sábado. 20.04.2024

Caerse del guindo hostelero

Nada como los desastres naturales o mundiales para encubrir los errores humanos locales o particulares. Esta pandemia, al igual que la crisis financiera del 2008, permitirá a muchos dar respuestas simples y ficticias a problemas estructurales que se vienen arrastrando desde atrás en determinados sectores. Ya conocemos que el Gobierno ha enviado a Bruselas un Plan de Estabilidad, estimando una caída de la actividad de un 9,2 en 2020 y una recuperación del 6,8 en 2021, ascendiendo el paro al 19%. España, a juicio del Gobierno, tardará como mínimo dos años en superar la peor crisis en un siglo. Y aun cuando esos datos  fuesen reales y se alcanzase la estabilidad en ese periodo difícil de creer…¿A quién se quiere engañar, además de a uno mismo, proclamando que la presumible ruina de la hostelería es el plan de desescalada del confinamiento previsto por el Ejecutivo a dos meses? Aunque ese plan fuese un desastre completo ese no sería el origen de la crisis previsible en ese sector. En absoluto.

Esta pandemia. (Al igual que el crack financiero en 2008) no ha hecho más que acelerar crisis preexistentes de manera exponencial

Parece que, para algunos, las desastrosas consecuencias económicas de esta crisis, con pérdida de empleo cifrado ya en centenares de miles en España y en todo el mundo, no parecen tener nada que ver con lo que se avecina en el sector. Según eso, el empobrecimiento de la población, la inseguridad en la rentas medias que sostienen el consumo del ocio en el país, el miedo psicológico a las relaciones personales derivado de la pandemia y la desaparición de la expectativa de 85 millones de turistas (que no vendrán sean cuales sean las medidas del gobierno), no son los elementos esenciales del problema. Por lo visto el drama es la “desescalada”, como si la posibilidad de que la población salga de una u otra forma a las calles resuelve todo lo demás. Pues no, rotundamente

En un debate telemático efectuado la tarde del 1º de Mayo el antiguo Secretario General de UGT, Cándido Méndez, aportaba un excelente análisis digno de consideración. La economía española, decía, ha basculado en los últimos  treinta años hacia dos sectores que se prometían eternos para garantizar nuestra prosperidad. La construcción y el turismo, con su correspondiente soporte de sol, playas, incluidas las costumbres sociales, de consumo y hosteleras de los españoles. Desde el crack financiero de 2008 ese es ya un modelo en crisis profunda, que afectó en primer lugar a la construcción y el sector inmobiliario, pero que no ha dejado de influir en una fragilidad creciente en el sector de la restauración.

Nos recordaba Cándido, que en 2008 en España la participación de la construcción en la actividad económica española era de 12,5% con un volumen de empleo de 2,5 millones de trabajadores. En 2020 (con un periodo muy reciente de progresiva recuperación) la participación de ese sector es del 6,7% y el empleo se ha reducido exactamente a la mitad. El volumen de empleo indirecto y sectores comprometidos por esa crisis alcanzó a 38 actividades complementarias. Desde la fabricación de la industria auxiliar hasta los transportes y materias primas. Por tanto, una crisis de tal envergadura empezó tímidamente a recuperarse 10 años más tarde y su impacto indirecto se hizo notar y mucho en la hostelería con más de 30.000 establecimientos cerrados en ese periodo. Y hay que ser muy desmemoriado para no recordar su repercusión sobre el consumo medio en la restauración, de entonces a acá, con una reducción de ingresos superior al 30%. Y todo ello sin pandemia ni encierro forzoso de millones de seres en el planeta con la mayor paralización de actividad mundial conocida hasta la fecha y en siglos, como sucede hoy.

Pero el decrecimiento estructural del modelo tradicional de negocio hostelero y de consumo alimentario ya estaba planteado antes de esta crisis sanitaria. A título de un solo ejemplo: Los efectos perversos en favor de un alojamiento “colaborativo” y oportunista, de alojamiento en apartamentos turísticos, ha generado la desertización de la residencia habitual en los centros históricos de las grandes ciudades y ha reducido el peso del mercado local en los últimos años, tanto en restauración como en mercados municipales. Algunos profetas del pasado decían que el fenómeno había venido para quedarse y que habían que regularlo ¿Se acordarán ahora? Pues se ha ido de golpe y porrazo, con daños de mucho calado en el tejido urbano residencial de compleja recuperación.

 Por otra parte la proliferación de cadenas de consumo low cost, al servicio del presumible aumento de demanda de población turística flotante, ha hecho desaparecer empleo de calidad y oferta de proximidad de pymes y autónomos que han sido el mayor generador de empleo directo y especializado del sector. Hay muchos más argumentos y datos que eludo por no alargar. Resumiendo: Ahora que necesitamos el mercado local no nos queremos acordar de cómo y porqué se ha deteriorado o desaparecido en algunos sitios.

Pero al margen de que coyunturalmente las comunicaciones aéreas estén hoy afectadas, nadie puede dudar que los desequilibrios climáticos que hoy padecemos en sus múltiples formas, presentan un futuro que afectará tanto a las emisiones de gases contaminantes en la atmósfera de los centros urbanos superpoblados como al espacio aéreo. Y eso determinará en un futuro no tan lejano se reducirá el flujo permisible de aeronaves al igual que se limitan los de los automóviles.

De manera que lo mejor para no caerse es bajarse del guindo. Todas las partes de este conflicto deben de hacerlo y acometer en serio el grave problema que se avecina

Esta pandemia. (Al igual que el crack financiero en 2008) no ha hecho más que acelerar crisis preexistentes de manera exponencial. Pero ya está aquí y, esta sí que, de verdad, ha venido para quedarse en los sectores más sensibles y vulnerables a ella. Y la hostelería lo es. Esos 85 millones de turistas no es que serán difíciles de recuperar, es que a medio plazo ya no serán. Dígase claro: Un porcentaje similar al del 2008 en construcción o en el sistema financiero (50%) será arrastrado como mínimo por esta crisis en el sector hostelero. Y no afrontarlo desde esa crudeza sería suicida. Hay mentiras de patas muy cortas

La importancia de la hostelería no puede medirse solo por su proyección de imagen y su actividad comercial directa. Hay (al igual que la construcción) decenas de sectores comprometidos, empezando por el primario en la producción hortofrutícola y ganadero,  extendiéndose a múltiples actividades de manufactura, distribución, logística, control de calidad, seguros, transporte, instalaciones frigoríficas, equipamiento hostelero, instalaciones y mantenimientos. Ello sin contar con suministros de consumo eléctrico o gas y tecnología específica del sector. De manera que no es una cuestión de abrir o no a juicio o acomodo de un particular. Es un problema de cómo producir la reactivación del sector con todas sus implicaciones. Todas ellas mucho más allá que el desescalonamiento cortoplacista. Y eso es competencia tanto pública como privada, que ningún gobierno puede subrogar a terceros ni eludir.

Por las razones anteriores me reafirmo, como ya expresé en mi anterior tribuna, de que este es un sector en reconversión profunda. Que perderá si o si decenas de miles de empleos y cerraran miles de establecimientos con absoluta seguridad. Que tendrá también que recomponer y modificar muchas, sino todas, sus estructuras de funcionamiento y sistemas comerciales para subsistir. Todo eso y mucho más. Pero también que es de una imprescindible responsabilidad del Estado el acometer un Plan de Reconversión Nacional del Sector de la Hostelería y la Restauración, dotándole de los medios materiales públicos y financieros necesarios para encontrar una salida a esta gravísima crisis. De otra forma el desastre derivado de una política quimérica del ganar tiempo “a ver si escampa”  (que tampoco se resuelve con el periodo de latencia de los ERTE en curso, incluso aplazándolos), se traduciría en un inevitable y generalizado proceso concursal de miles de pymes, cuyos efectos sobre el empleo y la actividad económica serían mucho mas desastrosos.

De manera que lo mejor para no caerse es bajarse del guindo. Todas las partes de este conflicto deben de hacerlo y acometer en serio el grave problema que se avecina. No es el momento de hacer la ola ni al gobierno ni a la oposición. Esto no es una campaña electoral donde los sectores gremiales pretendan influir en los que mandan o vayan a mandar. Mucho menos con soflamas o sin estudios serios de la situación. Esta crisis no es de periodos de desescacalada ni de lejos. Es de bastante más trascendencia y aunque el guindal es un árbol de corta altura, como se deduce de ciertos comentarios publicados, también se parte uno la crisma, si cae de cabeza.

Caerse del guindo hostelero