viernes. 29.03.2024

No a la guerra, pero ¿a qué guerra?

Las situaciones complejas, donde el factor emocional primario juega un importante papel, ponen a prueba la capacidad de análisis de la izquierda.

Las situaciones complejas, donde el factor emocional primario juega un importante papel, ponen a prueba la capacidad de análisis de la izquierda, particularmente la que tiene como horizonte estratégico la transformación social y no simple reforma y regeneración. En estos casos, la complejidad es fruto de la intervención de varios actores con intereses diversos y objetivos diferentes, lo que origina un juego cambiante de alianzas y enfrentamientos. Todo cubierto por una espesa capa de confusión ideológica, mucha veces interesada o provocada, que es parte de la propia complejidad. La tentación de recurrir a la consigna segura, identitaria, es grande. Pero el resultado suele ser el contrario a lo que se busca, y la confusión se hace mayor mientras contemplamos impotentes como nuestra aportación a la solución del problema resulta inoperante o contraproducente. Por eso, una regla de oro ante situaciones así es el análisis concreto de la situación concreta desde la perspectiva del horizonte transformador de la realidad social en la que estamos inmersos.

Actualmente nos enfrentamos a una de esas situaciones complejas, consecuencia de la acción terrorista del yihadismo, y particularmente del Estado Islámico (ISIS), con los brutales atentado en Paris y Bamako, la capital de Mali. Las manifestaciones belicistas, a derecha e izquierda, no se han hecho esperar, lo mismo que la reacción pacifista. El debate sobre cómo responder a la guerra declarada por el Daesh en suelo europeo se ha introducido en la pugna preelectoral en nuestro país, pese a que no estamos involucrados directamente en ninguna guerra convencional, salvo la presencia de un puñado de soldados españoles, bajo amparo de la ONU, en distintos lugares donde se combate el terrorismo, generalmente en misiones de apoyo o adiestramiento. Pero a tenor de lo enconado de los debates, y de las descalificaciones de trazo grueso producidas en los últimos días, parecería que estamos participando en los bombardeos de las posiciones del seudoestado terrorista en Siria e Irak. Lo curioso es que Rajoy, ayer entusiasta de la guerra de Irak, se muestra esta vez prudente y dialogante. Sin duda, hay mucho en todo ello de sobreactuación electoralista. Lo que no evita que la toma de posiciones ante la situación bélica en Oriente Próximo y parte de África sea una cuestión ineludible para la izquierda trasformadora, más allá de frases genéricas y eslóganes pacifistas. Al menos que renuncie a jugar un papel significativo, y no subalterno, en la lucha por hegemonía política.

Estas reflexiones van encaminadas en ese sentido.

La paz es el resultado de la guerra

Conviene recordar, en primer lugar, que una cosa es defender la paz como objetivo irrenunciable de la izquierda, y otra ser pacifista a ultranza. Resulta peregrino, salvo en ocasiones concretas, y con una correlación de fuerzas muy favorable, pretender enfrentarse a la guerra declarada por un enemigo implacable levantando los brazos y entonando canciones de amor. Así no se hubiera detenido a Hitler, ni se habrían liberado los país del dominio colonial, salvo en el caso excepcional de la India de Gandhi, cuyo análisis no viene ahora a cuento. La realidad histórica es que, la mayoría de las veces, la guerra se termina mediante la guerra, que es lo que permite firmar la paz. Sé que todo esto resulta obvio, pero parece olvidarse cuando la nueva versión del NO A LA GUERRA, tratando de emular las movilizaron de cientos de miles de ciudadanos cuando la agresión ilegal y criminal de Irak por EE.UU y Gran Bretaña, secundados grotescamente por Aznar, y que nos costo el terrible atentado del 11 M. La primera pregunta es: ¿estamos ante una situación similar?. La respuesta es que evidentemente no. El dictador Sadam Husein no había declarado ninguna guerra, salvo a los yihadistas, los kurdos y los opositores internos. Y no se había producido un levantamiento popular armado contra el dictador. Nada que ver, por tanto, en ninguno de los sentidos. Recurrir a un paralelismo falso no parece la forma más adecuada de responder a una agresión terrorista, cuyo principal campo de acción, no lo olvidemos, son los países musulmanes, donde se producen la inmensa mayoría de los muertos. Esta bien que no queramos ver como llegan a España ataúdes con nuestros soldados, pero no parece mejor que las muertes se produzcan en el propio suelo, o que nos olvidemos de los miles de ataúdes lejanos que provoca la barbarie de Damasco y Daesh combinadas, con unos 300.000 muertos hasta ahora.

Una guerra que son varias guerras

Entonces, ¿cuál es la situación ahora, y qué debemos hacer?. Veamos:

En Siria existe una guerra civil, producto del levantamiento de una parte de la población contra la dictadura de Bashar al Assad. Oprimidos contra opresores, así de elemental, así de justo. Parece claro cuál debe ser la actitud de la izquierda: solidaridad y apoyo a la lucha popular contra el tirano. En este escenario, por lo tanto: si al apoyo en la lucha de los rebeldes sirios que combaten contra la dictadura por la libertad.

Pero la cosa se complica por la intervención militar de EE.UU., cuyos intereses geoestratégicos no pasan por el derrocamiento del dictador, un aliado oportuno hasta entonces, sino porque las fuerzas del Ejército Libre Sirio no instauren un régimen que pueda resultar contrario, o poco favorable, a sus intereses de primera potencia mundial. Eso explica tanto el interés por controlar la oposición siria, como las dudas a la hora de armar a los grupos rebeldes, o atacar al régimen de Damasco pese a traspasar impunemente las supuestas líneas rojas con el uso de armas químicas contra la población. El resultado es una peligrosa situación de tablas, que ha propiciado y favorecido la aparición y desarrollo de grupos yihadistas de distinta filiación: Frente Al-Nusra, vinculado a Al-Qaeda, Ahrar al-Sham y las tropas de Abu Baker Al Bagdadi, que conquista y consolida territorio en Irak y Siria, proclama el Califato (ISIS), con la ciudad de Raqqa como capital, e impone un régimen de terror en las ciudades y localidades bajo su control. La guerra de los oprimidos se desdobla en dos frentes: la opresión secular de Bashar al Assad y la opresión religiosa del Daesh, con el añadido de otros grupos yihadistas. No es de extrañar que al dictador sirio le interese, para su supervivencia, la presencia del Estado Islámico (ISIS) en suelo sirio, y centre sus terribles bombardeos y masacres sobre los bastiones rebeldes y la población civil en Alepo y Damasco. Por tanto, un doble si al apoyo en la lucha contra la opresión y el terror yihadista.

En este escenario se incorpora un nuevo actor de gran importancia estratégica, que lucha heroicamente contra el Daesh cuando penetra en su territorio, los kurdos. Guerra que se inscribe en su lucha de liberación nacional, lo que provoca la intervención directa de Turquía, tolerante con los yihadistas, en el conflicto, con bombardeos sobre las posiciones kurdas, favoreciendo indirectamente tanto al ISIS como al régimen de Bashar al Assad. Así, a la guerra civil y la guerra contra el terror yihadista, se une la guerra de liberación de los kurdos. Por lo tanto, un triple si apoyo en la lucha contra la dictadura, el terror y por la liberación nacional.

Por supuesto, estos si a la lucha por la libertad, la liberación nacional y contra el terror, no pueden separarse de la denuncia y desenmascaramiento del papel jugado por la EE.UU., sus aliados y la OTAN en la creación del escenario propicio para el desarrollo del terror yihadista, interviniendo en los países de valor estratégico (económico, militar, político) para su dominio global, bajo el cínico pretexto de defender los derechos humanos y la democracia. La actual situación de Irak, Afganistán, o Libia hablan por si solas.

Finalmente, y ante el avance imparable del Estado Islámico (ISIS), las potencias occidentales con intereses geoestratégicos en la zona, EE.UU, Gran Bretaña y Francia, comienzan sus bombardeos en Irak, para extenderlos posteriormente a Siria. A los que se han unido finalmente los rusos en defensa de su aliado, Bashar al Assad. Bombardeos que no persiguen apoyar los objetivos de los rebeldes sirios y kurdos, sino convertirse en los directores y garantes de la salida a los conflictos entrelazados, garantizando sus intereses, lo que obliga a un acuerdo entre las distintas potencias interesadas: EE.UU. Francia, Gran Bretaña, Rusia, Irán, Arabia Saudí, Turquía, Qatar, etc. Hay que luchar y movilizarse para que primen los intereses de los rebeldes sirios y los combatientes kurdos, y no los de las grandes potencias. Y en esa estábamos, cuando los atentados de Paris nos traen la guerra a casa, y la emotividad guerrera se dispara, planteándose por primera vez la necesidad de una significativa presencia de tropas terrestres en territorio sirio.

Creo que a estas alturas del artículo, está claro que un simple y sencillo NO EN NUESTRO NOMBRE, resulta un eslogan simplista, cuando no ingenuo, y seguramente interesado electoralmente. Porque, o es una falacia nominalista, ya que el gobierno español no esta haciendo nada (para enfado de Albert Rivera, el belicoso) salvo realizar consultas y convocar reuniones inofensivas; o lo que propugna, aunque sea indirectamente, es que no se siga bombardeando las posiciones del ISIS, ¡que es precisamente lo que pretenden los terroristas con sus atentados!. Cruel paradoja que debería hacernos pensar en el sentido de las manifestaciones contra la guerra, para reorientarlas en el sentido de apoyar las luchas contra la dictadura de Damasco, el terror yihadista, y la liberación nacional kurda.

Por lo tanto, la pregunta que la izquierda trasformadora  y solidaria debe hacerse es: ¿A qué guerra decimos no en nuestro nombre?. ¿A la guerra de los rebeldes del Ejército Libre Sirio que luchan por la libertad de su país?. ¿A la guerra contra el terror yihadista del Estado Islámico (ISIS)?. ¿A la guerra de los kurdos que luchan por la liberación de sus tierras y la construcción de una nación?. Haciendo una lectura benevolente de la consigna pacifista, podría interpretarse como un no en mi nombre a los bombardeos y contra el posible envío de fuerzas terrestres españolas a combatir el terrorismo, cuyos muertos, ya se sabe, valen mucho más que los miles de cadáveres causados por la dictadura de Bashar al Assad y el terror yihadista. Pero incluso esta posición, sin duda respetable y bienintencionada, merece ser ajustada a la realidad concreta de la guerra realmente existente. Porque el cese total de los bombardeos sobre los puntos neurálgicos del Daesh significaría, en la práctica, la recuperación y crecimiento del terrorismo yihadista, sin provecho alguno para los combatientes sirios, sino todo lo contrario. La recuperación de ciudades como Tel Abiad, Kobane o Sinyar, y la contención del ISIS primero y el avance de las Unidades de Protección Popular (YPG) kurdas después no hubieran sido posibles, o habrían resultado más lentos y costosos, sin los bombardeos, como sabe cualquiera que conozca algo de estrategia militar. Cierto, bombardear no soluciona el problema, pero no bombardear lo agrava. Bombardear no es la solución, pero es parte  de la solución. Bombardear las posiciones del Daesh es imprescindible, pero siempre debe ser aparte subordinada a una solución política global, y bajo amparo de la ONU.

Por lo tanto, la cuestión no es bombardeos si o bombardeos no, sino qué tipo, forma, lugar y control deben tener los bombardeos, de seguir siendo necesarios. Por ejemplo, sometiéndolos a la dirección y control de la ONU, de forma que los bombardeos se ciñan exclusivamente a objetivos militares o logísticos (fuentes de financiación), evitando toda acción que pueda afectar a la población civil. Y apostando decididamente por al apoyo total (armamentístico, de inteligencia, logístico, político, institucional) a los rebeldes laicos que luchan por la libertad, y a los kurdos que luchan por la liberación nacional. Por que el problema de la libertad y la erradicación del yihadismo en Siria solo lo pueden resolver los propios sirios. Una lucha que debe incluir necesariamente la defensa de los derechos nacionales de los kurdos. Desde esa perspectiva, y solo si las fuerzas que luchan en Siria por la libertad y la liberación, lo piden, puede y debe contemplarse la ayuda internacional militar sobre el terreno, en coordinación con dichas fuerzas.

Creo sinceramente que esta es la única posición coherente con el pensamiento y la práctica histórica de la izquierda transformadora, solidaria siempre con la lucha de los oprimidos. Más allá de consignas y eslóganes. Más acá de electoralismo de vieja nueva política.

No a la guerra, pero ¿a qué guerra?