viernes. 19.04.2024

Ciencia y Equidistancia

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La ciencia se halla ante uno de sus retos históricos, uno que puede modelar el desarrollo de la misma a lo largo de los próximos, digamos 300 años, un lapso de tiempo no llamativo para los parámetros en los que se desenvuelve. La ciencia, como las sartenes profundas, sirve para lo grande y para lo chico. En su profundidad encuentra remedios para lo inmediato, pero su valía reside en estar dispuesta a cocinar lo grande, ya digo, tan grande que requiere siglos para su universalización. Las leyes de la mecánica newtoniana están tan contrastadas que permiten explicarnos el mundo macroscópico y adecuarnos al funcionamiento predicho por ellas. Una tuneladora subterránea y un satélite de comunicaciones situado en el  espacio, actúan respetuosamente de acuerdo con las proposiciones de la atracción entre masas descritas por Newton, muerto en 1727. Las leyes de la mecánica cuántica, aún en construcción, poseen verosimilitud relativa a los fenómenos subatómicos y sobre todo al comportamiento de la luz, pero de momento su existencia no ha sido capaz de modificar la conducta del ser humano respecto de la naturaleza que le rodea. 

La ciencia parece asumir un tranco largo para acceder al reconocimiento y a exigir respeto por sus postulados. Esto, que más que humildad, puede definirse como convicción y valoración de los datos relativos a la evolución y aceptación social de sí misma, la convierte en un sistema  aprensivo, dubitativo, inmaduro o que se sé yo que otra cosa blanda, que ahora debe combatir. La ciencia está sufriendo acoso por parte de la chalanería que va más allá del esoterismo supersticioso religioso o secular, y debe reaccionar pues la cosa aprieta.

La ciencia debe cavar una trinchera para hacer frente al reto histórico que se le avecina: entrar en el terreno de la prescindibilidad

Cualquier indocumentado con una alcachofa en sus fauces es capaz de poner en entredicho los hallazgos más rotundos de la ciencia y tratar a sus generadores como si éstos fueran uno más de los fans de lo suyo. No puedo soportar ver como algunos personajes se enfrentan a la recomendación científica arguyendo datos falsos, rumores no contrastados o pervirtiendo la aplicabilidad de la recomendación científica amparados en la pusilanimidad de las replicas. La ciencia no puede ni debe seguir aceptando la equidistancia que la caracteriza, no debe ocupar un lugar tan próximo o lejano del centro de toma de decisiones relevante como si de cualquier lobby de comunicaciones se tratara. No, la ciencia no es uno más de los actores cortesanos que se pirra por afectar al rey. Y porque nunca lo ha sido es por lo que debe establecer un terreno de distancia infranqueable entre ella y la opinión. La ciencia debe cavar una trinchera para hacer frente al reto histórico que se le avecina: entrar en el terreno de la prescindibilidad.

Son varios conocidos, y otros tantos menos expuestos, quienes sienten idéntica tentación de mandar la ciencia al sótano donde se encuentran las cosas viejas e inútiles. Son todos esos fantoches para quienes las ciencias son una mosca cojonera siempre molestando contradiciéndoles. No importa si eso pasa en Washington, Brasilia o la Casa de Correos en Madrid, el discurso tiende a malinterpretar lo dicho por la ciencia corrigiéndola, descalificándola o contraponiendo intereses personales revestidos de una solemnidad que impacte. Ellos se enfrentan a la ciencia y no les tiembla la voz cuando recomiendan tomar lejía para desinfectase o formar a sus equipos de sanitarios rastreadores a través de infojobs. Se saben en un error, pero también se saben capacitados para retar al conocimiento y esto es lo que consideran importante, el jaque.

Una vez te he puesto en entredicho, el entredicho es lo que importa, ahora me basta con habilitar hospitales fantasma o levantar muros de papel, ya no dictas la verdad. Y en esta tesitura la ciencia no puede renunciar al combate. O lucha, desenmascara, evidencia, comunica y sobre todo denuncia, o muere. El auge del negacionismo populista es una corriente política que abandera el arrinconamiento de la ciencia. Para sus promotores la ciencia no aporta nada y rara vez encuentran puntos de conexión con las inquietudes propias del descubrir. Al contrario, parece que el conocimiento tiende a desacreditar sus posicionamientos. Se sienten antagonistas sin prejuicios.

El negacionismo populista lo sabe y la mayor parte de la comunidad científica también, pero mientras ellos gritan y mienten de manera desinhibida, la ciencia farfulla y tiende a comprender y relativizar, utiliza canales auxiliares para expresar su preocupación y rechaza la confrontación. Pero ahora es la hora. En medio de una pandemia devastadora el número de los reacios a la vacunación crece sin que la ciencia haya sido capaz de denunciar las connivencias establecidas entre autoritarismo y credulidad.  

La ciencia debe renunciar a una equidistancia anómala y abandonar su espacio de confort económico o corporativo si fuere necesario.

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