sábado. 20.04.2024

Una sociedad sin política

La sucesión de  desordenados  acontecimientos políticos y de sucesos económicos desencadenados está llevando  a una crisis del pensamiento ideológico  en la ciudadanía. Los sentimientos de desamparo, de abandono, de derrumbe, la percepción  de que no existe una solución al alcance y segura, afecta al funcionamiento ordenado de la sociedad y a la democracia.

La sucesión de  desordenados  acontecimientos políticos y de sucesos económicos desencadenados está llevando  a una crisis del pensamiento ideológico  en la ciudadanía. Los sentimientos de desamparo, de abandono, de derrumbe, la percepción  de que no existe una solución al alcance y segura, afecta al funcionamiento ordenado de la sociedad y a la democracia. Algo así enunció,  aunque de manera algo imprecisa, Ullrich Beck en su libro La Sociedad del riesgo.

Comenzando la segunda década del siglo XXI, España encara el mayor crash de empleo y económico que ha sufrido en su historia (si exceptuamos las consecuencias de la Guerra Civil).  Inquietante es además la anomia en que día a día se van quedando las personas ante unas instituciones ferozmente gobernadas por políticos y funcionarios de políticos. Al amparo del estatus adscrito que ha venido comportando de un tiempo a esta parte la actividad pública, éstos usan y abusan de la democracia que les sirve de coartada. Así, la política de ahora, cáscara vacía de las ideas, se ha convertido solo en un instrumento de difusión de mensajes que no contienen más que notificaciones. Pero comunicar política no supone en modo alguno manifestar un  pensamiento cuando éste no se acompaña de una serie de certidumbres sobre tradiciones. Los políticos y los que comunican consignas políticas están dejando atrás nociones estables, esto es, conceptualizaciones, por decirlo en términos de Koselleck, sobre la libertad, la igualdad, el poder,  el Estado, la nación, la ética pública, etc.  La ciudadanía, a día de hoy, no sabe muy bien a qué atenerse cuando desea ser libre, no conoce una idea de igualdad equilibrada sobre la que proyectar su existencia, ignora qué es, dónde empieza y en qué se sustancia la nación o el Estado y por supuesto, desconfía de cualquier ética ciudadana que se fundamente en intangibles como la solidaridad, el respeto, la tolerancia o el amor.

Cuando la persona es menoscabada por unas élites políticas que la consideran expresionismo abstracto y medio para medrar aspiraciones, el resultado es el debilitamiento extremo de la ciudadanía como ethos político. Estas élites no pueden, por el hecho de estar en un partido o en una asociación política, adquirir una posición privilegiada sobre los demás activando mecanismos de información (siempre sutiles y misteriosos) y privilegios (siempre opacos) que otras personas no pueden alcanzar. ¿Cómo se produce la movilidad social en España? ¿Cuál es el grado real de transparencia en las becas o en los concursos públicos? ¿Son públicas  las decisiones de los poderes del Estado? ¿Es transparente la concesión de puestos de trabajo en determinadas instituciones públicas y académicas? ¿Se asegura la igualdad efectiva entre los ciudadanos independientemente en el territorio en el que residan?

Se trata de un problema de la política claro está, pero su causa no es estrictamente pública. Tiene que ver también con el modelo de sociedad de la comunicación que se está imponiendo de manera ortodoxa entre nosotros. Los modelos empresariales, las operaciones comerciales a gran escala sin normas, las  nuevas vías de socialización, la reducción de los espacios públicos de debate y realización inter-cultural, por ejemplo,  lastran la reflexión dialogada. La ausencia de política en una sociedad democrática supone, por lo tanto, un problema también de retórica cuando el impacto de los hechos  imposibilita siquiera  apreciar y valorar la verdadera dimensión de las ideologías políticas. Cuando el hecho se sustituye por el modo en que se comunica, éste queda subsumido como un problema estrictamente de políticos y no político. La necesidad de lanzar mensajes sin tener plataformas estables impide comprobar la veracidad de la información (sea económica, histórica o política). Al final lo que queda de lo que procesamos como política, es su efecto y, por este motivo, el tratamiento de la información - del tipo que sea - deben hacerla los profesionales, al igual que las sentencias la tienen que hacer los jueces, la poesía los poetas, la información los periodistas, y la historia los historiadores. Todas estas actividades constituyen elementos de política y, por esta razón, cualquier profesional tiene una soberanía, una majestas como lo expresó Hobbes en  Leviatán, sobre la sociedad. Si la sociedad renuncia a su responsabilidad como forjadora de la política y de los políticos, si la ideología se sustituye por una mera comunicación de subjetividades, no solo desaparece la política como tal, sino que la propia sociedad se verá reducida a relaciones de conveniencia. De manera que la comunicación no puede ser más que propaganda, que, por supuesto, debe existir, pero no a costa de sustituir la ética de la política que contiene cualquier tipo de actividad profesional.

La salida a esta situación de anomia ciudadana es hacer cada día pedagogía de la convivencia para fortalecernos a nosotros mismos frente al poder de las élites como miembros de una sociedad civil insertada en un Estado con derecho y de derecho y que es portador de una serie de garantías y deberes que hay que aprender a ejercer y demandar. Pero también para reclamar espacios de libertad y nuevas soberanías. El paso imprescindible para todo ello, es tener conciencia de que cada ciudadano no puede - por su propia responsabilidad de ciudadano y como miembro de una sociedad política  - considerar la democracia como un sistema dado de facto o de iure, sino como un ejercicio de dignidad ciudadana que se construye en cada instante.  

Una sociedad sin política