. La mayor parte de los virus poseen una morfología y unas características propias que les distingue (a la luz del microscopio) de las células de los tejidos que colonizan. Las mentiras en cambio  tratan de tener apariencia de verdad. Un bulo se cose a una cierta verdad mimetizándose con ella, pero desvirtuándola, la mata. El mejor ejemplo es una fotografía manipulada, como la de la Gran Vía repleta de féretros o cualquiera de los videos descontextualizados de manifestaciones de musulmanes, inmigrantes tomando las costas al asalto, o de ciudadanos reclamando la vuelta al trabajo.

Tan pronto tengamos un 35% de la población inmune frente estas y otras burlas a la ciudadanía, el número de aquellos que de buena fe creen que es necesaria volver a la actividad económica como si nada hubiera pasado caería a un punto en el que tal majadería no tendría lugar

El bulo y la mentira comparte con ciertos agentes infectantes su capacidad de transmisión. Pero su viralidad es superior pues cuenta con una enzima que acelera su ritmo de propagación, son las redes sociales, medio que facilita el contagio que es difícil de neutralizar, pues la red se necesita también para comunicar los hechos verdaderos y las soluciones contrastadas que nos permiten avanzar en la lucha contra la enfermedad y contra la desinformación. Por tanto al combatir al bulo nos hallamos frente a un dilema: cómo atajar la virulencia de la mentira sin quebrar los sistemas de comunicación en tiempo real.

La ciencia puede jugar un papel protagonista en la generación de una inmunidad grupal que nos defienda del virus de la mentira interesada ¿Una APP para detectar bulos? ¿Aclaraciones y puntualizaciones sobre la información vertida a la red? ¿Metodología para la verificación de la información? Bueno, pues todo ello  ayuda sin duda y de alguna manera ya se practica. Pero donde realmente la ciencia puede venir en nuestro auxilio es mediante la aportación de sujetos interpuestos, personas inmunes a la información retorcida  que vayan constituyéndose en escudos que acaban generando la inmunidad del grupo ¿Qué cómo puede lograse esto? Pues sí, estáis en lo cierto, se trata de una vacuna contra la estupidez que ya existe, se trata de inocular la instrucción general de la población mediante el fortalecimiento del método científico. Una vacuna que fecunda el análisis de los datos, aumenta el vigor en el contraste de los mismos, aclara la relación de los hechos con su contexto y asegura el dictamen sobre sus efectos (positivos o negativos) Esta vacuna, que replica  el modelo de la ciencia para comprender nuestro mundo, nos protege contra la bobería, la pena es que no se vacuna uno en una sola dosis, se requieren muchas y continuadas hasta convertir nuestro organismo en un ente con una alta resistencia  a asumir verdades sospechosas. Hay por tanto que perseverar para combatir con éxito el mal acechante. Por ejemplo, frente al bulo extendido de que los regímenes autoritarios tienen mayor capacidad de gestionar crisis agudas como la del covid 19, los datos vienen a decirnos que Rusia, USA, China, Brasil, India y ya de paso el UK brexiter de Johnson lo están haciendo de pena, muy lejos de las soluciones encontradas en Finlandia, Nueva Zelanda, Alemania, España o Suecia. Y que más parece que, como en el caso de Ayuso en Madrid, su obsesión es reabrir la actividad económica.

Cualquier mentalidad vacunada por contacto con los criterios de la ciencia acabaría por deducir que el autoritarismo no es un modelo reconocible por su capacidad de gestión, si no que semeja ser la apuesta de un capitalismo ahogado en su propia codicia, una opción desesperada lanzada para conseguir aumentar el beneficio personal a costa de los que fuere, cosas, animales, plantas o personas.

Tan pronto tengamos un 35% de la población inmune frente estas y otras burlas a la ciudadanía, el número de aquellos que de buena fe creen que es necesaria volver a la actividad económica como si nada hubiera pasado caería a un punto en el que tal majadería no tendría lugar, el cuerpo social lo rechazaría por inmunidad grupal. 

Inmunidad de rebaño frente al bulo