jueves. 25.04.2024

Río de Janeiro entre bastidores

El movimiento cinematográfico del Cinema Novo ofrece una creativa radiografía de la sociedad brasileña de su momento.

Una cámara en la mano y una idea en la cabeza. El movimiento cinematográfico del Cinema Novo ofrece una creativa radiografía de la sociedad brasileña de su momento. La convulsa coyuntura de los años sesenta facilitó el surgimiento de esta corriente, que bebía de un neorrealismo italiano empecinado en reflejar las miserias de las clases populares y los valores morales de la posguerra.

Abanderado por artistas de la talla de Glauber Rocha o Cacá Diegues, el Cinema Novo abordaba la problemática social con un particular acento tropical. El nordeste del país, base electoral histórica del Partido dos Trabalhadores, era la escena principal. Los pobres, excluidos y marginados se tornaban en protagonistas. La realidad inmediata, en su acepción más real y realista, constituía la temática principal.

En esa materialidad encuentra este cine de autor la propia autenticidad, atravesada por la reivindicación y la dotación de voz y visibilidad a los silentes e invisibles. Obras como Deus e o Diabo na Terra do Sol, del propio Rocha, reflejan un discurso deconstructor. Es la propia narrativa la que destruye, caos mediante, el transcurso de los acontecimientos y, hoy más que nunca, Brasil necesita de esa voluntad de autoreconocimiento.

La situación que atraviesa el país latinoamericano en la actualidad es propia de un film de Michael Bay o, en su versión hispana, de un esperpento valleinclanesco. Desde luego, la línea argumental insulsa, la vulgaridad y lo grotesco del espectáculo ofrecido conjugan a la perfección para desacreditar a todo un panorama político nacional.

El proceso de impeachment a Dilma Rousseff ha suscitado visiones muy polarizadas en un Brasil dividido por el elemento emocional y una política-espectáculo monopolizada por la embestida mediática de O Globo y demás agencias del mass media. El procedimiento de destitución parlamentaria motivado por un presunto delito de contabilidad creativa se confunde con el escándalo de Petrobras, que alcanza a la práctica totalidad de formaciones políticas brasileñas que ahora señalan a la presidenta con un dedo pringado de hipocresía.

En un Congreso Nacional con un 60% de sus miembros inmiscuidos en corruptelas de diversa índole, las acusaciones de desmerecimiento a Dilma nacen corroídas a pesar de existir incontables cauces y líneas argumentales de mayor legitimidad para desprestigiar al Gobierno del Partido dos Trabalhadores.

Paul Mason escogió This is a coup como título para su documental sobre la labor de la troika en Grecia. El director británico acertó en su análisis sobre la deuda como instrumento de extorsión en el país heleno pero, si tuviese que reflejar cinematográficamente la realidad de Brasil, ¿cuál sería el titular escogido? ¿Dónde colocar el foco?

Externalizar las culpas y refugiarse en las disculpas son dos achaques sistémicos de la izquierda. Quizá lo más honesto sea revelar la cuestión de fondo: el ocaso de la hegemonía del PT como reflejo de la capacidad de reciclaje contrahegemónico de los poderes económicos y financieros.

Tras catorce años al frente del ejecutivo brasileño, el balance desborda ambigüedad. Si bien la brecha de la desigualdad en base al coeficiente Gini y la inflación han disminuido, el PIB ha aumentado o el salario medio real de los trabajadores ha crecido por encima del incremento de la productividad, son muchas las sombras que se ciernen sobre el legado petista.

Desde los albores de su primer mandato, Lula da Silva planteó la extensión de una cultura de subalternidad, manteniendo la regencia vertical entre élites y pueblo, en lugar de una cultura de derechos que revirtiese la relación histórica con los sectores excluidos. De esta manera, el lulismo se reveló como una alianza interclasista que abogaba por una amplia negociación a escala nacional, responsabilidad fiscal y continuismo macroeconómico.

Tal como expresó al unísono la intelectualidad crítica, la orientación programática del PT se circunscribe en un “nuevo populismo en tiempos de aplicación de una agenda neoliberal”. Ni se logró superar el modelo cepalista, ni se cuestionó de manera efectiva el Consenso de Washington. Los elementos subversivos se confinaron en el campo de la retórica, mientras la gestión de la cosa pública abrazada los postulados neomercantilistas.

El éxito de programas sociales de amplio calado como Bolsa Família no debe hacer olvidar la defensa constante de los intereses agroindustriales, la férrea centralización del poder en un modelo federal, o las políticas de tácito acuerdo con las privatizaciones. El discurso del desarrollismo extractivista empuñado por Lula y Dilma se desmorona ante la reversión de la suerte coyuntural que disfrutó América Latina durante la pasada década.

La “Clase C”, concebida como esa nueva clase media nacida de una redistribución de renta que no modifica las relaciones de poder, carece de subjetividad propia y se mece al vaivén de unos intereses emergentes que la izquierda no alcanza a entender. La obcecación del progresismo latinoamericano en transitar el desarrollo alternativo, en lugar de buscar una alternativa al desarrollo, concluye con un coste electoral de la magnitud del argentino.

Cesare Zavattini sostenía que el cine tiene que decir al espectador que él es el verdadero héroe de su vida. Parece evidente la incapacidad del petismo para hacer sentir protagonistas a las clases populares, a los excluidos, a los sin tierra. En su lugar, el pueblo brasileño se percibe como una audiencia distante para un PT que subsiste hoy como una maquinaria partidaria amorfa, víctima de su propia esquizofrenia.

Más allá de la supervivencia de Dilma al impeachment, el proyecto se mantendrá distorsionado. Las calles de Río de Janeiro proyectan estos días la imagen de un país fraccionado, unido en una resignada protesta muito brasileira y, mientras tanto, imagino a Glauber Rocha y compañía clamando al unísono: ¿dónde se está poniendo el foco?

Río de Janeiro entre bastidores