viernes. 29.03.2024

La política real y la realidad política

Tras presenciar el debate sobre el asunto de corrupción Bárcenas en el Partido Popular,  comprobamos una separación entre el discurso político y la situación política...

Tras presenciar el debate sobre el asunto de corrupción Bárcenas en el Partido Popular,  comprobamos una separación entre el discurso político y la situación política. La mayoría de los ciudadanos, hastiados, reaccionan imponiendo una equidistancia moral entre todos afirmando que todos son iguales, siendo incapaces de distinguir entre corruptos, corruptores y políticos honestos. En realidad, este tipo de actitud muestra un pasotismo peligroso por parte del que lo hace y es de manera involuntaria una reacción típicamente fascista siendo su protagonista carne del totalitarismo. La política real es la que hacen los políticos en las sedes de los partidos, dentro del parlamento, en las entrevistas en los medios de comunicación... Hay que tener en cuenta que política, como tal, y todo lo que conlleva (discursos, argumentos, conjeturas, gestos) forma parte de una teatralidad o representación que tiene un único objetivo: ganar seguidores. Hay que partir de la base que el que  está en política desconoce la objetividad porque su objetivo es establecer un mensaje  que adapta la realidad a un objetivo partidista. Sin embargo, los ciudadanos, que permanecen ajenos de la política real – profesional, podíamos decir – perciben la realidad de la política, como discursos y mensajes deshonestos.

En tiempos de crisis como ahora,  donde la situación económica apremia y muchas personas están sin trabajo y sin horizonte, donde existe una crisis política, territorial e institucional, la distancia entre la política real que practican los profesionales de la política y la realidad política que perciben los ciudadanos o  mejor, que le llegan a los ciudadanos a través del filtro mediático – generalmente partidista – es cada vez mayor. Y este hecho es preocupante porque aunque política y realidad no pueden coincidir nunca,  los ciudadanos y los políticos suelen tender puentes de entendimiento.  Suele ponerse de ejemplo los acuerdos entre las asociaciones profesionales y los políticos o las conexiones con instituciones formadas por ciudadanos como los sindicatos que llegan a acuerdos con el poder. Sin embargo, hoy, estos puentes están más rotos que nunca y una muestra de ello es que la sociedad se está organizando en plataformas cívicas independientes de partidos e incluso sindicatos: ahí están las plataformas de afectados por las hipotecas, las preferentes, las mareas ciudadanas de la educación y la sanidad. Esto, en sí mismo no es malo. Es una muestra de que la sociedad tiene ideología, lucha por unos intereses comunes y es capaz de organizarse, pero muestra claramente cómo las instituciones partidistas no están siendo capaces de vertebrar intereses compartidos, de cohesionar los ciudadanos y éstos, buscan alternativas propias.

 ¿Por qué se está produciendo esta separación? En mi opinión, porque, por primera vez, los discursos  políticos que tratan de definir una realidad, no son capaces de corresponderse con medidas que traten de solventar los problemas. Dicho de otro modo: la política está siendo incapaz de servir para lo que en teoría se creó: solucionar los problemas de los ciudadanos. De este modo, tenemos una sociedad que busca como puede alcanzar sus objetivos. Muchos acuden a las plataformas, pero otros, como hemos dicho más arriba, son carne de cañón de la anti-política, es decir, de todas aquellas actitudes que prescinden de soluciones colectivas para solucionar problemas comunes. Esto último es peligrosísimo porque es el germen de la destrucción de la sociedad. Algo que, en pleno siglo XXI, no nos deberíamos permitir. Especialmente porque el Estado Constitucional ha sido capaz de construir instituciones de progreso colectivo como el sistema del bienestar a través de una sanidad y educación universal, pública y gratuita. Seguramente la solución o el medio para paliar esta distancia entre el político profesional y el ciudadano pase por una reforma seria y a fondo de la política: partidos democráticos, listas electorales controladas por los electores, limitación de mandatos, prohibición o incompatibilidades profesionales, etc. En definitiva, para reducir la distancia entre la política real y la realidad política tiene que existir una aproximación entre ambas y para conseguirlo, el medio más adecuado es el control ciudadano de una actividad que debe ser cada vez más profesionalizada. Si en el siglo XIX se construyó el Estado liberal, en el XX el Estado social o Estado del bienestar, en el XXI, queda pendiente la gran empresa de forjar un Estado de la sociedad.

La política real y la realidad política