viernes. 19.04.2024

Frecuentar la Historia en busca de compañía

Hay historiadores que dejan una huella imborrable, como Josep Fontana o Tony Judt. Los he citado con asiduidad en mis artículos. De ellos siempre he aprendido y me han dado una visión más amplia de los acontecimientos actuales. Muy comprometidos, al estar impregnados de profundos valores éticos. Hoy me referiré a Tony Judt, desaparecido en agosto de 2010 con 62 años, víctima de la brutal esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Mi primer conocimiento de su obra fue el libro Sobre el olvidado siglo XX, en el que denuncia nuestra entrada engreída en el nuevo milenio, olvidando de dónde venimos y la falta de compromiso de los intelectuales.

Respecto a ese olvido de la Historia se expresa el recientemente fallecido John Berger en su artículo Un lugar de encuentro: “Cualquier sentido de Historia que vincule el pasado con el futuro fue marginado, si no es que eliminado. Y así, la gente sufre un sentido de soledad histórica. Los franceses se refieren a quienes tienen que vivir en las calles como SDF. Sin Domicilio Fijo. Estamos bajo una presión constante para sentir que tal vez nos volvimos los SDF de la Historia. Ya no hay ocasiones expresamente reconocidas para que recibamos a los muertos y a los no nacidos. Está la vida de cada día y, no obstante, lo que nos circunda es un vacío. Un vacío en el que millones de nosotros estamos solos hoy. Y tal soledad puede transformar la muerte en compañera. El poeta iraquí Abdulkareem Kasid, y la tradición a la que pertenece como poeta, no es más nostálgico respecto del pasado que utópico respecto del futuro. Kasid frecuenta la Historia –cual si fuera un punto de encuentro– no para demostrar algún argumento, sino en busca de compañía”.

En cuanto a la falta de compromiso de los intelectuales es una obviedad incuestionable, circunstancia que la acaba de expresar Franco Bifo Berardi en su libro Después del futuro. Desde el futurismo al Cyber-punk. El agotamiento de la modernidad, cuando nos dice “Nunca han estado tan callados los intelectuales y los militantes, tan incapaces de encontrar la manera de mostrar una nueva dirección posible”.

Retorno a Tony Judt. Tanto me impactó su Sobre el olvidado siglo XX que ya anduve presto para leer cualquier publicación suya.  Luego disfruté con su monumental obra Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, la mejor historia de la segunda mitad del siglo XX  de nuestro continente. Proseguí con un librito Algo va mal, del que hablaré luego. Cuando la enfermedad ya le impedía moverse, Judt dictaba sus libros a colegas. Así con la ayuda de Timothy Snyder publicó Pensar el siglo XX, un libro autobiográfico publicado dos años después de su muerte.

Otro libro no muy extenso es Algo va mal, que lo he leído en múltiples ocasiones, y lo sigo haciendo, ya que es una fuente inagotable de reflexiones sobre la dramática y, de momento, irreversible situación actual. Por ello, lo he recomendado a mis alumnos de 4º de la ESO y de 1º de Bachiller en Historia del Mundo Contemporáneo. Realiza un análisis muy certero de lo que nos está pasando, explica sus causas, y nos da una vía de salida de este auténtico infierno. La solución es la socialdemócrata, alejada de la práctica política  de los actuales partidos socialistas, que precisamente en esta injustificada renuncia radican muchos de nuestros males. Sólo me referiré a algunos fragmentos, que por su calado podemos intuir la trascendencia de esta obra. Ya en los Agradecimientos expresa lo siguiente, que como padre y educador me estremeció: “Mis hijos, Daniel y Nicholas, son adolescentes con vidas ajetreadas. Sin embargo, han encontrado tiempo para hablar conmigo sobre los muchos temas de estas páginas. De hecho, gracias a nuestras conversaciones me di cuenta de lo mucho que a la juventud de hoy le preocupa el mundo que le hemos legado y los medios tan inadecuados que les hemos proporcionado para mejorarlo”.. Más adelante nos dirá que durante 30 años ha oído a los universitarios quejarse: “Para ustedes fue fácil: su generación tenía ideales e ideas, creía en algo, podía cambiar las cosas”. Nosotros, los hijos de los 80, 90 o 2000 no tenemos nada.” No les falta razón. Los jóvenes están desorientados no por falta de objetivos, están ansiosos y preocupados por el mundo que van a heredar; de ahí una gran frustración: “Nosotros sabemos que algo está mal y muchas cosas no nos gustan. Pero, ¿en qué podemos creer? ¿Qué debemos hacer?” Esta actitud es el reverso de la de la generación anterior. Nosotros, los que rondamos los 60, en nuestra juventud sabíamos cómo arreglar el mundo. Otra cosa es que lo consiguiéramos”.

En el primer capítulo, Cómo vivimos ahora, sus características son: un aumento desde los 70 de la desigualdad, un expansión de los sentimientos corruptos, ya que idolatramos  a los ricos y poderosos; y el dominio del economicismo. En el segundo, El mundo que hemos perdido, nos advierte que hemos tirado por la borda: el consenso keynesiano, el mercado regulado, y la confianza mutua, sin la que no puede funcionar una sociedad. Sobre la necesidad de la confianza mutua para construir una sociedad fuerte hace Tony Judt una profunda reflexión, de gran actualidad en esta España nuestra. Nos dice que toda empresa colectiva requiere confianza. Desde los juegos infantiles hasta las instituciones sociales complejas. La tributación es un claro ejemplo. Cuando pagamos impuestos, damos muchas cosas por supuestas sobre nuestros conciudadanos. Primero, suponemos que ellos también pagarán sus impuestos; de lo contrario, pensaríamos que la nuestra es una carga injusta y acabaríamos dejando de pagar. Segundo, confiamos en que aquellos a los que hemos dado un poder temporal sobre nosotros recauden el dinero y lo gasten responsablemente. Tercero, la mayoría de los impuestos se destinan a pagar deudas pasadas o futuros gastos. Por consiguiente, hay una relación implícita de confianza y reciprocidad entre los pasados contribuyentes y los beneficiarios actuales, los contribuyentes actuales y los futuros receptores, y, por supuesto, los futuros contribuyentes, que cubrirán nuestros desembolsos actuales. Así estamos condenados a confiar no solo en personas que no conocemos hoy, sino en personas que nunca pudimos conocer y que nunca conoceremos, con las que mantenemos una compleja relación de interés mutuo.  En el tercero, La insoportable levedad de la política, denuncia el culto injustificado a lo privado y el déficit democrático. Tony Judt  nos dice ya en su libro Pensar el siglo XX:

“El agua constituye un ejemplo particularmente llamativo para mí, porque muestra hasta qué punto puede degenerar la civilización y no obstante creer que se avanza haciéndolo todo privado. La ética de que si entras en un sitio y pides un vaso de agua te lo deberían dar ha quedado añeja. Y la versión moderna de esto, que durante casi toda mi vida ha prevalecido en este país, era que había fuentes en lugares públicos. Unas fuentes que poco a poco van desapareciendo.”   

En el cuarto, ¿Adiós a todo esto?,  reflexiona sobre el desconcierto que supuso para la izquierda la caída del socialismo real. En el quinto, ¿Qué hacer?, nos advierte de la necesidad de la disconformidad, de una conversación pública renovada y de una nuevo relato moral.  En el sexto, ¿Qué nos reserva el porvenir?, en este mundo globalizado que nos impone un miedo aterrador, se hace necesario repensar el papel del Estado, ya que es una institución que nos puede defender de las fuerzas desbocadas de los mercados. En el último, ¿Qué pervive y qué ha muerto de la socialdemocracia?, defiende su vigencia. El pasado tiene mucho que enseñarnos. No deberíamos olvidar que la socialdemocracia junto con la democracia cristiana después de la II Guerra Mundial, para evitar la repetición de los desastres del periodo de entreguerras se construyó el Estado de bienestar en Europa occidental. Con un impuesto progresivo todos los ciudadanos desde la cuna a la sepultura accedieron a servicios básicos fundamentales, que por sí solos no podrían alcanzar. Estado de bienestar que no ha perdido ni un ápice de popularidad entre la ciudadanía: en ningún país de Europa el electorado ha votado a favor de acabar con la sanidad o la educación públicas. Pero la socialdemocracia no debería contentarse solo con defender estas conquistas, debería ir más allá con un proyecto más amplio. Está a la defensiva. Parece que no tiene un sentido de lo que significaría su propio éxito político, si un día lo alcanzase; no tiene una visión articulada de una sociedad mejor para el futuro. Al faltar esa visión, ser socialdemócrata no es más que un estado de protesta permanente. Y como contra lo que más protesta son los desastres provocados por el cambio rápido, la socialdemocracia se ha vuelto conservadora.

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