martes. 23.04.2024

La emérita hipocresía

rey

Somos sin duda un país lleno de contrastes con grandes atractivos político turísticos. A ver quién nos gana en esto de emular al patio de Don Monipodio como ya nos ilustró Don Miguel de Cervantes en su magistral Rinconete y Cortadillo. Tenemos hasta un rey generoso que dona 65 millones de euros a una dama sin despeinarse, y que es capaz de regularizar sus tarjetas fiscalmente opacas y las de sus allegados, ocultando su titularidad, pagando religiosamente 678.000 eurazos, de los que no se sabía que debía a la hacienda pública y él tampoco había reparado en ello. Nada menos que un jefe emérito del Estado español ocultando unos milloncetes al fisco y cuando se descubre el pastel –solo entonces- y por supuesto, cuando nuestros diligentes Inspectores de Hacienda se encuentran distraídos y  ocupadísimos con la Pantoja y otra gentes de la farándula, a la Hacienda Pública no le da tiempo a presentar la oportuna denuncia ante la fiscalía. Por esas cosas de la legalidad vigente, y amparándose escrupulosamente en ella, el Rey emérito se percató de que se contempla como eximente expost consumación la regularización de lo defraudado, siempre que no se hubiese abierto aún ningún procedimiento penal. Mira que suerte.

Menos mal que estamos ante un gobierno socialcomunista ilegítimo y felón, que se quiere cargar la monarquía a toda costa y que pone en riesgo nuestra inamovible Constitución, sin el menor respeto a la unidad de la patria. Gracias a eso sabemos y podemos estar seguros de que el rey emérito se ajusta perfectamente a la legalidad porque si no, un gobierno así, no lo consentiría de ninguna manera y trataría de procesar al monarca para proclamar la república con nocturnidad y alevosía destrozando el estado de derecho. Por otro lado habrá que ver no obstante la cantidad de mandos acuartelados o en reserva que deben de estar abrumados por el daño que hace a la monarquía este gobierno permitiendo que el emérito se ampare en estas triquiñuelas para evadir su responsabilidad política y moral ante la ciudadanía. O sea que no hay otra opción que no sea que al gobierno le pille el toro.

Es una pena que el chivatazo de cómo puede uno defraudar una pasta una buena temporada ocultándolo a los mortales y salir de rositas de ello, no se hubiese conocido antes por otros ciudadanos para haberse ahorrado disgustos. Parecería que siendo, o habiendo sido, nada menos que el Jefe del Estado el que “in vigilando” tendría que haber sido el primer obligado con la legislación fiscal aplicable con el máximo de rigor, no iba nunca a utilizar estos atajos propios de tramposos defraudadores. De manera que Don Rodrigo Rato debe estar que echa las muelas porque nadie de sus amigos del gobierno del PP le hubiese avisado a tiempo de estos detalles tan ajustados a derecho. Y desde luego al exministro de cultura, Maxim Huerta, que no se le ocurrió otra cosa a la criatura que presentar un recurso perfectamente legal y estando en su derecho por su desacuerdo con la liquidación que la inspección de hacienda le presentaba y litigó con ella con resultado de que no le dejaron ni pisar el ministerio más de tres días. Esto sí, los monarcas cada navidad nos exhortaban al orden y a la moral pública. En toda época. Qué tiempos modernos.

Y ya peor le pasó a la política Dª Cristina Cifuentes, que se le ocurrió trincar una pomada en un día que tenía malo, cuando ni siquiera era presidenta de la Comunidad de Madrid, pero que se lo guardaron en un “pent drive” durante años por si algún día se desviaba de una recta moral y había que llamarla al orden. Es claro que existe un gran control sobre la cosa pública y que entre policías patrióticas y brigadas de cloacas pestilentes varias, con terminales en digitales conocidos y de gran rigor informativo en España, son capaces de ofrecer las mayores garantías de probidad moral, para que los ciudadanos estemos tranquilos de que nuestro Estado está representado en las mejores manos al máximo nivel y con gente muy preparada que estudió solo para eso, como fue el caso del emérito. ¿Algo más al respecto?

Pero el que ya se tiene que estar cortando las venas debe ser Don Iñaki Urdangarín, que le quitaron hasta el ducado y lo mandaron a la trena por no atender el rigor debido a las recomendaciones de probidad moral, diligencia en el pago de impuestos y el indebido uso de su imagen al servicio de intereses privados. Tampoco le avisaron de cómo iba la cosa y lo que se podía haber ahorrado de suplicios varios. Todo por no atender a las severas instrucciones del monarca entonces al frente del Estado, que no pasaba una en el riguroso ejercicio de su alta responsabilidad. Le habían advertido que las cosas no iban así, pero tampoco le informaron de cómo podían ser de otra forma, y acabó en manos de un desaprensivo profesor que le lio de mala manera. Otra víctima. Es una lástima que en España no haya todavía una serie en curso como la de “The Crown” porque promete ser un récord de audiencia mundial. A ver qué director y productor le echa bemoles y se atreve con el morlaco. Eso sí, mucho ojo con los libros de contabilidad de la productora, no vaya a ser que carguen unos cafés de más no deducibles y les caiga una inspección de no te menees.

Concluyendo, que en las próximas semanas de encierros varios enmascarillados y hasta que la vacuna nos permita evitar cualquier sofoco, va a ser muy difícil tragarse los debates televisivos o parlamentarios en los que el personal saque a colación ese excelso pensamiento de que una acción será legal pero de dudosa moralidad. O que un gobierno es ilegítimo, porque aún teniendo la mayoría parlamentaria aplastante para aprobar sus decretos gubernamentales estos no se ajustarían a la moral, a los principios cristianos del derecho natural, a las buenas costumbres y a la necesaria concurrencia con los valores inalienables e inamovibles del orden establecido. Y cómo no a la lealtad debida a un monarca, que al parecer es superior a la soberanía nacional emanada del pueblo y está representada por los que les hemos elegido en elecciones libres y democráticas. Claro, sería legal, pero no moral. Lo que hace la emérita e insoportable hipocresía.

La emérita hipocresía