jueves. 28.03.2024

Mitos de la democracia actual

Atravesamos una situación de grave crisis económica y política. Se dice entre los analistas políticos y los intelectuales que estamos ante una crisis de régimen...

Atravesamos una situación de grave crisis económica y política. Se dice entre los analistas políticos y los intelectuales que estamos ante una crisis de régimen y que es necesaria una regeneración del sistema para salir adelante y superar las enormes dificultades que estamos atravesando y también la gran desafección de la sociedad hacia la política.

Todo esto es cierto. Sin embargo, muchos de estos debates están cayendo en lugares comunes y tópicos sobre nuestra democracia. Es necesario ponerlos de manifiesto porque para salir de esta crisis resulta imprescindible diagnosticar correctamente los problemas. Empecemos. Se dice que la actual crisis está menoscabando la democracia y que estamos volviendo a la dictadura. Esto no es cierto. En la España actual hay derechos políticos reconocidos ante los ciudadanos aunque es cierto que las instituciones que tienen que garantizar los derechos no están funcionando correctamente. Incluso se dice que nuestra actual democracia es la continuación por otros medios del franquismo y que la situación actual de crisis viene en buena medida producida por la Transición política. De nuevo estamos ante un mito. La transición, lo recordarán bien las personas que hoy cuentan con 50 y 60 años, fue un cambio político dificilísimo donde nada estaba previsto de antemano y el resultado de consenso, es  la consecuencia de que ninguno de los proyectos de cambio o de conservación de régimen consiguieron ser hegemónicos. Ni el franquismo pudo mantenerse como régimen político, puesto que la calle obligó a Juan Carlos a destituir a Arias y frustrar la reforma parcial de Fraga, imponiendo a un hombre capaz de negociar la democracia, ni la oposición consiguió imponer el procedimiento de ruptura sin ser negociada. El resultado palpable de todo ello, la Constitución de 1978, es el resultado de un proceso de negociación que estuvo a punto de fracasar varias veces y que finalmente consiguió una síntesis ideológica, no una imposición hegemónica de un partido determinado. La Transición se hizo además de manera consensuada porque ese fue el deseo del pueblo español al expresarse en la primera oportunidad que tuvo, en las elecciones de junio de 1977, al no conceder mayoría absoluta a ningún partido. La Transición política, que tuvo fallos, fue el resultado de la cultura política de la sociedad de aquella época y la crisis actual, no es el resultado de las deficiencias de ese pasado, sino el producto de la madurez del sistema político  en cuya sociedad ha crecido y se ha fortalecido. Los nuevos y mejores instrumentos de socialización y comunicación hacen que los ciudadanos tengan nuevas demandas y exijan cambios al sistema político tales como una mayor transparencia en la elección de cargos y un mayor control de los partidos. Esto es la consecuencia de la evolución de la sociedad, no un fracaso primigenio. Es normal por lo tanto que surjan nuevas reivindicaciones de cambio, especialmente de control de los partidos políticos y del sistema electoral. Este tipo de interpretaciones, por otra parte muy moralistas y muy moralizantes, tienden a olvidar que las sociedad y la política no son un fin en sí mismo sino que transcurren como proceso.

De igual modo, la democracia actual no es el resultado como dicen diversos sectores del socialismo y de la izquierda, seguramente porque no conocen la historia, producto de un pacto de olvido o de silencio. Muy al contrario, no pararon de publicarse libros y reportajes periodísticos sobre la guerra y la represión y, desde el Estado, los primeros gobiernos de Adolfo Suárez iniciaron políticas de reparación a funcionarios depurados y viudas. La amnistía fue una demanda de la oposición democrática producto de una memoria sobre la guerra en la que todos tenían responsabilidades. El resultado fue que, durante el proceso de transición, salieron a la calle todos los presos políticos, incluso también aquellos condenados por delitos de sangre, producto del terrorismo. Que no hubiera exigencia de culpabilidad a los responsables de la represión es producto de un sentido compartido de las culpas. Hoy, pasados 35 años los deseos de ajustar cuentas con el pasado, ante un presente que no ofrece alternativas, es solo un camino que conduce a una vía muerta. La democracia eso sí, no debe conformarse con su pasado, debería dar digna sepultura a todos los muertos caídos en las cunetas.

Es tentador el deseo durante la crisis de mirar atrás para buscar un punto en el tiempo donde todo esto se torció, pero la historia nos dice que las cosas no funcionan de esta manera. Con todo, conviene no beatificar esta democracia, solo es necesario saber de dónde partimos para entre todos mejorar un sistema institucional que 35 años después de la aprobación de la Constitución debe reformarse para encontrar un nuevo afán como sociedad.

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