jueves. 18.04.2024

La enseñanza de la economía no se renueva

La enseñanza se compone del contenido de las materias, pero también por la forma de comunicar el objeto de cada disciplina...

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Existe entre grupos de estudiantes y profesores una determinada frustración, no sólo sobre cómo se enseña, sino sobre lo que se enseña

He comenzado mis clases de este curso académico y tengo que decir que las empiezo con ilusión, a pesar de tantos años dedicado a la enseñanza, con energías renovadas y con proyectos de innovación. De hecho, leí hace ocho años, cuando se publicó en castellano, el libro de Ken Bain Lo que hacen los mejores profesores (Publicaciones Universidad de Valencia, 2006), con el fin de seguir aprendiendo en la difícil tarea de enseñar. El libro me gustó bastante y sus conclusiones resultaban más útiles que las muchas cosas intrascendentes que se han dicho acerca de la pedagogía a aplicar sobre el plan Bolonia, aunque no esté escrito en ningún papel oficial, pero que se ha extendido por todas las universidades sin saber muy bien por qué. Ahora me llega otro libro del mismo autor titulado Lo que hacen los mejores estudiantes, editado también por la Universidad de Valencia, que no he tenido aún tiempo de leer pero que por la hojeada que le he echado parece sumamente sugestivo. 

La enseñanza se compone del contenido de las materias, pero también por la forma de comunicar el objeto de cada disciplina. No obstante, esta ilusión que trato de transmitir se encuentra limitada por la desazón que siento ante la situación en que se encuentra la enseñanza de la economía actual. Existe entre grupos de estudiantes y profesores una determinada frustración, no sólo sobre cómo se enseña, sino sobre lo que se enseña. Así, de vez en cuando, surgen manifiestos de protesta de estudiantes sobre esto. La propuesta de los estudiantes suele venir acompañada de un debate en el que intervienen profesores, muchos de ellos de acuerdo con el escrito, y revistas especializadas abren sus páginas a la controversia suscitada sobre qué y cómo se debería enseñar la economía. En España, se acaba de hacer eco de esta controversia la revista Alternativas Económicas en el número de 17 de septiembre.

A su vez, en la Universidad de Valladolid los días 4 y 5 de septiembre, se celebraron las XIV Jornadas de Economía Crítica. Unas jornadas que se vienen celebrando desde 1987, con una periodicidad de dos años, en los que se presentan ponencias en sesiones especializadas y los plenarios con visiones diferentes a las convencionales. A raíz de estas jornadas, se creó la Revista de Economía Crítica (REC) que aporta contribuciones muy valiosas que ponen de manifiesto que la economía heterodoxa goza de buena salud, a pesar de ser minoritaria y en algunos casos acosada en el ámbito universitario. En concreto, hay otras formas de entender la economía que la ortodoxia que se impone como dominante, que resulta más enriquecedora para acercarse a la comprensión del mundo complejo y conflictivo en el que vivimos.

El estallido de la crisis, y la falta de predicción de la gran mayoría de la profesión, ha desempeñado un papel revulsivo que ha servido para avivar la polémica. El problema no solamente reside en que no se tuviera capacidad para predecir una posible crisis, sino el que ni siquiera se hubiera advertido de los peligros que se estaban corriendo, así como en el desconcierto que se provocó ante lo que había que hacer. A raíz del estallido y posterior desenvolvimiento de la crisis, se ha escrito bastante sobre la falta de formación de los economistas para predecir, advertir y ofrecer respuestas adecuadas. Así, por ejemplo, el premio Nobel de economía, Stiglitz dedica un capítulo denominado “Reformar las ciencias económicas” en su libro Caída libre (Taurus, 2010),mientras que la francesa Florence Noiville publicaba un pequeño texto con el título provocador Soy economista y os pido disculpas (Deusto, 2011). En la primera obra mencionada, Stiglitz se centra fundamentalmente en cuestionar el dominio que en las enseñanzas ha adquirido el análisis basado en el fundamentalismo de mercado, mientras que en la segunda Noiville realiza una fuerte crítica a la que se imparte en las Escuelas de Administración y Dirección de Empresas.

Así pues, sí que hay críticas a la forma de enseñar la economía hoy; sin embargo, la ortodoxia no se ha inmutado, no sólo frente a estos planteamientos críticos realizados por profesores, economistas y estudiantes, sino sobre hechos tan graves como la crisis actual. No se han movido de sus posiciones la mayoría de los economistas que defienden el paradigma dominante, a pesar de las grietas que los acontecimientos reales han creado en su edificio teórico. Esto contrasta con lo que sucedió en anteriores crisis, como la de los años treinta y setenta del siglo XX. La insatisfacción que sufren muchos estudiantes y profesores frente a esto es evidente.

¿Por qué no se cambian las enseñanzas si están resultando limitadas para predecir e insuficientes y en muchos casos negativas para comprender el funcionamiento del sistema económico mundial? La respuesta solamente puede ser una y es que lo que se enseña es cómodo para el poder académico y para las élites políticas y económicas, pues con ello se consigue que no se piense y lo más importante que no se cuestione el orden establecido.

Un orden dominado por los gastos militares y las finanzas, pues como señala Sampedro en la introducción al libro La inflación (al alcance de los ministros), (Debate, 2012): “Las transferencias financieras en el mercado mundial superan con mucho el valor de los intercambios de bienes y servicios, ofreciendo a los poderosos ganancias espectaculares más rápidas y cómodas, con una ventaja añadida: la opacidad de un sistema de dinero y títulos y la desregulación de la ya establecida globalización internacional que permite abordar al margen de la ley negocios tan censurables como los armamentos o el narcotráfico”.

La enseñanza de la economía no se renueva