jueves. 25.04.2024

Tengo una excusa para usted.

Estoy seguro que la palabra «Crisis» se encuentra entre las más reiteradas en el buscador Google,  salvedad de la que usted se imagina; más de doscientos millones de veces y sigue creciendo. No se sabe ya cómo caracterizar a la crisis;  que si cíclica, que si sistémica, que si va camino a convertirse en endémica... Pero es que además, muta cada día.

Estoy seguro que la palabra «Crisis» se encuentra entre las más reiteradas en el buscador Google,  salvedad de la que usted se imagina; más de doscientos millones de veces y sigue creciendo. No se sabe ya cómo caracterizar a la crisis;  que si cíclica, que si sistémica, que si va camino a convertirse en endémica... Pero es que además, muta cada día. Unas veces, se convierte en crisis inmobiliaria;  en otras ocasiones, en crisis financiera;  otros días, amanece como crisis de Deuda Pública; otros, se acuesta como crisis de pensiones y se vuelve a levantar como crisis del petróleo... La crisis se convierte en la gran excusa, en el gran argumento de autoridad para todo. Hay días en los que ya no me acuerdo de cómo se vivía antes de la crisis.

Y dentro de ese riguroso turno de poner todo en crisis o de intentar recortar todo a costa de la misma, le ha tocado a la ordenación del territorio del Estado. Cierto es que el Sistema Autonómico español tiene sus años y puede que sea necesario emprender reformas. Entre otras cosas, porque el paso del sistema centralista al sistema autonómico se fraguó como un divorcio mal avenido. Donde las partes separadas no es que no se hablarán sino que apenas se reconocían. Lo que provocó duplicar funciones y competencias en el mismo espacio territorial. Por lo tanto, entiendo que nadie debiera negarse a evaluar el mapa autonómico, local o estatal; que en algunas áreas como la Administración de Justicia recuerdan al siglo diecinueve.  Ahora bien, poner a la crisis como excusa para reformar el mapa autonómico, me parece un grave error. Lo que se está diciendo no es que las Comunidades Autónomas deban ajustarse en gasto y fiscalidad a la situación de crisis económica. Lo que se está expresando es que el sistema autonómico es ineficaz por sí mismo y que no tiene sentido. Sin embargo, aquellos que hablan de acabar con esa presunta obsolescencia no dicen que Alemania, ese motor de Europa, es un Estado Federal.

Algunos ven a la articulación territorial como algo meramente institucional, formal. Sin embargo, no es ajena a la ciudadanía;  también es social. Se trata de responder cómo nos organizamos. Y en esa vertebración surgen nuevos retos  como el de la globalización y el papel de Europa;  el fomento del comunitarismo para evitar la deslegitimación social; el impulso de la participación, la constitucionalización de nuevos derechos sociales...

Ante estos desafíos, el federalismo es, a mi modo de ver, el modelo a seguir en cuanto a cooperación territorial.  No es una ideología, más bien es una forma de entender la política, una forma de aportar soluciones. Pacto, diálogo, cooperación, horizontalidad, geometría variable... son métodos operativos del federalismo. Aboga por el pacto entre diferentes y la voluntad de convivencia. Afirma que el culto a la patria o el nacionalismo, por ser creencias que para algunos dan sentido vital se deben respetar pero ningún poder institucional las debe imponer ni privilegiar frente a otra.

Así pues, que me apunten en la listas de los reformadores de nuestro modelo territorial. Pero mis razones distan de las actuales urgencias; se deben a causas de eficacia pero también de eficiencia. Es decir que las reformas se acomoden a las preocupaciones ciudadanas.

En fin, y pensar que cuándo la crisis se inició, hace más de tres años, alguien dijo que era una tormenta de verano.

Tengo una excusa para usted.
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