viernes. 29.03.2024

La fuga

Rajoy no lo ve. Anda a gatas debajo de una mesa buscando la España perdida. Jugó con ella durante la campaña electoral y ahora se le cayó del bolsillo nada más tropezar con una alfombra persa de Moncloa. Anda a gatas Rajoy. Oliendo rastros, hocicando huellas por si España dejó tras de sí un olor a descomposición, a cadáver, a muerto recién muerto.

Rajoy no lo ve. Anda a gatas debajo de una mesa buscando la España perdida. Jugó con ella durante la campaña electoral y ahora se le cayó del bolsillo nada más tropezar con una alfombra persa de Moncloa. Anda a gatas Rajoy. Oliendo rastros, hocicando huellas por si España dejó tras de sí un olor a descomposición, a cadáver, a muerto recién muerto. Recuerda Rajoy el triunfo de la trampa ratonera que le puso al alcance el destino. No subiré los impuestos, no subiré el IVA, crearé empleo hasta tres millones me ha dicho Pons, vereis cómo somos el partido de los trabajadores que dice María Dolores, el partido de los viejos, de la sanidad, de la educación, el partido del cariño por los dependientes que necesitan un prójimo que empuje la silla, que les limpie el cansancio de intentar agarrar la vida con los muñones del alma, el partido de la mujer maltratada, manchada de besos asesinos aunque nunca matan los besos. Recuerda Rajoy que puso en su sitio a los mercados, a la prima de riesgo, al ibex treinta y tantos, a la Merkel generala, a la Europa opresora de Grecia, Italia y Portugal, a los especuladores a los que hay que gritarles que España no está en venta, que no quiere ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa. Rajoy-plazas-de-toros, polideportivos-de-aplausos-autocares-y-merienda. Cospedal-corpus-peineta. Pos-camisa-blanca-por-librerías. Arenas-señorito-bebiendo-Guadalquivir moreno.

Mariano andaba debajo de la mesa buscando una España de promesas inyectada de retrovirales contra un Zapatero contagioso, de un Rubalcaba estrujando pistolas negras asesinas, de Elenas elegantes, delgadas como el peso del euro. Y España se le había entregado hasta las cachas. Podía apretarla públicamente como a una amante rendida a los piropos de un mañana chorreado por la fachada de Génova.

Estaban las calles llenas de Montoros frustrados, De Guindos sin frutos, de lutos toledanos y jirones de mantilla, de Pons secuestrado por Floriano desnortado. Funcionarios de uniforme, de togas, de policías y bomberos, de batas sanitarias y guantes de latex, de viejos sin dinero para el gelocatil antideformante, de vendedores de bragas, de medias, de pan caliente y mañanero. Calles de mono azul y sangre minera, de casi seis millones de parados, de ortopedias rodantes, de sidas, cánceres, enfermedades pulmonares obstructivas crónicas. Calles con conciencia de atraco, pidiendo auxilio porque las han aplastado contra la pared y les están violando los derechos. Calles que lloran por un Montoro que se ríe, por un Guindos que miente, por un Rajoy que debajo de una mesa practica un onanismo sin viagra ni climax porque a España le duele la cabeza y ya no finge orgasmos de campaña.

Maletas de cartón y cuerdas de esparto. Bocadillo para el tren y un búcaro de agua fresca. Hasta Alemania iban, hasta Holanda, hasta Bruselas. Con la boina y los recuerdos. Con ganas de hacer un hijo si vuelven en verano. Con la muda limpia de lagarto y planchada de cariño. A juntar un dinero como quien junta recuerdos, montoncitos de amor para la primera comunión de mayo, para acumular caricias y llorarlas al regreso. Hoy están jubilados, peligrosamente jubilados, con los achaques propios y recetas al diez por ciento, con Ana Mato pisándoles el sudor ahorrado en muchos años.

Hoy son jóvenes de cola-cao y cereales, de gimnasio y pádel, de universidad y móvil, de ordenador, de informática y facebook. Son jóvenes arquitectos, ingenieros, médicos. Portátil y maletas bachiller. Lascoste y calvin klein. USB con recuerdos y fotos de una novia de seda, de un novio con músculos en los besos. Sesenta mil al mes. Hacia Alemania, Holanda, Bruselas. Como aquellos de los sesenta, aunque sobradamente preparados. Como aquellos de los sesenta para juntar alegría, ahorrar caricias y disfrutar los besos de skipe con la tarde entre las manos.

Seiscientos y muchos mil al año. Por trenes a doscientos cincuenta por hora para inyectarle velocidad a la huida. Por aviones con azafatas azules y comandantes vestidos de capitán general. Y de repente Alemania, Holanda, Bruselas. Sin Sierpes íntima, sin el Pilarica al fondo, sin Castellana cañí, sin Galicia ni rías. Todo es extranjero. Y empiezas a sentir en el hombro los ojos de los que te miran por encima del hombro, de los que se creen invadidos, de los que piensan que has ido a robarles el puesto de trabajo, a quitarles el pan y la cerveza. Como pensabas tú del marroquí de patera, del subsahariano de Lavapies, del aparcacoches junto al dolor de los hospitales. Seiscientos y muchos mil al año.

España se va yendo poco a poco. Ya no se sabe a dónde, ya no se sabe hasta cuándo. Fugándose de sí misma España mientras Rajoy anda buscando debajo de la mesa la España falsa que un día se sacó de la chistera.

La fuga
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