jueves. 28.03.2024

Desconfinar la educación

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Y no me refiero a acelerar la vuelta a las clases de todos los alumnos, del jardilín a la universidad. No me refiero a ese  desconfinamiento tan deseado por muchos padres y algunos alumnos, siendo deseable la rápida vuelta a un espacio social tan civilizador como son la aulas, lo que creo que debe hacerse es un desconfinamiento histórico de la educación. Estamos en una situación de puerta abierta para rectificar una trayectoria sostenida en el tiempo por fuerzas que han encontrado en la inercia su oportunidad de prevalencia.

La educación ha estado confinada y reducida a una actividad limitada, como ocurre a muchos de nuestros derechos recortados por motivos de salud en estos dos meses. La educación fue encanijada desde sus orígenes, en sus primeros momentos fue una actividad reservada solo para las elites marginadas de la línea patrimonial. Los primogénitos se hacen con el patrimonio y para los segundones queda la educación vía monacal o por puro placer. Con la aparición de la industria artesanal y la administración de los burgos mercantiles, la educación comienza a jugar un papel diferente en el adiestramiento que la convierte en un útil social, alejándose paulatinamente de sus virtudes intrínsecas como vehículo de expansión de la propia existencia. Sea para instruir sea para diferenciar, la educación evoluciona en el tiempo hacia propuestas prisioneras de sus deudas heredadas. Excepto en algunos momentos y en algunos lugares, como en el Toledo de Alfonso X o la Bauhaus de Walter Gropius, la educación no ha podido deshacerse de esa condición de utilidad social que la condena a un confinamiento en un lugar fijado de la estructura social: reproducir lo dado, perpetuar el estatus quo.

La autorresponsabilidad sí es la tarea de la educación y por más inri, de la educación a lo largo de toda la vida, una vida vivida como una sucesión de cambios voluntarios o impuestos que se nos presentan como retos cambiantes con la propia educación como única ayuda

Y andando el tiempo llegamos a nuestra actualidad que, más allá de la aprobación de la Lomloe, la ley educativa planteada por el gobierno  progresista para deshacerse de las ranciedades de la propuesta Wert, abre un escenario de replanteamiento de la educación que debería ir al fondo de la cuestión. La educación es obviamente una utilidad social pero ¿qué tipo de utilidad debería albergar? Si vamos a continuar describiendo meandros para ajustarnos o alejarnos de las riberas trazadas por un sistema educativo esculpido por los requerimientos de su propia historia, mal vamos. Porque el cauce (siguiendo la metáfora) hace ya tiempo que se encuentra enfangado, fluye lo justo para no caer en la desesperación, pero no riega los campos que deben dar frutos adaptados a las necesidades del ahora, no de siglos pasados.

Las sociedades modernas, mucho menos estamentales en su base de lo que lo son en sus representación política, requieren, más que de un sistema educativo, de la educación por sistema. La educación no puede seguir organizándose como una fase de la construcción social que prima la instrucción laboral de la población y provee de criterios para validar el aprendizaje, técnico o artístico, de las verdades aceptadas.

Porque nuestras sociedades son tan agiles y volátiles que instruirse para un espacio laboral o para reconocer los hallazgos de la ciencia o de las artes carece de sentido prospectivo, no tiene recorrido, que es para lo que debería servir la educación, para pertrecharse para desarrollar una vida larga, digna y rica. Esto ya lo apuntaba la visión crítica de la educación previa a la pandemia, pero ahora la cosa explota. La dichosa enfermedad desnuda la fetichización (Tezanos dixit) de la seguridad ante el provenir que justifica un u otro modelo educativo. Todo ha saltado por los aires, no hay más seguridad que aquella que puedan crearse los individuos y sus correlatos comunales. Y no me refiero exclusivamente a la seguridad sanitaria, que es perentoria, me refiero seguridades relacionadas con las competencias con la que cada sujeto pueda enfrentar el mundo que está por venir.    

Las empresas más competitivas ya no organizan sus plantillas en función de currículos concretos, si no a partir de la constatación de competencias y capacidades de los aspirantes que pueden haber sido adquiridas de manera ajena a la credencial emitida por las instituciones académicas. La creación de espacios de formación ad hoc (véase por ejemplo España 42 de la fundación Telefónica) son una reacción racional al marasmo de los masters comerciales, inapropiados o abiertamente fraudulentos que nos rodean.

La producción de arte y de los símbolos e iconos que interpretan nuestro tiempo no siguen ningún camino preestablecido, el currículo es igualmente innecesario en este campo, solo cabe el trabajo y el compromiso de artistas y creadores. Sea para generar riqueza material, sea para generar riqueza espiritual, lo cierto es que la educación esclerotizada tal como la gestionamos carece de sentido.

El Covid 19 recalca que nada está garantizado y nos dice: aprende del mundo que te rodea, se sabio en tus relaciones con los demás y con la naturaleza y actúa con prudencia, como una persona que juiciosa, informada y con criterios propios convive toda su vida de manera responsable, no de manera acreditada. La autorresponsabilidad sí es la tarea de la educación y por más inri, de la educación a lo largo de toda la vida, una vida vivida como una sucesión de cambios voluntarios o impuestos que se nos presentan como retos cambiantes con la propia educación como única ayuda.

Hay que sacar la educación del confinamiento utilitario porque ahí no tiene ninguna utilidad.

Desconfinar la educación