jueves. 28.03.2024

Podemos, abarcar o apretar, esa es la cuestión

Siguiendo a Aristóteles, y parafraseando al genial Enrique Vila-Matas, la política es lo mejor de la vida, pero a condición de que la vida sea lo mejor de la política.

Iniciado ya el proceso negociador para la constitución de un futuro gobierno encabezado (solo, con independientes, o en coalición) por Pedro Sánchez, y vista la actitud de las distintas fuerzas involucradas, particularmente el rechazo de la dirección de Podemos, es posible aventurar algunos previsibles resultados. Pero permitidme antes una pequeña disertación previa.

 Si en lógica, las proposiciones incluyen las propiedades semánticas de los predicados que contienen, en política las propuestas contienen los presupuestos teóricos que las alumbran y, por lo tanto, sus posibles resultados. Por eso, el análisis de una posición negociadora en política, si es que goza de un mínimo nivel de racionalidad, lo que no siempre es el caso, debe contemplar todos los posibles escenarios. Es la consecuencia de actuar en un sistema complejo no lineal, donde los problemas son inversos. Sin olvidar que todo cuanto acontece satisface al menos una proposición; o lo que es lo mismo, no cabe esperar a que se produzca un milagro. Incluso en los sistemas caóticos y probabilísticos no desaparece la determinación.

En el caso de la actual fase negociadora para la formación de un gobierno de investidura (y legislatura, en el mejor de los casos) encabezado por Pedro Sánchez, la actitud de los dirigentes de Podemos, cuya postura a favor, en contra, o abstención, puede ser determinante, resulta fundamental. Podemos no solo tiene una importante capacidad negociadora, la más decisiva actualmente, sino que es capaz de poner o quitar gobierno, lo que hace aún más sorprendente su negativa a negociar. El conmigo o sin mí planteado por unos profesores de políticas que, se supone, deberían saber lo que está en juego, lo que se juegan, y lo que nos jugamos, no afecta solo a los intereses políticos de la formación morada, sino a los intereses de los trabajadores, algo que nunca debe perderse de vista. El refrán, una vez más, resulta esclarecedor: quién mucho abarca poco aprieta. La cuestión es: cuánto debemos dejar de abarcar para apretar lo más posible.

El rechazo a negociar con Pedro Sánchez si sigue negociando con Rivera (¡una parte de las derechas!, ¡no es maravilloso!, se ve que finalmente han redescubierto el viejo e histórico eje) encierra todas las posibles consecuencias de dicha actitud, aunque no sean conscientes de ellas. Ocurre lo mismo que tener que navegar con fuerte tormenta: plantea un problema inverso que encierra todas las posibilidades (hundirse, desarbolarse, perder el control del barco, volcar, zozobrar, capear, etc.) antes de llegar a puerto. Un buen capitán sopesará las distintas opciones en función de su objetivo (estrategia), los medios de los que dispone para alcanzar su objetivo (táctica), y las condiciones concretas de la tormenta y su previsible evolución (correlación de fuerzas). En el caso que nos ocupa, la actitud de Pablo Iglesias y sus compañeros de dirección solo puede tener dos desenlaces:

- La imposibilidad de investidura de Pedro Sánchez, y la consiguiente repetición de las elecciones.

- La posibilidad de la investidura de Pedro Sánchez, y la formación de un gobierno reformista y de progreso, con o sin ellos

Y, a su vez, estas dos posibilidades contienen distintas derivadas que generan resultados bien diversos:

La imposibilidad de investidura de Pedro Sánchez puede ocurrir si Podemos vota en contra, bien porque se trate de un acuerdo PSOE-Cs con un programa escorado a la derecha, bien porque se trate de un gobierno monocolor del PSOE (con o sin independientes) en cuya gestión no han participado. Conlleva necesariamente la celebración de nuevas elecciones generales, salvo que el PP se abstuviera, algo poco probable. Por supuesto, también puede ser la consecuencia de un voto en contra de PP y Cs a ambas formaciones de gobierno, si no se contabiliza la abstención o ausencia de los nacionalistas en el primer caso. Veremos esto mas adelante.

Por el contrario, la posibilidad de la investidura de Pedro Sánchez, en cualquiera de las formulaciones de gobierno, exige el voto afirmativo o la abstención de Podemos. Las consecuencias son, sin embrago, muy distintas en un caso u otro:

- Afirmativo: si se llega a un acuerdo de coalición PSOE-Podemos-IU/UP, lo que presupone el inicio de las negociaciones, levantando el ultimátum. Ahora bien, para salir adelante necesitaría la abstención de Cs, algo que, obviamente, resulta imposible si se veta la negociación con el partido naranja. Y hay que tener en cuenta que la abstención de Cs tendría un coste, que debería pagar principalmente Podemos. Otra posibilidad, ante el voto negativo de Cs, sería la abstención o participación pasiva de los nacionalistas en la votación de la investidura, un difícil escollo para Pedro Sánchez dada la explícita prohibición del Comité Federal. Escollo que podría superar con el anunciado referéndum a las bases socialistas, pero siempre que el gobierno fuera asumible; es decir, que estuviera lejos de la propuesta maximalista de Pablo Iglesias. Queda el voto afirmativo a un gobierno monocolor (o con independientes) del PSOE, a la portuguesa, lo que podría lograrse con un pacto programático vigilado y garantizado desde la oposición.

En resumen, tanto la formación de un gobierno PSOE-Podemos-IU/UP, como el apoyo externo a un gobierno monocolor del PSOE (con o sin independientes) exige no solo negociar, sino aceptar que Pedro Sánchez negocie también con Cs. Y en el caso de un gobierno de coalición, ceder en la configuración final de dicho gobierno. Nada grave, si se consiguen un pacto de gobierno que incluya gran parte de la Agenda Social, medidas contra la corrupción, la reforma de la Ley Electoral y derogación de leyes y reformas antisociales como la llamada mordaza, laboral, de educación, etc., para lo que ya existe cierto consenso.

- Abstención: para permitir un gobierno del PSOE monocolor (con o sin independientes) si no se logra articular un pacto de programa suficientemente progresista, pero con un mínimo de mejoras legales y sociales. Claro que exigiría inexcusablemente el voto afirmativo de Cs, lo que sin duda limita el alcance y profundidad del contenido programático. Aquí no se abarca nada, pero tampoco se aprieta mucho.

Como se ve, en cualquier caso, es necesaria y conveniente una negociación, que deberá lógicamente incluir concesiones mutuas y pactadas, conociendo los límites y las posibilidades, pero priorizando siempre los aspectos programáticos, que son los que de verdad interesan a los que padecen la actual crisis y sus dramáticas consecuencias. Permanecer ajenos a la negociación en marcha puede llevar al partido morado a pasarlas moradas ante el dilema, si la opción de gobierno monocolor del POSE (con o sin independientes) llega a configurarse con un contenido progresista, aunque sea aguado, de tener que boicotearlo, o aceptarlo sin haber conseguido nada.

Ante la posibilidad de que se termine conformando una propuesta de gobierno monocolor PSOE (con o sin independientes: Cs ya ha anunciado que propondrá algunos) resultaría difícil de explicar políticamente por qué no se ha influido en el proceso, tanto para la configuración del gobierno (proponiendo también independientes), como en la elaboración del programa, a fin de asegurar que recoja las mayores cuotas de la Agenda Social, y reivindicaciones políticas de izquierdas. Votar en contra de dicho gobierno sin haber negociado antes supondría, en la práctica, unir sus votos a los del PP, en una peligrosa pinza de consecuencias desastrosas. Solo en el caso de que el PP finalmente se abstuviera (lo que significaría el fin de Rajoy), no tendría efectos pernicios0s, ya que el voto de Podemos carecería de relevancia para la investidura, y podría reafirmarse en su voto negativo sin mayores consecuencias políticas. Claro que sería a base de la renuncia a conseguir en la negociación algunas de las reivindicaciones fundamentales que la situación política, económica y social de las clases trabajadoras exigen imperiosamente.

Otro escenario posible es el de la abstención de Cs ante un gobierno monocolor del PSOE (con o sin independientes). En ese caso el voto de Podemos resulta decisivo. Por eso no se entendería el veto a la propuesta de un gobierno de Pedro Sánchez de carácter reformista y progresista, aunque sea tibio, abocando al país a unas nuevas elecciones que, como parece, no cambiarían mucho las cosas, sin haber negociado antes los contenidos programáticos. Es evidente que ese programa sería más progresista si Podemos incide en él, negociando su voto de investidura.

Es otras palabras, dada la actual correlación de fuerzas, Podemos debe optar entre provocar las nuevas elecciones, con el previsible coste electoral, o negociar el máximo posible de reivindicaciones en un programa de legislatura con el PSOE. Bien desde un gobierno de coalición, donde no cabrían posiciones maximalistas, por muy justificadas que puedan estar desde el punto de vista de los votos; bien desde la oposición, ejerciendo un riguroso control de lo acordado. Todo en el supuesto de que Pedro Sánchez consiguiera la abstención o el voto afirmativo de Cs, y neutralizara el veto del Comité Federal con el referéndum de las bases socialistas en el caso de que fuera necesaria la ayuda pasiva de los nacionalistas.

En consecuencia, negarse a negociar con el PSOE bajo pretexto de que también se hace con Cs, solo  puede tener como resultado nuevas elecciones, un sambenito difícil de quitarse de encima, o el desperdicio injustificable de las posibilidades negociadoras de la izquierda antes de comprobar a qué acuerdos se puede llegar. Una inesperada forma de nueva política.

Queda la posibilidad de que Pablo Iglesias esté practicando el juego del ultimátum, ya mencionado en anteriores artículos en el que se arriesga a perderlo todo, salvo el posible beneficio de unas nuevas elecciones, para ganarlo todo (gobierno compartido, con vicepresidencia incluida). Se trata de una apuesta voluntarista en el mejor de los casos, porque hay que estar ciego para no ver que la propuesta de gobierno de Podemos resulta actualmente inviable. Incluso en el caso de que Pedro Sánchez estuviera dispuesto a aceptarla, que no parece, por la oposición frontal de la dirección del PSOE. No hay que olvidar que el hábil recurso al referéndum de la militancia está concebido para vencer resistencias frente a un acuerdo que tenga en cuenta, de una u otra forma, el apoyo de Podemos y la ayuda pasiva no negociada de los nacionalistas, pero nunca para enfrentar a las bases socialistas con su dirección.

Así que, finalmente, las posibilidades desde la izquierda se reducen a tres opciones: negociar un gobierno de coalición PSOE-Podemos-IU/UP, lo que exige un sentido de la realidad que no veo por ninguna parte; facilitar un gobierno monocolor a la portuguesa (con o sin independientes) que se haya asegurado previamente la abstención de Cs; o provocar el adelanto electoral con el voto negativo a un gobierno de Pedro Sánchez, cuyo coste electoral y político solo estaría justificado si lo que se propone es un gobierno de coalición PSOE-Cs, con un programa claramente escorado hacia la derecha. Una posibilidad remota, ya que sus opciones pasarían por al apoyo activo o pasivo del PP, lo que no parece un escenario muy probable.

Corolario: salvo que se tenga como objetivo prioritario la repetición electoral, lo más inteligente es participar en el proceso negociador iniciado por Pedro Sánchez para tener una posición ventajosa de cara a la investidura, sea cual sea el desenlace. Desgraciadamente, Pablo Iglesias no ha demostrado hasta ahora mucha habilidad política, aunque si un buen manejo de la política de gestos de cara a la galería de cámaras y bolígrafos. En este sentido, la actitud de Compromís y de IU/UP, es políticamente más inteligente, aunque desgraciadamente poco eficaz. Tiene, al menos, el efecto pedagógico, lo que no es poco en los tiempos de confusión que vivimos.

Siguiendo a Aristóteles, y parafraseando al genial Enrique Vila-Matas, la política es lo mejor de la vida, pero a condición de que la vida sea lo mejor de la política.

Podemos, abarcar o apretar, esa es la cuestión