viernes. 19.04.2024

Quizás es un problema de deformación profesional mía…

Saskia Sassen en el 2013  señaló que las políticas de austeridad pueden ser consideradas como una forma blanda de genocidio, mediante la cual generan daños colaterales entre los sectores desfavorecidos (entre ellos pobres, emigrantes, mujeres y jóvenes), que se convierten en presencias fantasmales por su invisibilidad o por el miedo que generan. Si tras la II Guerra Mundial  los jóvenes fueron unos de los mayores beneficiarios de la creación del Estado de bienestar, tras la crisis financiera han sido los jóvenes las principales víctimas de las políticas de austeridad, al verse excluidos especialmente en el ámbito laboral.

En España la precariedad laboral, educativa, política, residencial y afectiva de la mayoría de los jóvenes suponen de alguna manera la desaparición simbólica de la juventud como actor social y su invisibilidad en la escena pública. Como consecuencia de la crisis la pérdida de empleo o sus trabajos precarios suponen un juvenicidio económico. Cuando convergen ambos procesos se puede hablar de un juvenicidio moral. Para que se produzca debe darse una situación de precariedad material y de expulsión del mercado de trabajo. Pero eso no basta: debe darse también un proceso  de estigmatización y criminalización de la juventud, que deja de ser una prioridad para la sociedad y pasa a ser una categoría social prescindible, una especie de ejército de reserva.

Según el escritor Oscar Guardiola-Rivera refiriéndose a los jóvenes "Trabajamos en empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos", dice Tyler Durden en la película basada en la novela El club de la pelea de Chuck Palahniuk”. Y a veces ni eso, dicen hoy muchos jóvenes españoles. El 55% vive aún con sus padres y el 75% asume que vivirán peor que ellos. El 37% cuenta con título universitario.  Por ende, los jóvenes es lógico que hagan las maletas y se busquen la vida en otros países centroeuropeos, como Alemania, Francia, Holanda, Austria, Reino Unido; y también en otras latitudes: Estados Unidos, Chile, Argentina, Canadá, Nueva Zelanda o Australia. Todo ello me sugiere una serie de reflexiones. Embelesados en una prosperidad perpetua, nadie podía pensar hace unos años que volviésemos a ser un país de emigrantes, circunstancia que ha sido una constante en nuestra historia. Ciñéndonos al siglo XX. Entre 1900 y 1930 emigraron hacia América algo más de 3 millones de españoles, según las cifras oficiales, aunque es probable que fueran 4,5 debido a la emigración clandestina. Tras la Guerra Civil por motivos políticos en un exilio masivo perdimos una generación  brillantísima  de escritores, científicos, maestros, catedráticos, artistas, etc. En los años 60, dos millones de españoles- su imagen en las estaciones de trenes y autobuses con sus maletas de madera es imborrable- salieron impulsados por la necesidad y por el aislamiento que asfixiaba a España hacia Europa: Suiza, Alemania, Bélgica, Francia, Reino Unido y Holanda. La mitad clandestinos. Sin contratos y no pocos analfabetos trabajaron de asistentas del hogar, albañiles, peones, camareros, mineros, obreros no especializados. Sus remesas de divisas, mas el turismo propiciaron el desarrollismo de los años 60.

Los jóvenes que se marchan ahora lo hacen en aviones de Ryan Air con billetes baratos sacados en Internet, su móvil de última generación y su portátil. Son titulados superiores: ingenieros, médicos, informáticos, economistas, abogados, arquitectos. Tienen masters. Hablan varios idiomas. Muchos han salido ya fuera de su país con una beca Erasmus. Son una generación, aunque sea un tópico, la más preparada de nuestra historia, alumnos de la LOGSE y que a pesar de ello han de emigrar, como lo hicieron sus abuelos. Nos dejan poco a poco, sin alboroto alguno. Un goteo incesante de sangre nueva que sale sin ruido. Esta circunstancia es  un nuevo fracaso colectivo para la sociedad española.

Los que aquí nos quedamos, como el que escribe estas líneas, se siente muy dolorido como padre, un hijo es emigrante; como educador, ya que a estos chavales les he ayudado a crecer además de compartir sus ilusiones, ahora truncadas; como ciudadano español, al  apercibirme de que nos vamos a privar de este inmenso capital humano, para regalárselo a otros países. Una perdida irreparable para nuestro futuro. Un grave error que pagaremos muy caro en forma de atraso, de empobrecimiento científico y técnico.

En cuanto a los que se nos van, tienen que sentirse profundamente doloridos, defraudados y engañados. Motivos tienen. Abandonar tu tierra, renunciar a tu familia, tu ciudad, tu barrio y tus amigos no es fácil. Les dijimos  que serían  la generación invencible, que superaría con creces a la nuestra: para obtener todo ello, bastaba con estudiar o trabajar duro. Muchos de ellos no volverán, se quedarán en sus nuevos destinos. ¿Para qué van a volver? Se sentirán cada vez más desarraigados de su tierra. Sirvan de ejemplo, algunos de sus comentarios. “Yo no vuelvo a España ni loco, para que me paguen 500 euros por un trabajo de 12 horas en Madrid o Barcelona”. “Y si España no quiere saber nada de mí y si no le importa lo que puede pasarme, yo tampoco quiero saber nada de España.

Los problemas de los españoles a veces son planteados en el Congreso de los Diputados, como ocurrió el pasado 21 de diciembre cuando el diputado Pablo Bustinduy, del Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea formuló al ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación la siguiente pregunta: “¿Tiene previsto idear servicios de atención especializados para los jóvenes españoles emigrados al extranjero?”

La respuesta del ministro, cuyo nombre no quiero ni nombrar: “Tenemos información y tenemos una red de embajadas y consulados que está dirigida a apoyar a todos los españoles en el extranjero, en particular a los jóvenes y prestarles servicios de toda índole  relacionados con los procesos electorales, con la asistencia consular en caso de necesidad, con funciones de registro y notariales, con información sobre condiciones de estancia y de búsqueda de trabajo, documentación, acreditación de la identidad para realizar cuantos trámites administrativos sean necesarios. Con ello, buscamos que estando fuera de España nuestros jóvenes se sientan lo más cercanos a nosotros”.

Le replicó el diputado Bustinduy: El problema —y por eso no me ha contestado a la pregunta— es que ni siquiera ustedes saben  cuántos compatriotas tenemos fuera. Según el INE, el año pasado 11.182 españoles se fueron al Reino  Unido, pero según la Seguridad Social británica fueron más de 50.000 los españoles que se dieron de alta. Eso son 137 al día y esto no incluye a quienes están trabajando sin contrato o a quienes se han  marchado a estudiar. La realidad es que son cientos de miles, quizá millones, los españoles que han tenido que emigrar por culpa de una crisis que ellos no causaron y que hoy en día se encuentran en distintos países afrontando condiciones laborales y vitales sumamente difíciles. Esta gente no se ha ido del país, les han expulsado sus políticas de austeridad y ustedes les han abandonado a su suerte…Pongan los medios de forma inmediata para no abandonarlos a su suerte. Me daría vergüenza gobernar un país que, como en los peores momentos de su historia, sigue expulsando a su gente de su tierra.

 Antes de la nueva respuesta del ministro les ruego tranquilidad. Ahí va: “Yo creo que usted pinta una realidad que no se corresponde con lo que existe. Como ya le he dicho, nuestras embajadas y consulados trabajan eficazmente y de manera denodada en favor de nuestros  ciudadanos y en particular de los jóvenes. Esa visión apocalíptica y demagógica creo que no se compromete con la realidad. Nosotros no hemos expulsado a nadie. Usted está pintando una visión de los años sesenta del pasado siglo. Actualmente, quienes salen fuera lo que muestran es una iniciativa, una inquietud, una  amplitud de miras... una adaptabilidad y una apertura a nuevos horizontes. Como decía, irse fuera a vivir, a trabajar, enriquece, abre la mente, fortalece habilidades sociales. Quizás es un problema de deformación profesional mía, pero le puedo asegurar que irse fuera no supone rehuir  responsabilidades, sino adaptarse a un mundo mejor.

Las respuestas del ministro son todo un ejemplo de irresponsabilidad, de desfachatez y de desconexión de los problemas de la gente normal. No solo reflejan sus respuestas deformación profesional. Reflejan auténtica maldad. No quiero dedicarle a este caballero, que no sé de dónde ha salido, más palabras, ya que estoy profundamente molesto, como pienso que lo estarán la mayoría de los españoles.

Quizás es un problema de deformación profesional mía…