viernes. 19.04.2024

¡Es la estupidez, economistas!

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Hay que enfrentarse a la estupidez porque el programa económico y el respaldo al sostenimiento del Estado de bienestar está garantizado por el deseo mayoritario de la ciudadanía

El título de esta tribuna parece una más de las trabucadas sentencias de Rajoy, como la del alcalde que quieren los vecinos o el del mío suyo beneficio político. Pero no, yo me reconozco incapaz de llegar a esa altura, proverbial, del disparate oratorio lingüístico. Se trata aquí de realizar una llamada de atención a los economistas y otros pensadores orgánicos de tantos partidos que se retuercen las meninges para articular un programa político que resulte coherente y aceptable para la mayoría de la población.

Entre éstos se encuentran en primera línea de fuego los responsables del partido en las delegaciones, círculos, asambleas, agrupaciones, etc, personas cuyas responsabilidades les lleva a mantener un estrecho contacto con las bases, la militancia o lo que sea, que reunidos en las sedes exponen continuadamente la problemática relacionada con su realidad circunstancial. Es un tipo de relación de tipo micro que genera un pensamiento también micro, de mirada hacia abajo, no les da luz en la cara pues tienen siempre la cabeza gacha. Luego están los estrategas, quienes se ocupan de analizar y contrastar tendencias sociodemográficas, estadísticas relativas a esta o aquella circunscripción, modulan las relaciones con los medios y cosas por el estilo. A estos tampoco les da la luz natural porque todo lo observan a través de la radiación de las pantallas de los ordenadores con los que pasan horas y horas. Finalmente nos encontramos con los traductores, los responsables políticos de describir los programas concretos para la acción. Aquí los economistas propiamente dichos se explayan convirtiendo toda la información anterior en sugerencias bienintencionadas para ganar la confianza de los electores y de paso resolver algunas cuestiones sociales de interés colectivo. La apuesta por más o menos deuda, la fijación de niveles salariales mínimos, afluentes para el sostenimiento de las pensiones, el cálculo de las necesidades para la financiación de la educación, la sanidad, etc., es su terreno. Todo ello loable.

Loable cuando es honesto y sincero para alcanzar el bien común. Porque en algunos partidos lo que vemos es una simulación del proceso para que el resultado programático sea bajar pensiones, subir hacia abajo el salario mínimo o favorecer la entrega de los bienes públicos a manos privadas para que con ello se forren los donantes nacionales y extranjeros que se esconden tras las siglas montaraces. Al retorcer datos y opiniones hasta que concuerden con los intereses del amo, les lleva más a lanzar programas lunáticos, llenos de prejuicios y veleidades,  a plantear tal conjunto de estupideces que ya resulta imposible parar.

Y aquí está la cuestión, es la estupidez lo que hay que combatir, no se trata de presentar el programa más inmaculado jamás soñado por nadie para combatir la sarta de idioteces que se presentan como modelo político de la derecha. Tampoco creo que sirva para nada registrar el más pulcro y puro programa comprometido con la clase obrera, los oprimidos y los desheredados. La derecha plantea marcianadas porque la estructura social y la forma del Estado actual ya son de derechas, por ello para retener el voto que se les escapa de los descontentos inventan un montón de papanatadas y de paparruchas insostenibles, porque no puede hacer otra cosa más que delirar para hacer tragar a una suficiente mayoría un modelo social que no beneficia más que a los que ya han sido bonificados con negocios, prebendas y títulos nobiliarios (esos que nada más verte ya te pueden calificar de pijo subvencionado hagas lo que hagas).

Hay que enfrentarse a la estupidez, porque el programa económico y el respaldo al sostenimiento del Estado de bienestar está garantizado por el deseo mayoritario de la ciudadanía. Son los estúpidos y sus malintencionados programas quienes desean hacerlo desaparecer, y hay que denunciarlo, pero por estúpido y por inmoral, no por ineficiente.

Lo dicho me lleva a proclamar lo que me parece debería ser el grito de la izquierda: economistas y estrategas de todos los partidos, uníos. Uníos en la lucha contra la indecencia y la imbecilidad, uníos en destacar el peligro que representa un país regulado por la falsedad y el descompromiso social. Uníos y haceos fuertes porque el peligro es enorme: el reino de la estupidez.

Pero hay que decir que en las izquierdas se debe estar particularmente atento, pues aquí se cocina un pote programático de un nivel de sutileza que tan solo resulta paladeable para el degustador avezado. Los programas entre unas y otras formaciones difieren tan escasamente que parece que las diferencias son caprichos, estupideces al fin. De modo que por ahí no sigáis economistas e intelectuales orgánicos, no hay nada que ganar, se trata de combatir la estupidez, también la que hay en casa.   

Ya lo dijo M.Rajoy ¡es la estupidez, economistas! ¿o no lo dijo él? Se lo preguntaré a Abascal.

¡Es la estupidez, economistas!