jueves. 18.04.2024

¡Al turrón!

Gritar un estentóreo al turrón es el equivalente cheli de eso que nos recomendaba Ortega: ¡españoles, a las cosas! Al turrón y a las cosas son sinónimos y expresan ambos a las mil maravillas la necesidad de dejarse de zarandajas, meter las manos en la harina, no marear la perdiz, ponerse a ello y otras mil formulaciones similares para combatir el dedicarse a tocarse el bolo y vivir de las rentas. O lo que es lo mismo,desenmascarar el esforzase en hacer nada.

Pues bien, nos encontramos en una situación ideal para gritar un clamoroso al turrón, a ponernos a hacer las cosas que nos exigía el filósofo. Y parece que, al menos en el arranque del gobierno de progreso, las cosas se hacen o se encaran. El entendimiento de las fuerzas de izquierda supera el estigma de su adscripción central o periférica. Se desvanece la estúpida idea de que se puede ser decente y formal desde cualquier punto de la geografía, pero no se puede aspirar a un mundo mejor organizado si lo dices desde Euskadi, Valencia o Cataluña.

La compatibilidad de las fuerzas de progreso sea cual fuere su ascendencia y trayectoria es bencina para el motor de la historia de este país, que anda gripado desde hace muchos años. Las cuestiones fundamentales en torno a la organización territorial y sus instituciones federales, la clasificación de la jefatura del estado y la extensión de los servicios y prestaciones del mismo, particularmente en el fomento de la instrucción pública, son tareas pendientes que exigen ponerse a ellas, al turrón. Reconstruir la alianza de los desposeídos de todas los rincones de la península es una cuestión previa necesaria, y si me apuras, en vías de suficiente como comienza a verse, porque de lo que se trata es de recuperar la iniciativa.

La liga de los impulsores de los PGE no forman un equipo de gobierno, en absoluto, pero conforman algo mucho más importante: la sutura del fragmentado deseo de cambio. Las aspiraciones republicanas en Cataluña han dejado de ser una característica levantisca de esa parte del país, pues coinciden con la asumida revisión del papel de la corona como pegamento de realidades territoriales diferenciadas. La monarquía centralista es claramente disfuncional, y antes que después será apartada por referéndum popular o por sentencia de los tribunales anticorrupción. La defensa de la educación pública prima por  igual y con idénticos efectos en Galicia, Andalucía o Extremadura. La LOMLOE no es la mejor ley de educación, pero tiene la propiedad de desvelar las injusticias y prebendas de un modelo elitista, como las radiografías hacen con la rotura de huesos, algo previo a su sanación.

El derecho en exclusiva a la interpretación de la Constitución decae, una apropiación inteligente de la derecha que entendió desde el comienzo que se pude gobernar directamente o hacerlo en   diferido a través de tribunales que leen los artículos y las leyes como si fuesen los hexagramas del I Ching, se resquebraja. Los cambios procedimentales en la instrucción que trasfieren poder a la fiscalía acabará afectando a un modelo de organización de la justicia ampliamente influenciado por el ingreso a la judicatura, sistema afectado por el origen de clase de la mayor parte de sus miembros, los jueces hijos y nietos de jueces, que reproducen el compromiso de la justicia con una forma carpetovetónica de entender el respeto a la ley.

Y así una tras otra. Las relaciones sociales de base económica, tanto las de producción como las de distribución, han comenzado su revisión. La legislación en materia laboral es el hecho determinante, corregir los desmanes de la reforma laboral es algo más que un símbolo, es una guía de conducta, y esa parece ser la cuestión de fondo: más que obsesionarse por el articulado, concentrarse en impactos y proyecciones.  Sucesivas intervenciones en materia de empleo y vinculación laboral parece que apunta a extirpar el puesto de trabajo de la endemoniada exigencia con la que aparentemente los mercados globalizados esclavizan a los santos patronos nacionales, obligándoles a hacer lo que no quieren y odian: pagar poco, comprometerse menos.

La fiscalidad, la piedra de bóveda de la redistribución de la riqueza, cuestión eternamente orillada por la derecha en su sacrosanta defensa de los derechos adquiridos sobre propiedades y rentas, viene al centro del debate político. La pesadilla Ayuso va a traer al mundo de la vigilia todo lo que dormía en el reino onírico de los sueños irrealizables: fiscalidad progresiva desestigmatizada.  Las estadísticas[i] no mienten, el 57,5 de los españoles asume que los impuestos sirven para que el estado pueda prestar servicios, y crece el número (47,2%) de los españoles que están dispuestos a pagar más impuestos a condición de obtener mejoras. Blanco y en botella.

Así es que, mientras algunos se dedican a convertir Madrid en una chabacana kermes popular, yo grito que los españoles mejor a las cosas, ¡al turrón!

[i]Opinión pública y política fiscal (CIS estudio 3259)

¡Al turrón!