viernes. 29.03.2024

Memorias de Africa

NUEVATRIBUNA.ES - 1.12.2009Quizá porque, al contrario que Karen Blixent, ninguno tuvimos una granja en Kenia, Africa nos queda sorprendentemente lejos; sobre todo si se tiene en cuenta su cercanía geográfica: 11 millas entre Tarifa y Tánger. O su cercanía sentimental: en Tombuctú se conservan todavía los ancestrales manuscritos que los moriscos salvaron de Al-Andalus.
NUEVATRIBUNA.ES - 1.12.2009

Quizá porque, al contrario que Karen Blixent, ninguno tuvimos una granja en Kenia, Africa nos queda sorprendentemente lejos; sobre todo si se tiene en cuenta su cercanía geográfica: 11 millas entre Tarifa y Tánger. O su cercanía sentimental: en Tombuctú se conservan todavía los ancestrales manuscritos que los moriscos salvaron de Al-Andalus.

Para los españoles, Africa sigue siendo una ilustre desconocida, pese a que las lonjas de compraventa de esclavos de Cádiz y Sevilla se nutrieran de africanos; o por más que tanto Ali Bey como el barranco del Lobo, la Semana Trágica de Barcelona y el Llano Amarillo donde quizá comenzó nuestra última guerra civil, debieran sernos mucho más familiares que el olvido al que hemos sometido su memoria.

Africa es enorme y diversa, desde los arrabales de Fez a las mornas de Cabo Verde, desde los antiguos ghettos de Ciudad del Cabo a los safaris de Tanzania, desde los eternos enfrentamientos entre hutus y tutsis en Ruanda a las pandemias, el VIH, el Ebola, las hambrunas, los mercados de esclavos en Sudán, los niños soldado, los diamantes de sangre, el Gobierno chino comprando enormes extensiones de terreno y la avaricia ancestral de la industria farmacológica.

Hace falta que Africa nos muerda para darnos cuenta de que nos incumbe mucho más que una patera exhausta frente a las costas de Andalucía o un cayuco muerto en aguas de Canarias. Lo mismo que Colin Powell admite su perplejidad durante aquella rara madrugada en que le despertaron para comunicarle que Marruecos y España habían entrado en guerra por un islote llamado Perejil, que nadie sabía donde estaba, los españoles tampoco sabíamos donde quedaba Somalia hasta que el “Alakrana” fondeó en nuestros telediarios.

Hay otro barco español retenido en Guinea Bissau, sin que sepamos distinguir dicho territorio de esa antigua Guinea española tiranizada desde antiguo por el déspota Obiang a quien le permitimos sus simulacros democráticos con mucha mayor tolerancia de la que procedemos con Honduras: a esa Guinea, España destinaba hasta 1992 buena parte de sus fondos de cooperación, hasta el punto de que por entonces nos gastábamos en dicha dictadura tanto o más que en todo el conjunto del Magreb.

Africa siguen consistiendo en asignaturas pendientes como la que simboliza Amminetou Haidar, la activista saharaui que está clonando a Gandhi en el aeropuerto de Lanzarote. Ella ha logrado situar de nuevo a la causa del Polisario en la agenda informativa de medio mundo como una formidable ración de rabitos de pasas contra la desmemoria oficial que pretendía arrumbar a la República Arabe Saharaui Democrática en el bulevar de los sueños rotos. Bajo la seda de su melfa, hay muchas más preguntas que respuestas y la mayor de las interrogantes, la de por qué nos habéis abandonado, lleva formulándose desde hace mucho desde El Aaiún a Dajla, la antigua Villa Cisneros, pero sobre todo en los campamentos de Tinduf, donde miles de compatriotas suyos siguen encerrados con un solo juguete: el de un enorme pedregal convertido en confín de su exilio. De nada sirve que todas las diplomacias, incluyendo a la española que ha adoptado en este asunto la estrategia del cangrejo, se empeñen en teorizar sobre la conveniencia táctica de no enojar a Marruecos, como nuestro principal aliado en el polvorín del norte de Africa. La amnesia española respecto a esta antigua provincia del imperio resulta humanamente despreciable y políticamente desoladora.

Pero durante las últimas horas, Africa parece llamarse Mauritania, por cierto uno de los países firmantes del no menos vergonzoso Acuerdo Tripartito de Madrid que dio pie a ese largo pulso sobre el Sáhara que Naciones Unidas pretendió zanjar con una resolución cuya exigencia de referéndum para la autodeterminación de los pobladores de dicha región del planeta lleva incumpliéndose sistemáticamente desde 1993.

La noticia es el secuestro de tres cooperantes españoles a manos de lo que pudiera ser un grupo guerrillero adscrito a lo que desde 2007 se da en llamar Al Qaeda del Magreb, una franquicia que agrupa al Grupo Salafista para la Predicación y el Combate de Argelia, al Grupo Combatiente Marroquí y a otras organizaciones dispersas de Libia, Níger, Mali y la propia Mauritania. Pero en el trasfondo de la información –absténganse los simplistas--, no cabe descuidar extremos tales como que el Sahel se esté conviertiendo en una mejor guarida que las montañas de Tora Bora para las diferentes células yihadistas que operan a las órdenes de Bin Laden o de sus sucesores. ¿Qué fue de la esperanzada Mauritania de la independencia? No estamos hablando de un estado fallido como el de Somalia, con una república pirata como Puntlandia en su seno. Tanto la miseria inducida por el viejo y el nuevo colonialismo como el despotismo de sus dirigentes ha convertido a los mauritanos en presas fáciles para el fanatismo y a su nación en tierra de nadie donde un grupo armado es capaz de impedir que se lleve a cabo el insolente rally París Dákar al que no detuvo la ética pero que ha vuelto a ser suspendido a golpe de metralla: si en agosto un comando suicida volaba la embajada francesa en Naudibú, ahora se produce un secuestro en la principal carretera asfaltada que atraviesa el país de norte a sur o de sur a norte y por donde acababa de pasar una comitiva ministerial.

Hay tres españoles secuestrados. Pero hay otros doce rehenes de diversas nacionales en manos de esas bandas que trafican con armas, drogas y personas usando el nombre de Alá en vano. En España, un país que como tantos otros del primer mundo mantiene un desdén crónico hacia lo que ocurra fuera de su ombligo, las voces más estridentes hablan ahora del uso de la fuerza como la mejor receta posible frente al secuestro: quizá olviden que jamás los ejércitos regulares lograron derrotar a las guerrillas, salvo cuando la acción militar fue acompañada por nuestra arma secreta más poderosa, la de la cooperación y la de la solidaridad. Eso era lo que pretendían precisamente los tres catalanes que acaban de ser secuestrados, así como sus compañeros de aventura que no creo que participen de esa salmodia mediática del ojo por ojo y el diente por diente que parece instalarse estúpidamente en nuestros discursos.

En 2004, el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero apostó valientemente por el concepto de Alianza de Civilizaciones frente al de Choque, enunciado en su día por Samuel Huntington como una incógnita que rearmó a muchos gobiernos con el añejo espíritu de las cruzadas contra el Islam. A pesar de todas las zancadillas que rodearon a dicha iniciativa, no sólo llegó a ser asumida por Naciones Unidas sino que incluso su espíritu fue incorporado a la retórica de la Casa Blanca, a partir de que Barack Obama asumiera la presidencia de Estados Unidos. ¿Servirá de algo contra el terror islamista? Probablemente no tanto como todos quisiéramos, pero menos es nada. Sin embargo, estoy convencido de que puede servir y mucho para unir a todos aquellos que creen que los seres humanos no tienen por qué sentir la misma ira que sus dioses.

En 2006, el Gobierno español tuvo que precipitar la puesta a punto del Plan Africa para acallar las primeras planas que hablaban de invasión de cayucos en las costas de Canarias. Más valió tarde que nunca. Pero, realmente, aquel plan concienzudo que se concibió, ¿es el mismo que se ha aplicado? Su puesta en práctica, ¿ha supuesto algo más que la compra de voluntades entre los oligarcas de Senegal o Mauritania, por ejemplo, para que a cambio de generosas donaciones vulneren la Declaración Universal de los Derechos Humanos e intenten impedir que puedan abandonar libremente su territorio aquellos africanos que estén hartos de serlo?

Hoy por hoy, Africa también se llaman Roque Pascual Salazar, Alicia Gámez y Albert Villalta. La suerte de estos tres cooperantes raptados puede ir dramáticamente unida a la del resto del continente.

Juan José Téllez es escritor y periodista, colaborador en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Fundador de varias revistas y colectivos contraculturales, ha recibido distintos premios periodísticos y literarios. Fue director del diario Europa Sur y en la actualidad ejerce como periodista independiente para varios medios. En paralelo, prosigue su carrera literaria como poeta, narrador y ensayista, al tiempo que ha firmado los libretos de varios espectáculos musicales relacionados en mayor o menor medida con el flamenco y la música étnica. También ha firmado guiones para numerosos documentales.

> Blog de Juan José Téllez













Memorias de Africa
Comentarios