jueves. 18.04.2024

Identidades de España

Dijo Renan que la nación era un plebiscito cotidiano. Hoy esta frase toma en España todo su sentido ante las diferentes percepciones y modo de identificarse...

Dijo Renan que la nación era un plebiscito cotidiano. Hoy esta frase toma en España todo su sentido ante las diferentes percepciones y modo de identificarse ante el país que tienen sus habitantes.

En primer lugar, encontramos diferencias según territorios. En las nacionalidades históricas hay personas que niegan la existencia de España, propugnando su independencia y otras que, reconociendo un vínculo entre su territorio y el Estado, buscan una diferenciación en forma de soberanía que ahora mismo plantea un problema jurídico en la actual arquitectura constitucional de España. En otros territorios, la conciencia regional apenas existe y la identificación entre su territorio y España es directa. Esto es un hecho que viene incluso del siglo XVIII cuando los primeros borbones otorgaron una planta centralizada al territorio en función de la primacía de Castilla y las ciudades castellanas.

Sin embargo, estas realidades latentes, no son las únicas presentes en la percepción del país. Existen arraigos en función de pasado (católico, republicano, franquista), y de su presente, la identificación de España con la arquitectura jurídica institucional encarnada en la Constitución de 1978. Es esta última identificación la que está hoy más cuestionada. Y sin embargo, hasta hace unos años era mayoritaria.  El número de españoles que se refugian en el pasado antes reseñado o que no encuentran un amparo político en el que basar su idea de país, es día a día, creciente. ¿Qué es lo que ha pasado? Seguramente la respuesta esté en la crisis económica y política. Los ciudadanos se dan cuenta que la política y las instituciones no resuelven sus problemas de integración social. Hay muchas personas que no tienen ningún horizonte vital puesto que no encuentran un puesto de trabajo en el que forjar a partir de ahí, un proyecto de vida. Comprueban monótonamente que la solución a sus problemas no viene de la política y que el Estado no ofrece una respuesta. Esto es importante: ni la política ni el Estado ofrecen respuesta. Y esto es así porque la primera no está en función de la segunda, sino que únicamente traba intereses corporativos y corruptos dejando desamparados a los ciudadanos. Y los ciudadanos solo encuentran la vía de la movilización en plataformas ciudadanas, o la lánguida resignación del silencio y del olvido (situación en la que se encuentran millones de ciudadanos en España). Podríamos decir así, que el patriotismo constitucional está en crisis. Y con él, el relato político que contaba que el camino iniciado en la Transición y recorrido por nuestra democracia era un éxito o que, en todo caso, se iba en una senda de progreso que, poco a poco nos conducía a una mayor cohesión colectiva – a través de la forja de nuestro estado de bienestar que dotaba a los españoles de derechos colectivos y concebía una sociedad solidaria - y a una mejora de las expectativas y calidad de vida de los ciudadanos. Esa era la identidad nacional: el éxito institucional fabricado en la Transición nos conducía por una senda de desarrollo ininterrumpido. Esa identidad se ha roto y hay que buscar otra nueva. Los ciudadanos a estas alturas de la crisis han llegado a la conclusión que ni  existe éxito institucional (por la crisis institucional que estamos atravesando, por la corrupción, por la escasa transparencia y democracia de los partidos políticos, por los mínimos instrumentos que tienen los ciudadanos para controlar la política), ni tampoco desarrollo ininterrumpido (nuestra economía al parecer, se basaba en un modelo de crecimiento artificial sostenido por una burbuja inmobiliaria que ha explotado, y, además, nuestra economía carece de potencialidades para superar ese estallido, habida cuenta de que la industria no genera nuevos empleos en servicios).

En resumen: tenemos una crisis de identidad territorial, esto es, el cuestionamiento del Estado constitucional, y una crisis de identidad política, es decir, el Estado democrático que genera progreso y ciudadanos libres e iguales. Y el resultado es la parálisis: Este es el punto actual del estado de la crisis. No hay una sola idea, ni un proyecto de regeneración colectiva que nos haga mejores y nos dote de nuevas energías para creer en nuestro destino como sociedad. Tal vez deba haberlo teniendo en cuenta la situación económica tan grave que atravesamos. Y la única salida posible que ataje esta degradación de las instituciones es llegar a la conclusión, de que todas las identidades deben encontrar una síntesis: y esta solo pasa por la reforma del Estado y la política. Si tardamos mucho, España entrará en barrena. Y es importante tener en cuenta que la identidad es importante no solo porque genera un modelo de sociedad, sino porque esa sociedad es capaz de dotarse de instituciones capaces de progresar y generar bienestar como hospitales, universidades, institutos, residencias, etc. La identidad se fundamenta especialmente, en el terreno material, de ahí, la necesidad de la reforma. Si no nos lo tomamos en serio, no solo, perdemos un nombre, España,  sino que ese nombre quedará vacío de contenido. 

Identidades de España