martes. 23.04.2024

Los límites de la irracionalidad (II)

El factor económico es determinante en el completo desarrollo de sociedades como la nuestra. Todas las dimensiones de carácter social y personal están condicionadas por las relaciones de producción, y por las actuales formas de reproducción de la riqueza. La codicia, la ambición, el afán de enriquecimiento y otros tantos males han pasado a la categoría de normal, y marcan el ritmo vital de amplios sectores sociales.

El factor económico es determinante en el completo desarrollo de sociedades como la nuestra. Todas las dimensiones de carácter social y personal están condicionadas por las relaciones de producción, y por las actuales formas de reproducción de la riqueza. La codicia, la ambición, el afán de enriquecimiento y otros tantos males han pasado a la categoría de normal, y marcan el ritmo vital de amplios sectores sociales. Cuando en una sociedad, ya de por sí mentalmente poco sana, el curso del sistema socioeconómico en vigor quiebra, como está ocurriendo desde hace algún tiempo en países como el nuestro, comienzan a aparecer nuevas o más profundas disfunciones en el estado emocional e intelectual de los individuos que la integran, lo que hace más difícil avanzar hacia posiciones de progreso. Los miedos, las dudas, la inquietud y la inseguridad (nadie está ahora seguro de nada) se agudizan en unos y en otros, en ricos y pobres, en jóvenes y menos jóvenes. Es entonces cuando unos individuos se inhiben, la mayoría, ante un mundo enloquecido, y otros, los causantes del desastre, recurren a nuevas fórmulas para conseguir ser cada vez más ricos, o mucho más ricos; son momentos éstos en los que la irracionalidad, la sinrazón, alcanza valores extremos, con la secreta esperanza que uno tiene de que sean valores límites, es decir, con el deseo personal de que esto no pueda ir más allá. En un complejo y confuso entramado de los que mandan, una sociedad inactiva observa imperturbable cómo, por ejemplo, los directivos de los bancos, y otras entidades, se apropian de disparatadas cantidades de dinero en contrate con el paro, la precariedad y los recortes o rebajas salariales de la mayoría de los trabajadores. Son noticias de última hora los inmorales casos de indemnizaciones de los exdirectivos de la CAM y de Caixa Galicia, así como el de la petición de indemnización por despido del expresidente de la SGAE, implicado en turbios asuntos de corrupción. Es de igual manera escandaloso escuchar las quejas de quienes tienen elevados salarios, como son las “estrellas” de radio y TV, porque Hacienda, en sus propias palabras: “se queda con la mitad de su sueldo”. Para remate de la burla y el escarnio al que estamos asistiendo, el capital y la política han construido un círculo absolutamente vicioso y viciado en el que los gobiernos reflotan con dinero público a los bancos para que ellos luego compren deuda pública. Esos miedos y esa inseguridad de la ciudadanía, que configuran un colectivo emocional sin precedentes, son pieza clave para frenar cualquier intento de rebeldía ante tanto desatino, aferrándose cada cual a lo que tiene, aunque sólo sea un trabajo precario y mal remunerado.

En el terreno intelectual, las reacciones que provoca una situación límite como la que estamos padeciendo son tan notorias como en el campo de las emociones. Son tres los efectos en los que nos queremos centrar: la capacidad de comprensión, la evasión a través de la fantasía y la fácil admisión de la mentira.

Comencemos por el primero de los tres aspectos señalados. Los factores de carácter emocional, a los que hemos hecho referencia, tienen una clara influencia sobre el rendimiento intelectual. Pero a ellos habría que añadir otros tantos que inciden directamente en las acciones que se llevan a cabo cuando se ponen de manifiesto las habilidades mentales. La exagerada y desbordante información, sin selección, con la que nos bombardean, que genera una conducta viciada por la potente transmisión audiovisual, y la falta de serenidad para leer con el adecuado detenimiento, como consecuencia del estrés que imprime la actual situación de incertidumbre impiden la necesaria reflexión que requiere cada asunto, lo que conduce a resultados que ponen en cuestión la capacidad de comprensión que, aunque elemental, es una potencial habilidad de nuestra especie. Digo esto porque es habitual que, después de la lectura de algún texto, el lector desenfoque la intención, la idea o el sentido que el autor del escrito le ha querido dar.

Por otra parte, el intento de búsqueda de soluciones a los nuevos conflictos que se nos presentan, y la voluntariosa intención de reformar una situación que agoniza, está dando lugar a otra deformación intelectual: la propuesta de medidas para que mejore el sistema, sin ser conscientes de las posibilidades con las que se cuenta para llevarlas a efecto. Estas actuaciones, cargadas de una enorme ingenuidad, son simples válvulas de escape ubicadas en el terreno de la fantasía, y no en el de la verdadera acción revolucionaria. Cuando se enuncian, por ejemplo, cosas como ésta: “Democratización de los organismos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y Naciones Unidas con votos no vinculados a la riqueza y sin derecho a veto”, es necesario pararse a pensar: a) ¿a quién se le pide que haga esto?, b) ¿con qué instrumentos se cuenta para forzar el cambio?, c) ¿qué posibilidades hay de que se lleve a cabo?. Desde luego, los propios organismos no van a democratizarse por el mero hecho de pedírselo; de quererlo hacer por voluntad propia lo habrían hecho ya. Por otro lado, si ellos no lo hacen motu propio, ¿dónde está la fuerza capaz de obligar a estos organismos a cambiar su rumbo, o los intereses que defienden?. No existe poder opuesto. En consecuencia, no hay ninguna posibilidad de que el funcionamiento de estos organismos cambie. La sociedad está desactivada y se necesita bastante tiempo para que salga de su letargo, si es que alguna vez sale; desde luego si esto se produce, a la desactivación me refiero, no será por mensajes de esta índole, cuyos autores apuestan por la progresiva toma de conciencia social, pero hay que ser realistas porque a un elevado porcentaje de la población no le llega el mensaje de quienes proponen cambios por la vía de la solicitud para enmendar el propio sistema, y a quienes les llega son suficientemente conscientes de la situación. Además, los cambios que se necesitan, si es que alguna vez hay poder para llevarlos a cabo, han de ser radicales, globales y por la fuerza. Pero no me cansaré de decirlo: no contamos ahora con la fuerza suficiente para hacer frente a los que ostentan en estos tiempos el poder real. Esta argumentación va dirigida a todos los autores de cientos y cientos de propuestas que se están haciendo ahora, así como a todos los que necesitan creer que estas propuestas llevarán por el buen camino. La creencia de unos y otros, de proponentes y de seguidores, no pasa de ser un simple refugio en el mundo de lo virtual, al estilo de lo que el desaparecido Saramago rememora en su “Caverna”. Por concluir este apartado diré que esa incapacidad de comprensión de los textos escritos, a la que antes hacíamos referencia, pudiera hacerse extensible a otras facetas de la vida; parece que resulta difícil comprender que vivimos en un mundo en el que hay intereses enfrentados, y que sería necesario luchar, en sentido literal, para que los desheredados de ahora pudieran arrebatar el poder a los que lo ostentan.

En último lugar, hay que señalar que la incertidumbre y la angustia, fruto de una situación de agotamiento como la que vivimos, potencia la admisión de la mentira de truhanes que engañan a las masas en beneficio propio. Los grandes medios informativos juegan un nefasto papel en contra de amplios sectores sociales, consiguiendo que la mentira se convierta en consignas o escuetos mensajes, explícitos o subliminales, cuyo efecto es notorio. Así, observamos como hasta en el más recóndito lugar de este país se tiene la creencia absoluta de que el gobierno del PSOE es el culpable de la actual situación de paro y, por añadidura, de la “crisis”. Por otro lado, el momento actual es un excelente caldo de cultivo para mantener mitos y leyendas que vienen siendo arrastradas a lo largo de los años. Las iglesias se aprovechan de esta facilidad hacia el engaño alimentando la ignorancia. La educación se basa, sin que nadie lo cuestione, en la transmisión del conocimiento y no en el completo desarrollo intelectual. El modelo político sigue siendo válido para amplios sectores, en la creencia de que esto es una verdadera democracia.

La experiencia nos muestra que nuestra especie tiende a la simplificación y a la adopción de fórmulas intencionadamente predefinidas, aunque todo ello se enfrente a la razón y a la búsqueda de la igualdad entre pares por naturaleza. Pero es muy difícil deshacer todos los entuertos, socialmente instalados, que se han ido tejiendo a lo largo del tiempo.

Los límites de la irracionalidad (II)
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