martes. 16.04.2024

Hoy gran combate: Labrador vs Rivera

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Wellington, el victorioso militar británico e instigador de la paz de Viena de los años 1814-15 se refirió al negociador español del tratado Pedro Gómez Labrador como el hombre más estúpido que he visto en mi vida. Y no lo decía entre bambalinas, fechó correo a las más altas instancias de la monarquía para advertir que la estupidez del duque diplomático ponía trabas a la resolución de un tratado que, siendo aceptable para la monarquía borbónica por las restricciones impuestas al napoleonismo, se alargó más de nueve meses entre otras razones debido a las torpes sobreactuaciones del delegado español.

Este campeón de la imbecilidad, duque de Labrador de origen valenciano, ha sembrado escuela en nuestro país. Incapaz de ver más allá de sus narices, parece que el menda era incluso refractario a comprender los beneficios que, como subpotencia invitada, obtenía España del tratado diseñado para contener a Napoleon a corto plazo y limitar las posibilidades de reconstitución de un imperio francés vinculado a los movientes burgueses revolucionarios. El vizconde de Castlereagh, el amanuense inglés del tratado, procuraba esconderle papeles para evitar interferencias anodinas que solo retrasaban los escasos avances que  prusianos, rusos, ingleses, austriacos y otros agentes proponían sobre las mesas de negociación. 

Entregar un futuro político con cierta oportunidad a medio plazo por el prurito de sentirse importante ahora y ya, recuerda al duque Labrador mirándose altivamente en los espejos del palacio

De algún modo el tratado, visto como operación política para asegurar la estabilidad y la paz en el continente, puede entenderse como el embrión o primer intento de una organización de los intereses políticos coordinados de toda Europa. Y aquí España ya dejó su impronta enviando al ser más obtuso de cuantos poblaban la diplomacia, eso sí amigo y próximo al repuesto rey absolutista Fernando.  Pero antes de convertirse en corresponsable de la atroz política autoritaria de Fernando VII, ya había jugado otras cartas, desde convidado de piedra en el gobierno interino de Napoleón a defensor de los valores liberales de la Constitución en Cádiz. Cualquier cosa con tal de estar en la pomada, tanto da defender una constitución liberal como perseguir a sus promotores. Y eso hizo este grande de España que recuerda mucho al tratar de nadar y guardar la ropa que intentan otros.

Este ir y venir me recuerda a muchos políticos muñidores que son legión, pero me recuerda con particular intensidad la figura de Albert Rivera, otro personaje de los que hasta Wellington o Hitler expresarían deseo de visitar al dentista antes que volver a pasar un rato con él. Macron, comprometido con el proyecto europeo, ya no sabe cómo quitarse de encima el marrón que le ha caído porque el tonto moderno decidió apuntarse, de momento, a la agrupación europea liberal, que como nadie sabe en qué consiste, pues toma, aquí estoy yo. Y parece que Rivera no acaba de comprender que la susodicha plataforma política no tiene claro qué es, pero sí qué no es: una alianza que colabora con los ultras que tanto dolor han causado por los siglos de los siglos en Europa. Macron y los liberaldemócratas no establecen un cordón sanitario por razones estéticas con la ultraderecha, como parece que interpreta el bobo nacional, sino porque conocen en qué pieles se esconde la bestia que ha arrasado Europa una y otra vez: el autoritarismo sectario representado por Le Pen en Francia y por Vox aquí. 

Le digan lo que le digan a él se la pela, como el marques Labrador, yo aquí, antes muerto que sencillo. No se entera de que su papel, el que le han escrito desde el Ibex no es el que está jugando, bloqueando una opción de centro derecha digna y asumible para el corporativismo español, que ve que poco a poco no le va a quedar más remedio que apoyar a Sanchez y de paso a tener como interlocutor en la administración a gente de Unidas Podemos. La leche se dicen, pero qué hemos hecho mal, quién  ha puesto a ese tío aquí. Porque el muy imbécil no se da por aludido, envuelto en una nube de ampulosidad, solo él cree que Ciudadanos sigue cumpliendo la misión para la que nació, contrarrestar desde la derecha civilizada el empuje de la izquierda surgida de activismo civil.

Entregar un futuro político con cierta oportunidad a medio plazo por el prurito de sentirse importante ahora y ya, recuerda al duque Labrador mirándose altivamente en los espejos del palacio. Vienes sin comprender ni una sola palabra de lo que estaba en juego. Fundir semejante capital para entregárselo a otros partidos mejor posicionados como son sus socios, solo se le ocurre a un imbécil descerebrado. Pactar con el amigo invisible es más que pactar, pedazo de mameluco, es pactar incondicionalmente.  

La galería de actos incoherentes de este ampuloso hombre no tiene fin, son el retrato de un político que bebe de las fuentes inconfesables del poder: unos buenos amigos y una pose imponente. Claro que, qué otra cosa se podría esperar de un líder que tiene como segundo a Girauta. El campeonato de España de tontos de capirote se presenta muy reñido.

Hoy gran combate: Labrador vs Rivera