viernes. 19.04.2024

Hace cuarenta años comenzó la crisis de los setenta

La crisis actual es el resultado del desarrollo de un modelo de crecimiento que se ha impuesto desde la década de los ochenta del siglo pasado...

El 6 de octubre de 1973 se inició otra guerra más entre los árabes e Israel. El 9 de noviembre se firmó la paz entre Egipto e Israel, con una victoria de este último país. Como consecuencia de este conflicto los países árabes subieron los precios del petróleo y negociaron en mejores condiciones para ellos con las empresas multinacionales que extraían el crudo. Esto fue el detonante de la crisis que disparó la inflación y el paro. La coexistencia de la inflación y el paro no estaba prevista en los manuales de economía y por ello se acuñó el término de estanflación.

Se ha vinculado el surgimiento de esta crisis con esta alza desmesurada de los precios del crudo, que dio por finalizada una época de petróleo barato para los países desarrollados que eran los principales demandantes. En el siglo XX el petróleo sustituyó al carbón como la fuente principal de energía, por lo que un incremento del coste de todos los derivados del petróleo tenía que tener necesariamente una repercusión negativa en las economías de todos los países. El incremento de los costes que esto supuso es lo que generó una inflación tan elevada.

No obstante, el alza de los precios del petróleo, aunque tuvo mucha importancia, no es la única causa del estallido de la crisis de los setenta. El informe Mc Cracken, elaborado para la OCDE en 1977, ponía de manifiesto que a finales de los años sesenta se estaba dando en todos los países avanzados, con disparidades en el tiempo, un descenso de las tasas de beneficio de las empresas. Esto indujo a una menor inversión y que ésta, además, fuera más intensiva en capital que en trabajo, de modo que empezó a producirse desempleo antes de fines de 1973. El fenómeno de la estanflación se comenzó a dar primero en Estados Unidos y luego en los países capitalistas de Europa.

Estados Unidos empezaba a dar síntomas de declive en su hegemonía, que se reflejaron en la derrota que sufrió en Vietnam y en la devaluación del dólar con relación al oro en 1971 y 1973. Antes de la subida del precio del petróleo se produjo la crisis del sistema monetario internacional y ya estaba apareciendo la estanflación. El sistema que se estableció en Bretton Woods empezó a hacer agua en la década de los sesenta y, como consecuencia de ello, se plantearon por economistas y dirigentes políticos diversas propuestas de reformas. Ninguna de ellas se llevó a cabo, pero se trataron de poner parches para que el sistema sustentado en el dólar siguiera funcionando. La devaluación de la libra esterlina en 1967 y del franco francés en 1969, al afectar a monedas de países desarrollados, eran síntomas claros de la enfermedad que se padecía.

La crisis, sin embargo, se hizo más aguda cuando el dólar se devaluó con el oro en 1971, rompiendo la paridad de 35 dólares la onza que se había establecido en la fundación del Fondo Monetario Internacional en 1944. Esta medida, así como la tasa que Estados Unidos puso a las importaciones, no fue suficiente, lo que obligó a una segunda devaluación en 1973. Tras ello, y como seguía la presión sobre la moneda norteamericana, se eliminó la convertibilidad del dólar en oro y se suspendieron los tipos de cambio fijos, siendo sustituidos por la flotación de las monedas.

En el libro que publiqué en 1976 “¿Fin del imperio USA?” (Editorial Planeta) traté de explicar las numerosas razones que produjeron esta crisis y la naturaleza de este ciclo recesivo. A pesar del tiempo transcurrido, y de tener hoy día un mayor conocimiento económico que entonces, en líneas generales sigo compartiendo lo que allí dije, y en las cuestiones esenciales considero que sigue vigente, aunque algunas cuestiones convendría matizarlas. En suma, como digo en otro libro recientemente publicado: “   Los últimos años de la década de 1960 y los primeros de la de la de 1970, en los que se disfrutaba aún del auge de posguerra, estaban siendo testigos de una decadencia económica, que no era visible suficientemente, pero que ya manifestaba síntomas subyacentes preocupantes, con la crisis del sistema monetario internacional, la situación de debilidad del dólar, la caída de la inversión, la aparición del desempleo y una inflación creciente” ( Sampedro, José Luis, y Berzosa, Carlos: “La inflación (al alcance de los ministros”, Debate, 2012).

Esta crisis es la gran olvidada, pues ante la que se está sufriendo actualmente se ha hecho más referencia a la de los treinta del siglo pasado, sin duda por tener más analogías por la caída del sistema financiero. No obstante, resulta obligado referirse a ella si se quiere entender el presente. Esta crisis dio por finalizada una época de elevado crecimiento, pleno empleo, mejoras en la distribución de la renta y avance en la igualdad de derechos y oportunidades en las economías de mercado desarrolladas. Supuso también el cuestionamiento de las políticas keynesianas y del Estado de Bienestar y el auge del fundamentalismo de mercado, basado en las teorías de Friedman y Hayek, y las que se formularon en aquellos años, como la de las expectativas racionales y la curva de Laffer.

La salida de la crisis significó cambios en el paradigma económico y mutaciones relevantes en el sistema productivo y el monetario a escala global. El mal comportamiento económico que tuvo lugar puso sobre el tapete un hecho evidente: el sistema capitalista es cíclico y sigue padeciendo crisis profundas que marcan el fin de un periodo de auge. Se acababa así con el optimismo de la economía convencional, entonces sustentada en el modelo neoclásico –keynesiano- y se volvía a la realidad cruda de que las crisis no habían desaparecido, a pesar de los avances logrados.

La crisis actual es el resultado del desarrollo de un modelo de crecimiento que se ha impuesto desde la década de los ochenta del siglo pasado. La economía se ha hecho más insegura e inestable y el dominio de las finanzas la ha hecho ser más vulnerable. La desigualdad crece y no se ha conseguido en estas décadas de euforia, ni acabar con el paro ni crecer tanto como en las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX. De aquella salida se pagan ahora las consecuencias y una vez más el capitalismo ha vuelto a poner de manifiesto que sigue siendo incapaz de acabar con las crisis económicas. Hay que aprender del pasado para no cometer los mismos errores. Esta lección sigue, sin embargo, sin saberse.

Hace cuarenta años comenzó la crisis de los setenta