viernes. 19.04.2024

Murió la verdad

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Dentro la serie de los 82 grabados, Los desastres de la Guerra, realizados entre 1810 y 1815 Francisco de Goya hace una crítica a las secuelas  crueles de la Guerra de la Independencia, aunque tienen un carácter universal, ya que se podrían extrapolar a todo tipo de guerras pasadas, presentes y futuras. Y especialmente en Los Caprichos enfáticosDesastres 65 a 82– se pone de manifiesto una actitud de rechazo contra la represión iniciada tras la restauración de Fernando VII. Es muy claro el significado político que Goya quiso dar al nº 79 Murió la verdad y al nº 80, ¿Si resucitará? Hace  una crítica  al absolutismo de Fernando VII y a los privilegios estamentales, tanto de la nobleza como del clero. En el de Murió la Verdad se representa a  una joven, de blanco vestido que irradia luz y con los senos desnudos, que yace muerta en el suelo. Es la Verdad, y también representa en alegoría a la Constitución de 1812, pues la joven está coronada con laurel. En un ambiente de tétrica nocturnidad, unos frailes y eclesiásticos, presididos por un obispo, se disponen a enterrarla con azadas y palas. Están satisfechos de dar sepultura a tan peligrosa dama que, durante la vigencia de la Constitución de Cádiz, había acabado con sus privilegios estamentales. En contraste con ellos, sentada a la derecha aparece llorosa y desconsolada por la muerte de la Verdad una joven, portando una balanza; representa la Justicia, amordazada y mediatizada por el absolutismo.

Pasemos al nº 80 ¿Si resucitará? El mismo personaje femenino La Verdad está despertando de su sueño y vuelve a la vida. A la derecha, donde estaba la Justicia en la estampa nº 79, Goya ha colocado a un monje que con una mano sujeta una piedra y con la otra una pequeña trompeta. Junto a él se encuentra un personaje con cabeza de animal que tiene rasgos felinos, aunque quizá se podría tratar de un perro que en la iconografía goyesca alude a la avaricia. Detrás se intuyen algunas figuras que parecen vampiros. Todos ellos se preparan, en una actitud un tanto amenazadora, para el despertar de la mujer que protagoniza el grabado, como si viesen en ello un peligro. Tan sólo una figura femenina, fuertemente iluminada por el halo de luz de la mujer que está a punto de resucitar, parece esperanzada. Son varias las explicaciones que se han dado para este grabado. En principio se podría pensar que Goya está planteando en esta imagen la duda de lo que sucedería si la Constitución se volviese a implantar, qué podrían hacer todos los personajes que se sienten amenazados por esta posibilidad y de qué manera se defenderían ante esta circunstancia. Otra interpretación es que el pintor aragonés supiese que, durante el segundo periodo constitucional, ésta volvería a ser implantada por lo que acentuó el verbo del título como si tuviese seguridad de la inminencia de este hecho.

Sea como fuera son obras maestras. Parece claro que la explicación académica más adecuada es la expresada en las líneas precedentes. No obstante, también  ambas figuras femeninas de ambos grabados han sido interpretadas como una representación alegórica de la Verdad, que tienen plena actualidad hoy. ¿Murió la Verdad? ¿Si resucitará? Con dos siglos de retraso a sus espaldas, cuando hablamos de noticias falsas inevitablemente nos tenemos que sentir anticuados  frente a los grabados goyescos.  Mas, no es una novedad el que cada generación crea que ha inventado el mundo. Hace ya mucho tiempo que el Mediterráneo está descubierto.

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Hoy la verdad hoy está devaluada. No vale nada. Está muerta. ¿Resucitará? Lo que importa es el relato. Lo que importa es lo que crea la gente, sea verdad o mentira. Sobran ejemplos. Hace unos días el ínclito Pablo Casado contó que a Felipe VI le votamos pero a Garzón y a Iglesias, no. Alucinante. Se votó en 1978 la Constitución, y dentro de ella la monarquía,  porque si se preguntaba aparte había temor a que ganase  a la república, según confesó Suárez fuera de micro en una entrevista. En cuanto a que Iglesias y Garzón no han sido votados, no merece la pena perder el tiempo para rebatirlo. Para Casado los hechos no cuentan, ni la verdad. Les ha contado a los suyos lo que querían oír, que la legitimidad es de la Corona, no de los comunistas que nos gobiernan.

De la misma manera se ha construido el relato que la culpabilidad de la llegada, desarrollo y secuelas de la pandemia, es clara: manifestación-8M, Fernando Simón, Barajas, etc.  En definitiva los culpables absolutos e incontestables: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. No necesitan más. Explicaciones simples para problemas complejos, por lo menos yo, no las conozco. Sin embargo muchos de mis conciudadanos sí que las tienen para esta cuestión y para otras muchas.  ¡Ay de quién se atreva a cuestionarlas! Y ese relato una gran parte de la ciudadanía lo asume, aunque no haya datos empíricos que lo corroboren. Tampoco necesita contrastar ese relato, ya que está previamente convencida y predispuesta a oír aquello que quiere oír. Nuestros cerebros se resisten a dar crédito a la verdad, asiéndose en el terreno de las convicciones y de las emociones como la mejor arquitectura para la toma de decisiones y como bastión irreductible  de las opiniones. Los prejuicios anteceden a los juicios. Como dijo Albert Einstein “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio!”.

 En definitiva, lo importante es el relato. Ya lo dijo bien claro hace años Antonio Machado.  En su libro Juan de Mairena, Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (1934-1936), por boca ahora de su alter ego fundamental, nos ofrece, el diálogo entre su confitero y un filósofo. Éste aconseja a aquél que crea en Dios, de este modo hará mejores confites, los venderá más baratos y además ganará más dinero, porque así aumentará el número de sus clientes... A la pregunta por parte del confitero sobre si Dios existe, el filósofo contesta diciendo que «eso es cuestión baladí», que lo importante es que el confitero crea en Dios. Al cabo de un tiempo el filósofo visita de nuevo al confitero; el establecimiento lleva ahora el rótulo siguiente: «Confitería de Ángel Martínez, proveedor de Su Divina Majestad»... (Parece pues que el confitero, de algún modo, ha hecho caso al filósofo...). La calidad de los confites no ha mejorado, pero el confitero que ha aprendido bien la antigua lección del filósofo, le dice a éste:

“Lo importante es que usted crea que (la calidad) ha mejorado, ο que quiera creerlo, o, en último caso, que usted se coma estos confites y me los pague como si lo creyera”.

Murió la verdad