viernes. 29.03.2024

Alguien decretó hace tiempo que ya no hay futuro ni pasado, solo presente

trabajadores

Vivimos en un predominio apabullante del presente. El pasado y el futuro quedan eclipsados. Las preocupaciones de la actualidad son tan agobiantes y absorbentes, que nos impiden mirar hacia atrás y hacia delante. Nos hemos instalado en un hoy permanente que nos recuerda e incita a considerar el pasado deleznable y desechable, y a ignorar el futuro como impredecible.

Tony Judt nos dice en su libro Sobre el olvidado siglo XX, de todas las ilusiones contemporáneas, la más peligrosa es aquella sobre la que se sustentan todas las demás: la idea de que vivimos en una época sin precedentes, única e irrepetible y que el pasado no tiene nada que enseñarnos. Según Jhon Berger,  cualquier sentido de Historia que vincule el pasado con el futuro fue marginado, si no es que eliminado. Y así, la gente sufre un sentido de soledad histórica. Los franceses se refieren a quienes tienen que vivir en las calles como SDF. Sin Domicilio Fijo. Estamos bajo una presión constante para sentir que tal vez nos volvimos los SDF de la Historia.

Quienes dominan el mundo actual - banqueros, políticos, economistas u otras especies- han aprendido, tras 50 años de experimentos, que la manera más efectiva de destruir el sentido de identidad y solidaridad de los pueblos es borrar su pasado, desmantelarlo y fragmentarlo. Una vez borrado, puede construirse cualquier discurso que, pese a su presunta inocencia, es corrupto políticamente: una nueva oportunidad, un nuevo comienzo. Tal es la demagogia del neoliberalismo. La intención es muy clara, el reducir así todas las alternativas políticas a una sola. Hay que pagar la deuda- de ahí la inevitabilidad de la austeridad- y propiciar el crecimiento, que traerá empleo a borbotones. Nada más. Es lo único que importa.  Según Jhon Berger “Lo distinto de la tiranía global de hoy es que no tiene rostro. No es el Führer, ni Stalin ni un Cortés. Sus maniobras varían según cada continente y sus maneras cambian de acuerdo a la historia local, pero su tendencia panorámica es la misma: una circularidad. La división entre los pobres y los ricos se convierte en un abismo. Las restricciones y las recomendaciones tradicionales se vuelven añicos. El consumismo consume todo cuestionamiento. El pasado se vuelve obsoleto. Por ello, la gente pierde su individualidad, su sentido de identidad y entonces se afianza y busca un enemigo para poder definirse a sí misma. El enemigo –no importa la denominación religiosa o étnica– se encuentra siempre también entre los pobres. Aquí es donde el círculo es vicioso…” “La cuestión aquí, en realidad, es: ¿qué hemos hecho con la democracia, ¿en qué la convertimos?, ¿que ocurre con una democracia desgastada por completo cuando se le ha vaciado de contenido hasta hacerla hueca?, ¿qué ocurre cuando cada de sus instituciones hizo metástasis y formó algo peligro?; ¿qué ocurre ahora que la democracia y el libre comercio se han fundido en un solo organismo predatorio con imaginación tan constreñida y flaca que gira casi en su totalidad alrededor de la idea de maximizar las ganancias? ¿Será posible revertir este proceso? ¿Puede algo que ya mutó regresar a ser lo que alguna vez fue?

Difícilmente la humanidad hubiera avanzado y construido un futuro ilusionante sin tener en cuenta su pasado. Ortega y Gasset en el prólogo a la obra de Guizot Historia de la civilización en Europa nos dice: “Siempre ha acontecido esto. Cuando el inmediato futuro se hace demasiado turbio y se presenta excesivamente problemático el hombre vuelve atrás la cabeza, como instintivamente, esperando que allí, atrás, aparezca la solución. Este recurso del futuro  al pretérito es el origen de la historia misma…”

Es evidente  que en el pasado hay soluciones, que podrían servirnos para salir de este tenebroso túnel e iniciar un nuevo camino ilusionante. Los destrozos producidos hoy son muchos y graves: precariedad con unos derechos laborales decimonónicos, niveles de desigualdad insostenibles,  Estado de bienestar profundamente dañado, democracia  eviscerada, un planeta Tierra ambientalmente insostenible.  ¿Cómo es posible, por tanto, olvidarse de Marx, quien ya los profetizó y analizó? Tal olvido ha propiciado que la gran mayoría haya perdido sus coordenadas políticas. Sin mapa alguno, no sabemos a dónde nos dirigimos. No tenemos futuro. ¿Como  podemos olvidar que todo lo que se ha hecho en Europa occidental para conseguir más justicia, más seguridad, más educación, más bienestar y más responsabilidad del Estado hacia los marginados y los pobres nunca se habría podido alcanzar sin la presión de las ideologías y movimientos socialistas, pese a sus ingenuidades y falsas ilusiones? A muchos habría que refrescarles la memoria

En cuanto al futuro. ¿Cómo lo imaginamos ahora? Nadie acaba de ver el tiempo que vendrá. Alguien decretó hace tiempo que ya no hay futuro, pero el futuro no se acaba nunca, simplemente no somos capaces de imaginarlo. Y si lo imaginamos es sombrío. Por ello, vivimos de espaldas a él, como si no existiera, lo cual significa una profunda irresponsabilidad. Tal comportamiento me recuerda la famosa ocurrencia de Groucho Marx: ¿Por qué debería preocuparme yo por las generaciones futuras? ¿Acaso han hecho ellas alguna vez algo por mí?

Es lógico que el futuro ya no tenga esa fuerza de orientación que tuvo en buena parte del siglo XX.  El futuro se ha convertido en una amenaza al ser incapaces  de ver posibilidades alternativas a la devastación, el empobrecimiento y la violencia. Y ésta es precisamente la situación actual. Pero esto no significa que el futuro haya dejado de ser un campo de batalla para otros. Según Franco Berardi,  destruir la Europa de la solidaridad y del progreso, «thatcherizar» el continente transformándolo en un desierto de miseria, precariedad e ignorancia es el proyecto que el poder financiero se ha propuesto y está llevando a cabo. Lo cual nos provoca desesperación, pánico y rabia incontenibles. En definitiva, es un futuro sin futuro.

Alguien decretó hace tiempo que ya no hay futuro ni pasado, solo presente