sábado. 20.04.2024

¡Basta ya de hegemonía!

Desde que Gramsci introdujera la cuestión de la hegemonía en el centro de la acción y la reflexión del partido que aspira a liderar el cambio social en un momento histórico dado, la izquierda no soviética ha sido incapaz de saltarse este rigorismo, necesario quizás en los años 30, cuando el político teórico y activista italiano lo plantea como una exigencia de coherencia entre un mundo que aspira al cambio y los instrumentos que trasladan la voluntad de cambio a la escena de la acción política concreta. La relación de la clase ascendente y la organización política que la organiza depende de un status hegemónico del partido sobre la clase que todavía hoy marca la táctica de los partidos progresistas.

Prueba de lo que digo es la analogía que puede establecerse entre Vistalegre II por un lado y la elección del secretario general del PSOE por otro. En ambos casos lo que se produce es una lucha interna que pone en relación a la dirección de sendos partidos de la izquierda con la cuestión de la hegemonía. En el PSOE la hegemonía del partido vinculada a las clases sociales anhelantes de cambio  oscila entre el posibilismo moderado defendido por el stablishment y el moderado rupturismo de Sánchez. De momento gana la batalla la segunda visión del papel que un partido hegemónico de la izquierda debe proyectar sobre las capas sociales que le secundan.

En el caso de Vistalegre II, Podemos se encuentra, a mi modo de ver, en una situación similar aunque con alguna diferencia. En Podemos se sienten partido hegemónico entre las clases ascendentes que aspiran al cambio social. Su representatividad entre los estratos radicalizados  jóvenes, urbanos, educados y cosmopolitas le invita a pensar que su hegemonía en la izquierda está garantizada, lo que queda es fraguar el partido hegemónico. Y a ello parecen haber dedicado los  mayores esfuerzos de los últimos meses.

Es posible que pasar por esta fase de lucha por la hegemonía sea irrenunciable, lo dice el vademécum de la ciencia política de Maquiavelo en adelante. Pero yo creo que ya vale, ya se ha enfrentado este conflicto y queda claro que hay espacio para liderar o hegemonizar una parte de la izquierda, pero no toda la izquierda. Y además no lo necesitamos, no necesitamos un partido que en su esplendor  heroico abarque a toda la izquierda, ya lo dijimos por boca de los Stranglers hace 25 años, no necesitamos más héroes nunca más. Necesitamos comprensión y colaboración para organizar los intereses diferentes (no divergentes) de clases o estratos sociales que tienen su propia identidad y sus aspiraciones claramente definidas y sin incompatibilidad ¿Entonces para qué necesitamos hegemonía en la idea de progreso? Lo que necesitamos es liderazgo en la colaboración.

Desde la irritación más profunda que creo compartimos millones de personas que aspiramos a un mundo más justo, más comprensivo y más solidario, basta ya de pugna por la hegemonía. Basta ya de que mientras tanto el estado se pueble de personajes siniestros que ejercerán poder tácito una vez desaparezcan los Rajoy y compañía, ellos nos devolverán  a la lucha por la hegemonía en la izquierda descompuesta por otra batalla perdida. Hemos dejado pasar  una ocasión irrecuperable para haber puesto coto a tanto desmán, basta ya. No es tan difícil, pensemos en Portugal.

La cuestión de la hegemonía resultaba determinante en la primera mitad del siglo XX con escasas instituciones que acogiesen la sensibilidad de la izquierda (más allá del movimiento sindical). La preeminencia política resultaba esencial para poder crear un discurso coherente  que fuese difundido con la amplitud y profundidad que la escasez de medios de comunicación impedía. Ante el ostracismo institucional, la respuesta unívoca creada en las cocinas del partido hegemónico parece lógica. Pero tal actitud carece de sentido revolucionario aquí y ahora. 

Son muchas las razones que promueven la aspiración de cambio que bulle en el conjunto de clases  y estratos sociales amplio y abierto de nuestro país, en consonancia con la evolución de  sociedades con las que estamos emparentados. En este contexto de pluralidad, la aspiración a la hegemonía del partido que se siente vanguardia no es sino una petulancia.

Una petulancia como todas, inútil, que nos lleva a trasladar la reflexión de Tolstoi a la  escena política: Todos los partidos triunfadores se parecen entre sí, los perdedores lo son cada uno a su manera. Ya habrá tiempo de responsabilizar del desastre a otros.

¡Basta ya de hegemonía!