viernes. 29.03.2024

¿Abstención?, no, gracias

El desánimo amenaza con germinar entre los votantes de la izquierda, en un ejercicio paradójico de sumisión ante lo que se diseña como inevitable.

El desánimo amenaza con germinar entre los votantes de la izquierda, en un ejercicio paradójico de sumisión ante lo que se diseña como inevitable

De manera ya muy poco sutil, los llamados creadores de opinión están alentando la desafección por las urnas en un peligroso ejercicio de exaltación de cualquier dato demoscópico que refleje la irritación de los españoles ante el fracaso negociador en el largo trámite de intentar formar gobierno, que ha desembocado en la convocatoria de nuevas elecciones, algo bastante previsible ante los resultados del 20 de diciembre. En esa misma línea argumental se orientan también quienes dan por sentado que nada va a cambiar en la voluntad de los votantes y que, en consecuencia, resultará absolutamente inútil la jornada del 26-J. Con esas premisas, y aceptada con naturalidad la idea de que la abstención favorecerá al Partido Popular, el desánimo amenaza con germinar entre los votantes de la izquierda, en un ejercicio paradójico de sumisión ante lo que se diseña como inevitable, pero que está en las manos de todos demostrar que es falso.

El impasible Mariano Rajoy, espectador silente de los esfuerzos ajenos por encontrar una solución a la crisis, parece respirar tranquilo, no tanto por la posibilidad de dejar de ser presidente del gobierno en funciones y recuperar la plenitud del cargo como por consolidar su liderazgo partidario si puede exhibir una nueva victoria electoral, por pírrica que resulte. Sus más cercanos asesores se vanaglorian del éxito de su táctica, consistente en agitar el patio ajeno y propiciar el enfrentamiento y el desgaste entre sus adversarios políticos. También valoran como rentable su decisión de no participar en los debates televisados de la anterior campaña, a excepción del “cara a cara” con Pedro Sánchez, y aspiran a neutralizar los actuales intentos -pura exigencia democrática- por realizarlos con la participación de los líderes de las cuatro fuerzas que -ahora sí- cuentan con respaldo parlamentario. Es de esperar que nadie facilite esa estrategia escapista con exigencias formales, que sólo servirían para reforzar la coartada.

La lógica preocupación por los gastos que supone una nueva campaña electoral, incluido el mensaje de acortar los tiempos, no debiera debilitar los esfuerzos de movilización ciudadana ni hurtar la necesidad de hacer llegar con claridad los programas en liza. No es cierto que estos meses de legislatura fallida en tantos conceptos, hayan sido absolutamente inútiles. Han servido para clarificar algunas posiciones y medir la talla real de los dirigentes que ahora encabezan de nuevo las listas. Se han comprobado afinidades y alejamientos radicales, pero que pueden mutar ante la convicción de que el 27 de junio habrá que encontrar -sí o sí- una fórmula de gobierno.

Agotado el tiempo de las culpas e iniciado el de las disculpas por algunos excesos verbales -¿sólo verbales?- llega el momento de poner freno a los discursos efectistas que únicamente enervan a la clientela propia y construir un relato de futuro con soluciones concretas a los problemas nacionales, que existen, y exigen la actuación de las instituciones, sin provisionalidad, salvo que demos por bueno que España funciona mejor sin gobierno y con un Parlamento en el que los pasillos-platós son más importantes que el hemiciclo. Y, ojo, que esa idea empieza a circular profusamente, impulsada por quienes no sienten demasiado entusiasmo por la democracia.

No es aburrido ir a votar. Costó mucho conseguirlo. Lo hicimos, con entusiasmo muchas veces y en circunstancias difíciles. Pero entonces nadie se atrevía a predicar abiertamente la abstención. Ahora se han caído algunas caretas.

¿Abstención?, no, gracias