sábado. 20.04.2024

Las calles vacías no son la ciudad

aplausos

Solo su esqueleto. Son los ciudadanos caminando juntos, para la celebración de la fiesta o el duelo, de la reivindicación o el aplauso, los que con su presencia dan vida a las fábricas silentes de la arquitectura.

Es el paseante solitario o el que medita en un banco soleado. Son los que llenan las aceras en pequeños grupos y charlan, discuten o comentan los escaparates a su paso. También el coche domesticado, el autobús o la bicicleta que surcan las calzadas. Porque la sangre de la ciudad se mueve, acelerada o lenta, por sus calles y plazas.

Echo de menos la ciudad llena y me duele la ciudad vaciada por decreto. Y me asalta una preocupación: que el vacío y el silencio se hayan convertido en un paisaje de culto, mitificado en repetidos reportajes fotográficos que lo presentan como iconos admirados, cuando solo son el testimonio de una ciudad muda y congelada.

Como arquitecto apasionado con la ciudad, reafirmo el valor del balcón, que vuela sobre la acera, frente a la ventana, agujereada a ras de la fachada

La boca vacía de una estación de metro puede ser una hermosa, casi emocionante, imagen. Como una garganta seca y oscura, sin hálito, se asemeja a la boca desencajada de “El grito” de Munch.

Puedo alabar la sensibilidad y la pericia de fotógrafos y cameramans, capaces de descubrir belleza o, mejor dicho, imágenes bellas en un paisaje desolado.

Nuestras calles vacías solo se llenan con vida, con cuerpo y voz, desde los balcones que a las ocho de la tarde, ávidos de vecindad y deseos de solidaridad, se llenan de ciudadanos que declaran su presencia imprescindible para que la ciudad sea realmente una ciudad y no un mapa petrificado. Una maqueta de ladrillo, hormigón y vidrio.

Como arquitecto apasionado con la ciudad, reafirmo el valor del balcón, que vuela sobre la acera, frente a la ventana, agujereada a ras de la fachada. En los balcones nos incorporamos físicamente, de cuerpo entero, en el espacio común. En la ventana, solo nuestra imagen y nuestra mirada.

Vuelvo a la calle. El recuerdo de las múltiples manifestaciones, procesiones, marchas deportivas… a lo largo de mi vida en las ciudades, ha motivado muchas de las ideas que ahora escribo. Pero acerquemos el recuerdo y pongámonos sobre el mapa de Madrid.

Recordemos el ejemplar y prometedor 8 de marzo, donde miles de personas llenaron avenidas y calles desde Atocha hasta Sol.

Sobre el mismo recorrido, recordemos los 1º de mayo que año tras año han dejado marcadas en la calzada las huellas de miles de sindicalistas y de los que junto a ellos caminábamos reivindicando paz, justicia y libertad y anunciando un mundo mejor. Recordémoslos cuando dentro de unos días sintamos su triste ausencia en un ya próximo y nuevo 1º de mayo. Una ausencia que hará más evidente y significativo el vacío que hoy soportamos obedientes.

Dos recuerdos, dos imágenes que, sumadas a otros muchos eventos colectivos que han llenado de vida nuestras calles, a veces pacíficamente, otras muchas con la violencia de la represión policial, dibujan por sí mismas el mapa más vivo y apasionante de Madrid. Un mapa que hoy parece emborronado, casi oculto, en aras de una seguridad asumida por obediencia y responsabilidad colectiva como primera defensa frente a la propagación del Covid-19. Pero obedecer y asumir responsablemente un estado de alarma no puede matar la esperanza de que, “mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre”.

Las calles vacías no son la ciudad