jueves. 28.03.2024

La izquierda y el sindicalismo

A comienzos del verano pasado, el Sindicato CC.OO. inició una campaña cuyo título REPENSAR EL SINDICATO tenía una doble motivación.

 Por una parte, hacer frente al desgaste sufrido en los últimos años ante la oleada de deslegitimaciones, “persecuciones”, insultos que los Sindicatos de clase tuvieron que soportar no solamente por la derecha más recalcitrante sino por una “nueva izquierda” que no tuvo ningún empacho en seguir muchas de las teorías conspirativas que los teóricos del “ultraliberalismo” fijaron en unas organizaciones que siempre se pusieron al frente de las movilizaciones en contra de los “recortes” y el “austerecidio”. El fantasma de la casta y la corrupción corrió en unos ambientes que buscaban el desprestigio más demagógico y falso de las organizaciones obreras. Obviamente esto no es “patente de corso” para eludir las serias responsabilidades de aquellas acciones o actos no solamente desaconsejables sino claramente punitivas.

Por otra parte y ésta es la que más me interés destacar, la crisis global dejó claramente “descolocada” y a la defensiva a unas organizaciones (no solamente las sindicales sino al conjunto de la izquierda europea) que no supieron o no pudieron reaccionar y plantar cara a un auténtico huracán con efectos devastadores en el ámbito del empleo, condiciones sociales y laborales y en la ya por entonces desgastada economía del bienestar.

A partir de esta premisa y sin creernos la posible reactivación económica que auguran algunos índices económicos y laborales, el sindicalismo español, desde mi  punto de vista, debería fijar su estrategia en lo global, pero también en lo local, en el colectivo de jóvenes pero también en el colectivo más desfavorecido y “desahuciado” de la crisis: los “sin empleo” mayores de 45 años, los activos e inactivos (las pensiones no corren peligro, pero entiendo que estamos ante una de las temas estrella en donde los Sindicatos más pueden aportar y decidir), la precariedad en el empleo, con las distintas fórmulas “sobreexplotadas” de trabajo a tiempo parcial, eventualidad sin causa justificada, minijobs, mercantilización del trabajo,….

En fin, defender al trabajador no solamente al fiel afiliado del sector industrial sino al indefenso del sector terciario, en las potentes corporaciones empresariales (multinacionales, en su mayoría) y en las endebles estructuras de las PYMEs. Todo ello sin olvidarse del carácter socio-político (sobre todo en el caso de CC.OO.) que le permita seguir defendiendo al trabajador no solamente en su centro de trabajo sino como ciudadano participativo.

Obviamente tanto el esfuerzo militante como el financiero (piedra angular     del “desgaste” al que fueron sometidos tras los recortes de políticas sociales ligadas al desmembramiento de los principales sujetos activos de las protestas habidas después de 2010) ha de ser inmenso, en la medida que se debe ganar muchísima afiliación, pero también recuperar financiación por servicios prestados tanto internos (a la práctica de ingresar por servicios jurídicos se le debería añadir otros como los económicos, la negociación colectiva,….) como externos (institucionales), pues mal que le pese a algunos el derecho por la participación institucional es un derecho inherente al conjunto del sindicalismo europeo.

Es evidente que estamos atravesando una etapa de clara “debilidad” sindical, las razones son múltiples y variadas  y algunas ya  están expuestas en los párrafos anteriores. Ahora bien, la Constitución Española en su artículo 7 reconoce a las organizaciones sindicales y empresariales una función singular que va más allá de la representación de los intereses de los trabajadores y trabajadoras en su centro de trabajo.

Si a lo anterior añadimos que el sindicalismo de clase español lejos de ocultarse entre los entresijos del poder o de alimentarse de sus prebendas siempre ha jugado un papel de claro defensor de las clases populares más perjudicadas con toda clase de crisis, santo y seña de los intereses de la izquierda legítima (aunque algunos ahora le llamen “gente”).

Las fuerzas progresista saben perfectamente que las centrales sindicales nunca serán organizaciones “seguidistas” de una opción política determinada, pero siempre serán aliadas de aquellas políticas que benefician al conjunto de los trabajadores y del conjunto de las clases populares. Por ello no se puede entender la estrategia de determinadas fuerzas políticas de izquierda (aunque se oculten con seudónimos como el de la transversalidad) cuyos “mantras” de última hora son (sino fijarse en algunas de las iniciativas de PODEMOS  en la Junta General del Principado) la retirada de subvenciones a los Sindicatos y Patronal, la eliminación de organismos institucionales en los que participen las organizaciones sindicales y los empresarios, hasta llegar en algún caso concreto a realizar auténticos “escraches” a dirigentes sindicales, por parte de sus aliados naturales, al menos en Asturias.

El camino va a ser largo y muy difícil pero la perdurabilidad de los Sindicatos va unido al ADN de la humanidad.

La izquierda y el sindicalismo