viernes. 29.03.2024

El estado del malestar se impone sobre el estado del bienestar

Desde que existe el capitalismo las competencias y el papel del Estado han ido cambiando y modificándose. 

El Estado cumple varias funciones en la economía y la sociedad pero no todas ellas son benefactoras y en favor del progreso social. Desde que existe el capitalismo las competencias y el papel del Estado han ido cambiando y modificándose. Las modificaciones habidas se han debido a circunstancias históricas concretas, luchas sociales y crisis económicas. El papel del Estado en el proceso económico ha ido aumentando cuantitativamente pero también hay que destacar las funciones cualitativas que desempeña. En los países desarrollados tras la Segunda Guerra Mundial y hasta los años setenta, el sector público ha desempeñado un papel en el que los elementos positivos han superado a los negativos.

En este periodo, el Estado ha sido regulador del mercado, estímulo de la demanda efectiva, empresario, emprendedor y benefactor social. En estas tareas evitó el surgimiento de grandes crisis y palió las que se dieron quedando sus efectos sin grandes consecuencias negativas. Fue un periodo de alto crecimiento, estimulado por la innovación, la mejora de la productividad, el crédito al consumo, la demanda creciente del sector público y el consumo de masas. Al tiempo mejoraba la distribución de la renta y se avanzaba en la igualdad en derechos y oportunidades.

En el lado negativo, los altos gastos militares para mantener y ampliar la hegemonía a escala global, sobre todo en Estados Unidos, pero también fueron relevantes en potencias europeas, como Francia y el Reino Unido. Los grandes países se convierten en gendarmes a escala global del orden capitalista. A su vez, el Estado desempeña también una función represiva en el interior de los países, para preservar el orden establecido. A su vez, y a pesar de los avances sociales, se legisla a favor de los grandes intereses económicos.

Desde hace varias décadas, fundamentalmente a partir de la década de los ochenta, se impone la visión neoliberal que propugna un Estado mínimo a la que se contrapone, eso sí, a la defensiva, la que pretende salvar los muebles, sobre todo los del Estado del bienestar. Las tendencias neoliberales se han impuesto a escala de la economía mundial y aunque perviven políticas sociales estas se encuentran acorraladas ante una embestida de esta naturaleza. Se producen actuaciones contradictorias de los Gobiernos y ello es lo que produce efectos diferentes en los distintos países.

Los efectos son evidentes: aumento de la desigualdad, incremento de la concentración económica y de la riqueza, pérdida de derechos laborales y sociales y una presencia más relevante de la economía clandestina (tráfico de armas, drogas, órganos, trata de mujeres, y en fin, tantas cosas que configuran la cara oculta de la economía). Estas tendencias generales se dan en todas las economías pero en grados diferentes en función de las formas que adquiere la regulación e intervencionismo estatal.

El malestar es creciente ante la impotencia de los Gobiernos a desarrollar políticas democráticas y de equidad ante la oleada neoliberal y el gran poder de las grandes corporaciones industriales, comerciales y financieras. Los vaivenes electorales son una muestra de esto, a la vez que ascienden peligrosamente los partidos ultraderechistas, racistas y xenófobos. El crecimiento económico, en el caso que tenga lugar, no es suficiente para atajar tantos males, entre otras cosas porque las sociedades son más ricas pero el empobrecimiento de estratos de la población de renta media y baja crece a la par que se pierden los derechos. Las políticas económicas practicadas contribuyen a ello. La bajada de impuestos y los recortes sociales deterioran al Estado del Bienestar. El malestar crece como consecuencia de todo ello a lo que hay que añadir la corrupción, la existencia de paraísos fiscales, la creciente riqueza del 1% de la población que más gana y los escándalos que se conocen a diario. Los países desarrollados se encuentran en un callejón sin salida, aunque sea largo, y si esto es así los problemas para los más subdesarrollados se acrecientan. Los países emergentes se encuentran también en una encrucijada, el modelo brasileño se estanca, Rusia sufre grandes dificultades, y China disminuye su elevado crecimiento. El modelo de desarrollo actual no sirve y el mundo avanza hacia una inseguridad mayor. Los países menos desarrollados no cuentan con un Estado de Bienestar y los más avanzados, que lo tienen, se están encargando de acabar con él.

En España, la situación es escandalosa, con un Estado del Bienestar tardío en su desarrollo y con diferencias significativas con los países más avanzados ha sufrido unos recortes que están deteriorando su funcionamiento. Las bondades que aún existen son contrarrestadas con una realidad que muestra el mal uso de los recursos públicos, el despilfarro, el tráfico de influencias, el clientelismo, el favoritismo y la corrupción. El uso de cargos públicos y de representación para enriquecimientos ilícitos personales es grave. La quiebra moral y social que esto supone y el desprestigio de la política que se da entre gran parte de la ciudadanía está generando una gran fractura. Un malestar recorre Europa y en concreto en España. 

El estado del malestar se impone sobre el estado del bienestar