jueves. 28.03.2024

Vienen

Vienen del desierto y la luna, del edén de nuestros primeros padres. Vienen de una tierra destrozada… huyendo de sus peores demonios.

Están fuera del sistema, no lo quieren. Son distintos. Piensan de otro modo.

Se equivocan en la forma, pero puede que no en el fondo. El papa emérito afirmó lo primero en una universidad alemana y hubo un revuelo considerable; de lo segundo no habló, no podía.

Están hartos de que utilicemos su numeración y su álgebra para practicar la usura y fabricar bombas atómicas.

En la concepción monoteísta de la divinidad están más avanzados que nosotros, seiscientos años por delante. Pero… les pierden las formas. ¡Cortan la mano a los ladrones!

Están fuera porque nuestro menos malo de los sistemas, con su aparente separación de poderes (que en realidad aglutina todos en las cuatro gestoras de fondos que mueven los hilos del poderoso Mercado), necesita que haya ladrones; no solo los de guante blanco que expolian los bienes públicos con negocios, corrupción o corruptelas; o los asesinos que generan guerras para alimentar a la industria armamentística y esta a la petroquímica que está pudriendo a la Tierra; nuestro sistema precisa de rateros y atracadores violentos para que los pequeños ahorradores no tengan más remedio que guardar su dinero en el banco, un monstruo que todo lo puede y campa a sus anchas imponiendo, arbitrariamente, las condiciones contractuales más leoninas que cabe imaginar.

No hace mucho, le conté a un amigo, nacido en la ciudad que da nombre a mi primer apellido, el juego que a veces utilizo para iniciar una tertulia: preguntar a los partícipes con quién cenarían un sábado; con qué personaje de la vida real, de la fantasía, de la literatura o de la historia. Quienes me conocen y han jugado conmigo a esto saben que yo, casi siempre, elijo a Jesucristo (no soy el único) y suelo exaltar con vehemencia lo maravilloso y alucinante que sería cenar con Él. Mi amigo, el de la ciudad que decía antes, no vio nada extraordinario en esa elección; él está con su dios cinco veces al día.

Vienen a quedarse. Quienes financian a los que los están echando de su tierra, lo tienen bien estudiado. Vienen con un dios que no necesita un representante con las llaves del cielo. Un dios grande y misericordioso, sin forma, sin peso, sin voz, sin luz… y sin palabra. Un dios de poesía. Un dios seiscientos años más joven.

Vienen con la paz que acompaña a la noche hasta el nacer de la aurora. Como los ángeles que descienden al mundo. Implorando ayuda en línea recta. Sin dudas. Convencidos de una otra vida… y de una victoria, lenta y fácil, sin derrotar a nadie.

Vienen dirigidos desde el más allá. En ciega rebeldía. Sabedores de nuestra ignorancia; de nuestros corazones enfermos; de nuestras mentiras; de nuestro vacío; de nuestra sincausa.

Vienen a redimirnos. Con la paciencia de los humildes. La serena alegría de los que nunca conocieron la soledad. Con la dicha de la esperanza. El poder de la fe. Y la inmensurable fuerza de la sumisión al Señor del universo.

Vienen de las mil y una noches, del país de la alfombra mágica y el genio de la lámpara, del laúd y la flauta, del alfanje y la cimitarra, de las reinas de ojos negros que cubren con seda la boca… y de los príncipes azules que cabalgan en corceles blancos.

Vienen del desierto y la luna, del edén de nuestros primeros padres.

Vienen de una tierra destrozada… huyendo de sus peores demonios.

Vienen al mundo del bienestar, de los derechos, de la libertad, de la solidaridad; de la codicia… y la abundancia; de los crímenes de género; del suicidio como primera causa de fallecimiento.

Vienen a un paraíso de corcho, al continente de las dos guerras mundiales donde los niños nacen con cuenta gotas, a la cuna del fascismo, del comunismo… y la democracia.

Vienen con otro dios bajo el brazo. Un dios muy joven que puede que aquí madure y ayude a mejorarlo todo.

Vienen