viernes. 29.03.2024

La ciencia al rescate del trabajo

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La ciencia se consolida con la acumulación de conocimientos (investigación) y se perpetúa mediante la difusión y socialización de sus hallazgos (docencia)

Los jinetes del apocalipsis contemporáneo, cambio climático, desigualdad, migraciones y guerra, acaban de invitar a un quinto a su cabalgata macabra, el trabajo, más en concreto el futuro del trabajo. Y resulta particularmente difícil resistirse a su virulencia, pues carecemos de mecanismos de defensa adaptados a su rigor. Contra el cambio climático cabe la contención y el decrecimiento. Contra la desigualdad se impone el ejercicio  de la honestidad y la equiparación. El efecto desestructurador de las migraciones puede combatirse mediante prácticas elementales de humanismo y solidaridad.  Si no quieres la guerra, prepárate para la paz se puede argüir como suero ante el belicismo rampante.

Pero el futuro del trabajo es un reto que nos deja perplejos, no atinamos a responder ante la demoníaca amenaza que supone la transformación radical del trabajo a la que asistimos.  Somos incapaces de prever cuáles son los cambios determinantes del trabajo del futuro y cómo va a afectarnos. Lo que sí sabemos es que una transformación profunda desdibuja el concepto mismo de trabajo.  Y sería bueno que tratásemos de ir a la raíz de dicha transformación en lugar de quedarnos en sus efectos, esto es si va a haber más o menos trabajo, si va a estar más o menos gobernado por la robótica, qué papel jugará la inteligencia artificial en todo ello y otras cuestiones que ligadas a la evolución de datos de coyuntura, nos alejan de la lectura de las profundidades del fenómeno.

El trabajo, además de ser la fuente de renta para una parte importante de la humanidad, es un instrumento de civilización y de progreso personal. El trabajo es lo que permite a un colectivo de personas distribuir su esfuerzo para lograr mejorar las condiciones de vida, tanto las materiales como las espirituales. En este afán de empujar la riqueza agregada, se produce un proceso de engrandecimiento de la persona que está conectada a los procedimientos y procesos del logro en el trabajo. Tanto es así que pude decirse que una persona, toda persona, es aquello  que hace o que podría hacer si se dieran las condiciones adecuadas. Del mismo modo, desde una perspectiva histórica, toda sociedad adquiere el nivel de civilización que el conjunto de las habilidades y expectativas de sus componentes son capaces de activar en forma de métodos de trabajo y de fijación de objetivos de producción. (Esto es filosofía materialista en segunda derivada que deseo expresar como axioma por carecer de espacio para el debate, que lo requiere).

Pero lo que no necesita de interpretación es el proceso de empobrecimiento del trabajo característico de la actualidad, de todos y cada uno de los procesos de trabajo, en los que la destreza y la implicación del ser humano en su tarea ha sido sustituida por mecanismos previos de garantía. Esto quiere decir que ya no es necesario que el trabajo sea realizado con una extraordinaria perfección, pues el sistema genera mecanismos de aseguramiento de calidad y de autocorrección que convierten la pericia en un derroche prescindible. Algo similar ocurre con su transmisibilidad. Prácticamente todo proceso de trabajo cohesionado en eso que se llamaba profesionalidad, disponía de un mecanismo de transmisión de una generación a otra de trabajadores o ejecutantes que, por razones similares a lo anterior, también desaparece. El sistema automatizado puede proveer de claves simples de ejecución para terceros sin apenas contacto con la base del ejercicio productivo. Es decir se puede trabajar en casi cualquier  cosa siendo un total inexperto o un patán.

Desposeído el trabajo de sus más nobles fundamentos, la perfectibilidad en el propio ejercicio de trabajo y la transmisibilidad (esa joya otorgada en dote por el trabajo experto al conjunto social), éste se encuentra desarmado y entregado inane a la insidia que hará del esfuerzo  pasto de la precariedad.  Cuando un productor no puede hacer suyo el camino de perfección y la vocación de enseñar a otros no tiene sentido, entonces el trabajo pierde su eventual poder emancipador.

Y porque las amenazas al trabajo se concentran en expoliar al ejecutante de estas dos emociones, la de la perfección y la de la transmisión, es por lo que el futuro del trabajo sí es un auténtico quebradero de cabeza, una gran amenaza tanto como el incremento del C02 en la atmósfera, no porque vaya a haber más o menos máquinas, más o menos tareas a repartir entre muchos o pocos candidatos. Si éste fuera el problema podríamos encararlo mejorando nuestros sistemas de gestión del propio trabajo. Lo que amenaza al trabajo del futuro es la falta de amejoramiento de lo producido por influjo del trabajo en curso y el descompromiso  del ejecutante frente a las generaciones venideras.

Justo esa es la base social del trabajo científico: Perfección y Adiestramiento. La ciencia se consolida con la acumulación de conocimientos (investigación) y se perpetúa mediante la difusión y socialización de sus hallazgos (docencia). En tanto que proceso productivo, el modelo de la ciencia es el antídoto que puede combatir la destrucción del trabajo entendido como elemento de organización y desarrollo social.

La ciencia al rescate del trabajo