viernes. 19.04.2024

Participación y asambleísmo

Estamos en un momento para un posible cambio político capaz de instaurar un nuevo régimen que rescate a la secuestrada democracia.

Sí, señor. No es lo mismo una pareja,
una aldea de quinientas personas
o una ciudad  de cinco millones.
Tienen problemas diferentes.

Mario Bunge


Participación y asambleísmo. La escala, el número y el tiempo 

Hoy nos encontramos con una democracia secuestrada por las élites políticas y financieras

Hay que aceptar que la palabra democracia en la era de la globalización, dominada por el capitalismo financiero, nos suena cada vez más hueca. Casi ya no suena. No llega a nuestros oídos y menos aún golpea nuestro corazón y nuestra cabeza, ni moviliza nuestra voluntad. Este vacío, este silencio amenaza una convivencia pacífica y fructífera y puede destruir el sistema político más civilizado que los hombres hemos conseguido construir: la democracia, por imperfecta que sea. Imperfecta pero siempre abierta a perfeccionarse, a profundizarse con el esfuerzo de los ciudadanos, los habitantes de este planeta, vigilantes y dispuestos a enfrentarse a los enemigos que la propia palabra democracia es capaz de albergar y encubrir. Hoy nos encontramos con una democracia secuestrada por las élites políticas y financieras.

Frente a esta catástrofe amenazante se alzan voces individuales y colectivas, espontáneos u orquestadas, estructuradas física y virtualmente a través de plataformas, asociaciones, asambleas, movimientos o partidos políticos, que reclaman y luchan por una revitalización urgente y real del significado de la democracia como forma de convivencia justa y solidaria.

La participación y la voz colectiva de los ciudadanos se invocan como el camino, como el arma capaz de movilizar las fuerzas que se enfrentan a esta amenaza empobrecedora y suicida. Pero conviene que esta arma, la participación y la voz colectiva de los ciudadanos, no se degrade y se convierta en una invocación inane.

A la cita de Mario Bunge que ha motivado e introduce estas líneas, solo me atrevo a añadir una breve reflexión. Las palabras “pareja”, “aldea” y “ciudad” nos están remitiendo a relaciones colectivas con distintas dimensiones y cantidades, con distinta escala espacial y número de personas. Dos magnitudes, escala y número, que condicionan tanto la forma de entender los problemas y posibilidades que encierran cada una de ellas, como los mecanismos para enfrentar los problemas y desarrollar las segundas. Para oír la voz colectiva y para organizar y garantizar la participación real y eficaz, en el entendimiento, explicación y proyecto propios de cada escala, será necesario diseñar instrumentos políticos distintos. Si la asamblea en un pequeño barrio (quinientas personas, señala Mario Bunge) puede ser el vehículo adecuado y eficaz, dudo que sea viable en la escala del gran municipio y menos de la metrópoli actual.

Si la gestión en la construcción de un proyecto colectivo, su gestión cooperativa y el control de su desarrollo para un barrio puede nacer y conducirse desde la asamblea, desde la autoorganización, dudo que este método, este mecanismo de expresión colectiva, sea posible y eficaz en la gran escala territorial, en la que conviven gran número de personas con diferentes intereses, culturas y aspiraciones. Seguramente aquí es necesaria la estructuración de la voz colectiva a través de una rigurosa y a la vez flexible y transparente intermediación de organismos asociativos con una adecuada jerarquía, llámense plataformas, sindicatos, partidos... En este caso el reto está en diseñar colectivamente estas posibles organizaciones sociales y políticas, garantizando su transparencia, más aún su permeabilidad a la voz de los ciudadanos a los que pretenden representar, que dispondrán en todo momento de los mecanismos para disolver y castigar su alejamiento de la ciudadanía o su traición al programa pactado.

Hay otra magnitud que incide en las formas de autoorganizarse de nuestras sociedades, garantizando la voz y la participación colectiva en las decisiones de gobierno. El tiempo. El tiempo en el que es posible entender y diagnosticar correctamente los problemas y diseñar los proyectos de futuro. Y el horizonte. El tiempo previsible, casi ineludible, por muy voluntariosos que queramos ser, en que las propuestas, el proyecto, pueden tomar tierra y encarnarse en la ciudadanía. Una magnitud temporal que, de forma semejante a la escala y el número, condicionará tanto la fiabilidad del diagnóstico como la credibilidad del proyecto, evitando así la frustración debida a la miopía o la precipitación. El optimismo irreflexivo de la voluntad frente a la cautela de la razón.

Y no añadiré más magnitudes pero sí una condición: la incertidumbre. Una categoría, la incertidumbre, que estamos obligados, por rigor intelectual y moral, a introducir en cualquier proyecto humano, individual o colectivo (más en este último caso, pues es mayor la responsabilidad). No como accidente imprevisto y sí como avatar ineludible. Incertidumbre cuya importancia en el proyecto va a estar muy relacionada, de menor a mayor, con la escala y el número sobre el qué y para el qué construyamos un proyecto político. La visión y el método estratégicos se imponen. Y el voluntarismo ideológico debe modularse manteniendo fijo un horizonte, regido por la libertad, la igualdad y la fraternidad, como meta a alcanzar en una acción auténticamente progresista, revolucionaria. (Ayer hubiera añadido “de izquierdas”. Hoy no me atrevo, pues al parecer y a pesar de Norberto Bobbio, ya no sirve para definir una política la confrontación de los términos izquierda y derecha. Yo no lo creo y sigo respirando en la atmósfera de la izquierda europea). La incertidumbre como condición de nuestro pensar, de nuestro proyecto, no justifica la renuncia a proponer metas que convoquen nuestras ansias y dirijan nuestros pasos y, menos aún, justifica a posteriori la traición fraudulenta cuando de incumplir compromisos programáticos se trata. Simplemente nos obliga a descubrir y diseñar sendas, zigzagueantes a veces, pero enmarcadas en una V de líneas rojas infranqueables, una V que sí nos conduzca a la victoria aún a costa de perder alguna batalla en el camino o rodear algún obstáculo.

Pienso que estamos en momentos germinales de un necesario y posible cambio político capaz de instaurar un nuevo régimen que rescate a la secuestrada democracia, prisionera hoy de los poderes institucionales, políticos y económicos. Un nuevo régimen capaz de abrir la puerta a una gozosa irrupción de la voz colectiva articulada en una participación eficaz en el proyecto y el caminar de nuestra sociedad. 

Participación y asambleísmo