jueves. 25.04.2024

La Iglesia, en el armario

De la Reserva Espiritual a la Sodoma y Gomorra de occidente. ¡A dónde iremos a parar! Antes uno era gay y cuando menos, podía ingresar en la Iglesia para salvar las apariencias. Ahora el destino de España se desdibuja entre ignominiosas carrozas de banderas arco iris. Normal que estén que trinan. Ya se sabe que el sexo por el sexo, desligado de la sagrada y explícita vocación de engendrar, es un pecado gordísimo.

De la Reserva Espiritual a la Sodoma y Gomorra de occidente. ¡A dónde iremos a parar! Antes uno era gay y cuando menos, podía ingresar en la Iglesia para salvar las apariencias. Ahora el destino de España se desdibuja entre ignominiosas carrozas de banderas arco iris. Normal que estén que trinan. Ya se sabe que el sexo por el sexo, desligado de la sagrada y explícita vocación de engendrar, es un pecado gordísimo. ¡Qué decir si hablamos de los desórdenes de la Creación! Lo que siempre les faltó por explicar a nuestros expertos sexólogos es el clítoris. Esa abyecta perversión femenina cuya única razón de ser son sus lujuriosas convulsiones sin funcionalidad reproductora alguna. En qué estaría pensando Dios...

El armario de la Iglesia es el armario de la intolerancia, del gen absolutista, del integrismo contra toda persona que no quepa en su dogma. El Tribunal Constitucional viene de refrendar el derecho al matrimonio, de todos aquellos/as que durante siglos fueron condenados/as por los amantes del prójimo, a arder en los infiernos. El problema de todo aquel apóstol del derecho natural, (o lo que es lo mismo, la subjetiva interpretación de la voluntad de Dios, como única proyección legislativa de su fundamentalismo), no es otro que un problema de déficit democrático. Quién sabe si en el fondo, la nostalgia de ciertos inquisidores de hoy, radica en haber perdido la divina facultad de "purificar a la sociedad en la hoguera". Echan de menos la barbacoa. Ya se dice que la democracia, es entre otras cosas, el arte de aprender a convivir con quien piensa de diferente manera. Aprender a compartir ascensor, o en su defecto subir por las escaleras, es lo que les toca.

Lo que en el fondo se aprueba por parte del Tribunal Constitucional no va más allá de un ejercicio de tolerancia sociológica, que en pocas décadas dejará de abrigar controversia alguna. Todo el rencor de las posiciones idealistas se olvidará de la noche a la mañana, quizá para reconducirse hacia otros perfiles sociales a los que condenar; cualquiera que suscite la contradicción dogmática. Los súbditos aguardarán piedra en mano, las nuevas acusaciones del Sanedrín. Exigir la aplicación de cada renovado fallo de sus prescriptores, los investirá de razón, de pertenencia y de dignidad.

La Iglesia, en el armario