viernes. 29.03.2024

Sólo desde la asunción de la plurinacionalidad se pueden construir gobiernos estables de izquierda

Uno de los libros que he leído con más interés en los últimos tiempos ha sido Un haz de naciones: El Estado y la plurinacionalidad en España (1830-2017) de Xavier Domènech. Uno de los políticos con la cabeza mejor amueblada y que lamentablemente ha dejado la política de primera fila. Lo anunció en abril de 2018 dimitiendo como presidente del grupo parlamentario de Catalunya en comú-Podem -también dejó el acta-, como coordinador general de Catalunya en Comú y como secretario general de Podem."Creo que es la hora de dar paso a nuevas personas con ideas frescas y la energía necesaria para llevar a cabo los retos que el país pide los próximos meses, que sin duda serán claves por nuestro futuro”.También dijo que siempre tuvo muy claro que su "tiempo en la política institucional sería limitado", pero reconoció que los momentos políticos lo han acelerado: "En estos años he asumido un conjunto de responsabilidades en una etapa de construcción de grandes consensos que me han agotado política y personalmente". El historiador no se ha sentido con fuerzas para abordar todos estos frentes y no estaba dispuesto a asumir más renuncias personales –en alguna ocasión había acudido a las reuniones de partido con su hijo porque era la única manera de pasar algún tiempo con él–.

Esta es una buena ocasión para revalorizar la política, tan denigrada en estos momentos en esta España nuestra.No digo que no haya políticos que envilezcan la actividad política. No es el caso de Xavier Domènech, que la ha revalorizado. De ahí lo lamentable de su abandono.No se puede generalizar con el “todos son iguales” Hay un chiste gráfico muy expresivo. Un potentado con un puro escucha las palabras de alguien que le dice “No voy a votar, porque todos los políticos son iguales” y le responde “No sabes lo que me alegra oírte decir esto, chaval”.

El neoliberalismo dinamitó el pacto social posterior a la II Guerra Mundial, realizado entre la democracia cristiana y la SD, que estuvo vigente hasta los años setenta del siglo XX

A Xavier Domènech ya lo pude conocer antes de su irrupción en la política, en su labor de historiador.Pude leer su libro espléndido Hegemonías Crisis, movimientos de resistencia y procesos políticos (2010-2013) que me lo proporcionó la bibliotecaria del SIP Fundación Seminario de Investigación por la Paz de Zaragoza.  Explica muy bien el triunfo de la hegemonía del neoliberalismo. Al final de la II Guerra Mundial en Europa occidental la hegemonía fue de la socialdemocracia (SD), impregnada de la teoría económica keynesiana. Toda hegemonía implica una alianza, un pacto social de clases, donde una de ellas detenta la supremacía hasta tal punto que consigue convertir su proyecto de clase en un proyecto, que es percibido ya no como de clase, sino como el común y extensible a todas ellas y a toda la sociedad. Este proceso de construcción de la hegemonía implica una operación cultural compleja, mas tiene una base consensuada y presupone un pacto social.

El neoliberalismo dinamitó el pacto social posterior a la II Guerra Mundial, realizado entre la democracia cristiana y la SD, que estuvo vigente hasta los años setenta del siglo XX. Si hoy se ha convertido en hegemónico el neoliberalismo, son tan responsables los que lo han preconizado, como los que lo han consentido y asumido. En definitiva, se ha producido un pacto social. Mientras se expandía el neoliberalismo, ¿no gobernaban los González, Mitterrand, Blair, Schroeder, ZP-? Y, sin embargo, los socialdemócratas aducen que los neoliberales son siempre los otros, los gobiernos conservadores, los grandes grupos financieros, mediáticos o políticos; pero no ellos. Thatcher será un demonio, pero su pensamiento late en muchos corazones de una SD que dejó de creer y de defender a las clases populares, y se formó en varias décadas en el pensamiento neoliberal hasta hacerse totalmente inservible como alternativa. En definitiva. Hoy todos somos neoliberales, por supuesto, incluidos todos aquellos que se autoproclaman con gran pompa y boato “somos socialdemócratas”

Pero retorno al libro del principio El Estado y la plurinacionalidad en España (1830-2017), con título muy explícito. Hace un estudio pormenorizado de la incapacidad del Estado de asumir y encauzar la plurinacionalidad en la época contemporánea. Una de sus frases más clarificadoras en relación al siglo XIX es “Uno de los territorios de mayor diversidad de Europa, se construyó uno de los Estados más centralizados”.La I República supuso un proyecto de redistribución de la riqueza y del poder territorial, de reconfiguración completa del Estado. No es casual que los tres únicos presidentes catalanes que ha tenido España en toda su historia contemporánea fuera durante el Sexenio Democrático, Prim, Figueras y Pi i Margall. Tras el final de la I República, el republicanismo federal se diluyó y se transformó en muchas cosas. Hay una gran parte del republicanismo federal que se puede encontrar en el anarcosindicalismo y que ya no habla de transformar el Estado, sino directamente de destruirlo y sustituirlo por otra forma de organización social basada en el trabajo y la libre federación. El mapa de la CNT se superpone casi completamente con el antiguo mapa del republicanismo federal en España. Otra parte de los antiguos republicanos federales llegan a la conclusión de que la oportunidad para cambiar el Estado español se ha cerrado, y evolucionan hacia proyectos nacionales alternativos o bien estos se ven profundamente impregnados por su legado histórico, como el catalanismo, el galleguismo o el andalucismo. En este sentido, la alternativa confederal/federal seguirá presente y viva en estos proyectos.

También me parece muy interesante su reflexión sobre el problema de la vertebración territorial en España en tiempos de la II República, problema que no lo trajo la República bajo el brazo, ya venía de atrás, como hemos visto.  En el proceso de debate constituyente de la Constitución de 1931 el federalismo fue defendido por los catalanistas y los galleguistas, y, por los radical socialistas de Marcellí Domingo y el Partido republicano Federal, representado por el canario José Franchy y Roca. Gran parte de las corrientes republicanas del momento estaban impregnadas del krausismo de Giner de los Ríos, con una fuerte influencia intelectual de la Institución Libre de Enseñanza, que, como mucho, defendía un organicismo regional descentralizador.

El PSOE, el primer partido en las Cortes, a pesar de que en su XI Congreso de 1918 aprobó, a iniciativa de los socialistas catalanes y con el apoyo de Besteiro, su apuesta por una confederación republicana de nacionalidades ibéricas, abandonó esta posición hacia un moderado autonomismo defendido por Prieto y Largo Caballero. Se impuso la propia matriz ideológica del PSOE que, más allá de la retórica, nunca había sido federalista, además estaba la preocupación por la pérdida de influencia de la UGT frente a la CNT si los socialistas no mantenían las competencias en políticas laborales y sociales en un Estado Central. Mas, dejando el debate teórico, había otro tema-para nada menor, por mucho que pasara desapercibido-que operó de forma activa tanto durante el debate constitucional, donde la preeminencia de los catedráticos de la Universidad de Madrid fue casi absoluta, como en el debate del Estatut de Cataluña en las Cortes: la necesidad evidente, en el caso de una parte del personal del Estado y de los juristas concentrados en Madrid, de mantener el poder último, es decir, la soberanía, en el Estado central. Tal como afirmó Castelao, que vivió de cerca los debates: "Los juristas-vigilados por las estatuas de los Reyes Católicos-repitieron en el primer Parlamento de la II República los mismos conceptos que un día lejano emitió, allí mismo, Antonio Maura en defensa de la Soberanía. Y los juristas ganaron la batalla". Circunstancia que se reprodujo de nuevo, en el proceso de elaboración de la Constitución de 1978, es decir, como señalan las palabras de Castelo, tal como menciona Solè Tura, ya que la otra vez los juristas del Estado centralizado cobraron un gran protagonismo.

Xavier Domènech trata el tema de los nacionalismos durante la dictadura franquista. Ya es conocido que eliminó brutalmente cualquier conato de movimientos nacionalistas. Lo curioso es que la dictadura los fomentó. Y por ello, con la llegada de la democracia irrumpieron de nuevo, y que se trató de encauzarlos a través del Estado de las Autonomías, pero, como observamos hoy no solo no se ha resuelto, sino que se agravado especialmente en Cataluña., donde una parte de su población es partidaria de desvincularse del Estado español.

La Cruzada franquista legitimada por la Iglesia católica arrancó con la necesidad ineludible de recuperar una patria, España, que se encontraba en manos de la anti-España, compuesta por republicanos, rojos y separatistas. ¿Les suena hoy? Con ese objetivo, no sólo se depuró brutalmente el espacio simbólico y a los cuadros políticos, sociales, culturales y educativos de la II República, sino que además se procedió a nacionalizar al conjunto de la sociedad española hasta la extenuación. En este marco, la imperfecta nacionalización de un Estado ineficaz en el siglo XIX dio paso a una supernacionalización fascista, como nunca había ocurrido en nuestra Historia. Se niegan todos los nacionalismos. España es Estado uninacional, un ente indisoluble, una Unidad de Destino en lo Universal, como dijo José Antonio Primo de Rivera. Así en los Principios del Movimiento: «La unidad de la Patria es uno de los pilares de la nueva España, para lo cual el ejército la garantizará frente a cualquier agresión externa o interna». El artículo 37 de la Ley Orgánica del Estado número 1/1967 especifica tal garantía “Las Fuerzas Armadas de la Nación, constituidas por los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire y las Fuerzas de Orden Público, garantizan la unidad e independencia de la Patria, la integridad de sus territorios, la seguridad nacional y la defensa del orden institucional”.El artículo 8ª de nuestra Carta Magna es muy similar“Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”.La presencia y vigilancia del poder militar en nuestra Transición explica que en la Constitución, las Fuerzas Armadas están incluidas en el Título Preliminar, que trata de los elementos fundamentales del Estado y la Nación. Se les asigna, entre otras funciones, la «defensa de la integridad territorial» de España. Esto contrasta con la mayoría de las constituciones democráticas, que colocan el ejército en otro título no tan prominente, que se ocupa del gobierno, de la administración y limitan sus funciones a la defensa externa del país.

No obstante, esa supernacionalización durante la dictadura franquista, cuyas secuelas perniciosas en parte de los españoles no hay que minusvalorar tras 40 años de control de los espacios de sociabilidad, educativos, culturales y mediáticos, también propició unas secuelas inesperadas. La construcción fascista de la nación tenía tanta capacidad de inclusión, bien voluntaria o forzada, como de exclusión. En la medida que se agrupaba y creaba una base social para ese proyecto de la “Nueva España”, se expulsaba, en un proceso de nacionalización negativa a amplísimos sectores de la sociedad, en un nacionalismo que buscaba básicamente sus enemigos en el interior más que en el exterior. Esto no era novedad ni exclusividad del franquismo, ya que otras formas de nacionalismo español se practicaban desde finales del siglo XIX.En la Dictadura de Miguel Primo de Rivera se sometió a jurisdicción militar todo ataque a la unidad de la patria, sus símbolos, y se prohibió la bandera y la lengua catalanas en la administración.  La novedad del franquismo era la intensidad de la construcción nacional española como un proceso de depuración y homogeneización sin parangón. Entre los excluidos: los trabajadores/as que protestaban, los universitarios o sectores de las clases medias que luchaban por las libertades. De hecho, las diferentes ideologías fuera del franquismo, como las republicanas, liberales, socialistas, comunistas, anarquistas o feministas eran antiespañolas. Obviamente, entre los excluidos y represaliados estaban todos los símbolos, lenguas y culturas que planteaban un proyecto nacional alternativo. Solo se permitiría el regionalismo administrativo, cultural y folklórico del que toda España debía sentirse orgullosa. Antonio Floriano Cumbreño escribió en 1944: “el regionalismo puede ser positivo siempre que no se corrompa, ni incurra en exageraciones negativas de la unidad de la Patria”.

 Por ello, no es sorprendente que del conjunto de desafectos surgiera una reacción a esa exaltación desmesurada del nacionalismo español, a la vez que se prestigiaban y legitimaban los proyectos nacionales alternativos, los “nacionalismos periféricos”. Todavía más, interrumpida una tradición nacionalista española liberal-republicana, e incluso la socialista y comunista, y monopolizado el españolismo por el franquismo y los aparatos del Estado, el antifranquismo en su desarrollo se impregnó de las culturas nacionales alternativas y planteó en su gran mayoría el proceso de democratización, sobre todo como un proceso de replanteamiento del Estado en su modelo territorial y de reconocimiento de su pluralidad nacional y su derecho de autodeterminación. Se prestigiaron y cobraron fuerza las reivindicaciones de las naciones alternativas, que incluso iban más allá del pacto entre una parte de esos nacionalismos, como el catalán, y el republicanismo y las izquierdas españolas en la II República. Democracia era sinónimo de reconocimiento de las distintas realidades nacionales. Se abría de nuevo la cuestión del Estado y se consideraba que su rearticulación a partir de las distintas demandas nacionales era un factor democratizador, y, a la vez, de desarticular del aparato franquista. Por otra parte, si el régimen franquista erosionó profundamente proyectos políticos y sociales de construcción nacional, como en Galicia, fracasó e incluso potenció, obviamente a pesar suyo, procesos de consolidación de realidades identitarias como la catalana y, especialmente, la vasca. Todo ello convirtió el reconocimiento y las libertades nacionales en un punto fundamental en el advenimiento de la democracia. Tema crucial en la Transición. Y también hoy.

El franquismo es hoy un espectro del pasado todavía operativo. Una parte de la cultura política actual quizá tenga su origen en esa época. Y entre estas secuelas nocivas, puede que siga todavía vigente la imposibilidad de cuestionar la unidad de la nación española y de admitir el carácter plurinacional del Estado español. Y todo ese recorrido histórico le conduce a Xavier Domènech a una conclusión “sólo desde la asunción de la plurinacionalidad se pueden construir gobiernos estables” en la izquierda española ante el panorama actual. Y acierta de pleno, y que deberían tener en cuenta todas las izquierdas, ya que si hacen caso omiso, el gobierno será de PP-VOX y Cs.

Sólo desde la asunción de la plurinacionalidad se pueden construir gobiernos estables...