jueves. 28.03.2024

Rendir cuentas

Sin lugar a dudas, entre los indicadores de calidad de una democracia está el rendimiento de cuentas, o accountability, el término inglés.

Rendir cuentas es el deber de responder ante una autoridad distinta o externa por el ejercicio de funciones públicas. Un tipo de rendimiento de cuentas es el jerárquico, es decir, el que existe entre un funcionario y su superior, pero aquí nos interesa más el político. Nos referimos al que está establecido entre los representantes políticos en las elecciones y los ciudadanos, y los de los gobiernos con dichos representantes. En este caso último hablamos de control parlamentario, una cuestión sobre la que estamos insistiendo en varios artículos. Uno de los aspectos más importantes de este control no es, curiosamente, que puede derivar en una censura de un ejecutivo, con la consiguiente posibilidad de que tenga que dimitir, ya que cuando hay mayorías absolutas eso es casi imposible, sino que establece que un primer ministro o un miembro de un gobierno sabe que está, por ley, sometido al examen por sus actuaciones u omisiones por parte de otro poder, es decir, que tiene el deber de dar explicaciones cuando es requerido generalmente por la oposición y que, por fin, debe estar dispuesto a asumir responsabilidades.

En la actualidad se presentan dos problemas en relación con el asunto que aquí tratamos. En primer lugar, la Administración Pública ha generado una multitud de organismos administrativos con altos grados de autonomía, en teoría regidos por criterios técnicos, lo que ha modificado en cierta medida los mecanismos de control, de rendimiento de cuentas. En muchas ocasiones se diluye la responsabilidad de los políticos, miembros de los ejecutivos o de otras administraciones públicas, como gobiernos autónomos o consistoriales, porque terminan achacando la responsabilidad a miembros de niveles inferiores del poder político o de funcionarios.

El segundo problema, aunque relacionado con el anterior, es la falta de una cultura política democrática plenamente desarrollada y asumida sobre lo que significa el servicio público. En este país se ha asumido el primer rendimiento de cuentas, es decir, el establecido entre el representante político y el electorado en el momento de las elecciones. Es la fuente de legitimidad de nuestro sistema político. Pero una elección parece que es equivalente, para algunos políticos, aunque no para todos, ya que eso supondría un reduccionismo injusto con altas dosis de demagogia y populismo, a una antigua patente de corso que permitiría hacer casi cualquier cosa sin rendir cuentas a nadie, despreciando a las cámaras legislativas u organismos de control. Pero, aunque en última instancia son las elecciones las que marcan la responsabilidad final, no podemos descuidar los controles que existen o deben existir para que se rindan cuentas de forma periódica y cuando ocurran hechos extraordinarios. La especial circunstancia de tener un gobierno en funciones desde hace muchos meses no puede ser excusa para que no rinda cuentas a las Cortes.

Entre las reformas institucionales que deben emprenderse para profundizar en la mejora de los resortes de un sistema democrático de calidad estaría, sin lugar a dudas, el fortalecimiento de los mecanismos de control en todos los niveles del poder y de la administración y/o el establecimiento de otros nuevos. Y no podemos olvidar nunca que nuestro país necesita una profunda reflexión sobre lo que significa una cultura democrática, algo que puede comenzar a aprenderse en la escuela, aunque algunos piensen que formar ciudadanos no es un objetivo del sistema educativo, y sea preferible formar emprendedores.

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