viernes. 29.03.2024

Los conspiradores y sus tontos útiles

Confieso que no he leído, ni pienso hacerlo, las reciente misivas que diversos  grupos de militares pseudosediciosos, encubiertos de falso constitucionalismo, han enviado al jefe del estado. Serán otras de las muchas infamias utilizando la escritura que se han confeccionado a través de la historia humana y tan repetitivas en sus formulaciones  que podrían tener siglos de antigüedad sin cambiar una coma.

Probablemente si ahondáramos un poco en las raíces de los firmantes nos encontraríamos con apellidos coincidentes en otras traiciones y deslealtades anteriores, seguramente con los mismos o parecidos argumentos. De ahí mi escaso interés en esas escatologías pronunciatorias de la basura sedicionista española muy vinculada a su tradición militar desde hace dos siglos, en sus diversas y desastrosas incursiones armadas en la política del estado.

Que   uno de sus firmantes, en sus psicópatas delirios taquigráficos digitales, calcule en veintiséis millones los españoles fusilables, quedándose eso sí corto, y que sus conmilitones y otros neo demócratas vergonzantes le rían silenciosamente o no la gracia, da una idea del ganado del que se trata y su nivel intelectual de potenciales asesinos en masa y criminales de guerra. En el derecho penal canónico les sería aplicable el castigo divino solo por concebir esas prácticas criminales, pero hasta en eso su pretendido catolicismo de serie es otra patraña.

Probablemente sean de los que se agarran también al pescante de integristas autobuses naranjas para defender la vida de los fetos neonatos que una vez crecidos se disponen a acuchillar si no coincidiesen con sus escasas luces. Y más que seguro se horrorizan sentados en sus sillones de las salvajadas fundamentalistas de utilizan el cuchillo para degollar, eso si uno a uno o en mayores dosis, a los que insultan a su profeta. Son deformaciones habituales que produce un reaccionario pensamiento castrense que si es lo primero no es lo segundo y viceversa.

Como siempre unas horas más tarde de lo necesario la derecha española, autodenominada así misma como constitucionalista, se debate entre la condena estúpida y el silencio culpable. Dos días ha tardado el presidente del PP para calificar de “intolerables” las bravatas asesinas de un fascista general de división. Mucho más rápido ha ido VOX en pasar del silencio a reconocer que detrás de esos pronunciamientos están y son sus gentes. De eso si que no cabe la menor duda porque ha sido esa derecha, que aún no se ha borrado de la foto de Colón, la que ha ido armando el tejido intelectual del odio, el guerra civilismo y la reacción. Son ellos los que han puesto el papel y el texto, los firmantes solo la gorra de plato. Sus tontos útiles.

Más que protagonistas, los mandos militares firmones, son los compañeros de viaje de la permanente acción desestabilizadora de una derecha acostumbrada al uso de las victimas para fines políticos. Lo hizo con las del terrorismo para descabalgar a un Felipe González del poder, de lo que parece no acordarse. Lo repitió con las víctimas de la crisis financiera del 2008 para hacer lo propio con José Luis Rodríguez Zapatero que parece que si se acuerda. Y lo vuelve a ensayar ahora con el drama nacional de decenas de miles de muertos latentes por una pandemia que aún no acaba y una crisis de proporciones extraordinarias esperable. Es el caldo de cultivo para descabalgar a Pedro Sánchez. Tres presidentes socialistas y un mismo destino para la derecha hispana. Lo de siempre.

Con estos mimbres ¿De qué centroderecha hablan algunos próceres de todas las disciplinas y voceros mediáticos varios reclamando al PSOE la creación de nuevos frentes patrióticos de unidad nacional frente a la amenaza comunista, terrorista y separatista que destroce nuestros valores patrios? A algunos propagandistas solo les falta añadir la masonería y ya tenemos el menú completo de la cantinela fantasmagórica que ha presidido la acción de la derecha y de la dictadura franquista durante ochenta años. Y que fue el argumento principal para rebelarse contra un gobierno democrático provocando nuestra guerra civil.  Si no fuese tan peligroso aburriría por antigualla, pero se sabe desde Goebbels que una mentira repetida hasta el vómito se convierte en verdad. Ahí están esos casi setenta millones de trumpistas norteamericanos para verificar su vigencia.

Y en este panorama, cuya gravedad no conviene desconocer con proclamas de falsa normalidad, por mucho que provengan de ámbitos del gobierno,  la ciudadanía asiste pasmada a la comisión de esos actos por militares que han tenido mando en plaza y que sin duda mantienen influencia en los cuarteles, sin que se aprecie la necesaria y contundente reacción por los poderes del estado. Suena a broma macabra que la “sanción” presumible sea el desposeer de sus ordenes sanmeregildianas a los que se han atrevido a firmar las proclamas para después informar que ni eso es posible. Qué gran preocupación deben de tener los conmilitones de estas revueltas de papel.

La otra increíble impostura es la calificación periodística de “Ex” a los militares firmantes por haber sido destinados a la reserva. Me dirán que se refieren al cargo, buen eufemismo para buscar la cobarde cobertura legal de irresponsabilidad penal para aquellos cuyo concepto del valor y el honor se presupone por juramento y profesión. Como si el riesgo de haberles entregado durante décadas el monopolio de las armas y la violencia por parte del estado a estos acuartelados personajes, con mando en tropa, no mereciese un serio reproche para quienes les han otorgado esos despachos sin someterlos a un obligado control democrático. Las ingenuidades de los ministros del ramo es lo que tienen cuando se envuelven con la bandera y se obnubilan cuando reciben tres gorrazos formales de solo aparente respeto. En esta encrucijada, uno esto se pregunta, en su ignorancia, que diablos hace el CESID al respecto de estos asuntos para sentir que nuestros derechos constitucionales están firmemente protegidos por el estado.

Pero no basta con denunciar estos hechos. Se le presupone al gobierno la responsabilidad de defender el estado democrático y tiene instrumentos sobrados para ello, excluido la de meter la cabeza bajo el ala y mirar para otro lado. Pero también se le presuponen responsabilidades de estado a los partidos que gestionan la representación de la soberanía nacional en el parlamento o que participan en la acción de gobierno. Y esas responsabilidades en momentos institucionales graves exigen inteligencia, mesura y madurez política y personal.

El exceso de teleseries, que al parecer visionan con fruición algunos de  nuestros líderes sentados en las bancadas de la izquierda, puede dañar gravemente su comprensión de la realidad y creerse parte protagonista de ficciones guionizadas cuyo desenlaces finales no están sujetas a correcciones de montaje. Sobran bravatas de alfombra parlamentaria y faltan prioridades políticas que convenzan a la población más allá de las bondades de tener un presupuesto. Sobran divisiones artificiales en los movimientos civiles de progreso y falta unidad democrática. Sobran tácticas coyunturales para reposicionamientos en base a las encuestas del CIS y se extraña la lealtad debida por ley y respeto a la acción de gobierno.

Pero, sobre todo, sobran provocaciones populistas desde la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados porque, como se demuestra cada día, los maestros y beneficiarios de la provocación son los eternos traidores a España y a su democracia. Tampoco es una buena ni inteligente misión acompañarles en ese viaje por muy brillantes que a sus correligionarios de secta les parezcan algunos de esos discursos. En nuestra historia democrática de fracasos la tontería útil está llena de ellos. Y recuerden, la enfermedad infantil del comunismo es el izquierdismo. Cosas de un tal Lenin.

Los conspiradores y sus tontos útiles