viernes. 29.03.2024

Cien días en blanco

El modelo andaluz, multiplicado por los previsibles resultados del 25 de mayo, abre un camino de muy difícil recorrido para establecer gobiernos estables.

Más de de nueve millones es españoles residentes en Andalucía siguen pendientes de que cinco fuerzas políticas, representadas en su Parlamento regional, encuentren una fórmula mágica que permita la formación de un gobierno que se ocupe, de una vez, de resolver sus problemas, que no son pocos. Los que hayan hecho el recomendable esfuerzo de seguir en su integridad los discursos del Debate de investidura, y no formarse el criterio en función de versiones interesadas y sesgadas, estarán hoy tan desconcertados como yo mismo ante la contradicción existente entre la coincidencia de fondo tanto en el diagnóstico como en buena parte de las propuestas planteadas por Susana Díaz, tras asumir muchas ideas de los grupos minoritarios, y la incapacidad posterior para alcanzar un mínimo acuerdo.

Así las cosas, ante la previsible imposibilidad de que la única aspirante a formar gobierno en Andalucía alcance el suficiente respaldo el próximo viernes, ya con la campaña de las municipales en marcha, se abre la vía de un goteo de votaciones continuas, de incierto pronóstico, y al albur de fenómenos exógenos, o el anuncio formal de convocar nuevas elecciones. A nadie se le oculta que esta es la última baza en la manga de la presidenta en funciones, que puede confiar en mejorar sus resultados de marzo si es capaz de trasladar al ánimo de los andaluces que son los otros grupos políticos los que por intereses de supuesta rentabilidad partidaria han bloqueado cualquier solución, siendo incapaces, por otra parte, de constituir una alternativa en torno a otro candidato. La jugada es arriesgada, por supuesto, en el sentido de incrementar el grado de abstencionismo y contribuir al descrédito de la llamada clase política. Ahora ya no a escala bipartidista, sino afectando a aquellas nuevas formaciones que hacían bandera de su sentido regenerador de las viejas prácticas en el reparto del poder.

El modelo andaluz, multiplicado por los previsibles resultados en diversas Comunidades y Ayuntamientos de toda España a partir del inminente 25 de mayo, abre un camino de muy difícil recorrido para establecer gobiernos estables y, lo que es más importante, eficaces para gestionar los mandatos democráticos emanados de las urnas. Anticipo, quién sabe si vacuna, de lo que pueda ocurrir respecto al Gobierno de España cuando se produzcan, este mismo año, las elecciones generales. No puede extrañar que, aún pareciendo inoportunas, empiecen a lanzarse sugerencias sobre la necesidad de modificar las leyes electorales. El debate, alentado por las experiencias propias y avivado por la iniciativa de Renzi en Italia, va a quedar latente ante la urgencia de la campaña y la prioridad de arañar hasta el último voto en un barrio. Pero recobrará fuerza el día después. El equilibrio institucional, basado en un bipartidismo imperfecto, forma parte de la historia. Va ser preciso arbitrar nuevas fórmulas para garantizar que conviva un mayor pluralismo en los órganos legislativos con la imprescindible estabilidad en los ejecutivos. Es verdad que no haría falta afrontar precipitadamente una reforma constitucional de tal calado -necesaria en todo caso- si imperara una cierta dosis de sentido común y se antepusiera el interés de los ciudadanos al de ciertos cuadros políticos fascinados por juegos de tácticas y estrategias de salón. El ejemplo andaluz, sin embargo, no permite el optimismo. Y lo más grave es que nos acostumbremos al modelo italiano del pasado, cuando los habitantes de “la bota” desarrollaban sus vidas y sus negocios con plena naturalidad en ausencia de gobiernos….con etapas prolongadas de “ejecutivos en funciones” y gobiernos reales en la sombra.

Cien días en blanco