viernes. 19.04.2024

La democracia se abre paso

El aniversario de nuestro 23-F coincide en estos días con la eclosión de las revoluciones en el norte de África. Hace treinta años los españoles defendíamos la democracia incipiente, tras casi medio siglo de opresión. Hoy, millones de norteafricanos conquistan con graves sufrimientos sus propios derechos democráticos. Los sátrapas de aquí no se diferenciaban mucho de los sátrapas de allí.

El aniversario de nuestro 23-F coincide en estos días con la eclosión de las revoluciones en el norte de África. Hace treinta años los españoles defendíamos la democracia incipiente, tras casi medio siglo de opresión. Hoy, millones de norteafricanos conquistan con graves sufrimientos sus propios derechos democráticos. Los sátrapas de aquí no se diferenciaban mucho de los sátrapas de allí. Y aquí como allí la democracia acabó abriéndose paso. Tomemos esta enseñanza esperanzadora de la historia.

Cuantos más datos y más detalles se conocen sobre los sucesos de aquel 23 de febrero, más vergüenza nos embarga. A la luz de la España de hoy, de la solvencia de sus instituciones y de la firmeza de los valores democráticos de su ciudadanía, el comportamiento de aquel puñado de fantoches se nos antoja como una escena de opereta mala. Ese barrigón con mostacho que pistola en mano gritaba con desdén al Presidente del Parlamento “¡Quítate de ahí!” y “¡Quieto todo el mundo!” nos parece hoy más el primer actor de una secuela de “Torrente” que el protagonista de un hecho histórico.

Y la verdad es que los del mostacho y la pistola, por muy ridículos que los veamos hoy, pusieron en jaque todo el esfuerzo sacrificado de mucha buena gente por consolidar la transición democrática en nuestro país. Pero no comparto la atribución de méritos que se baraja habitualmente para celebrar la derrota del golpe. El Rey, Suárez, el ejército, los partidos políticos… Sí, todos fueron importantes, pero la democracia continuó abriéndose paso en España por la sencilla razón de que los españoles ya no estaban dispuestos a renunciar a sus derechos y libertades. Lo sabían los que aguantaban con dignidad en el secuestro de las Cortes, y lo comprendieron rápido los herederos trasnochados de Pavía y su caballo.

Una lección parecida están recibiendo uno tras otro los dictadorzuelos del Magreb. La ausencia de libertades, las quiebras sociales, las corruptelas generalizadas, el acceso masivo a la información, el funcionamiento democrático de las nuevas redes sociales en Internet… han configurado un cóctel explosivo e incontrolable. Bastó una chispa en los barrios depauperados de la capital tunecina para que ardieran sin remedio todos los regímenes basados en la represión y el latrocinio.

También en estos episodios asoma la vergüenza de la democrática Europa, más atenta durante muchos años a la contención de los inmigrantes subsaharianos, a la fluidez del chorro de gas y petróleo, y al freno del radicalismo islamista, que a la defensa de los principios tan proclamados de la libertad, la democracia y los derechos humanos. A solo unos kilómetros de nuestras fronteras, truncábamos tales principios universales por las materias primas baratas y la porra eficaz de personajes tan deplorables como Gadafi, Mubarak o Ben Alí.

Dos consecuencias más a tener en cuenta. La primera de carácter global. Si los sucesos del norte de África prueban la incontinencia de las reivindicaciones democráticas en las sociedades oprimidas y globalizadas, más valdría que grandes países como China y Rusia fueran tomando nota. El crecimiento económico y la aparente solidez de sus instituciones pueden no ser suficientes a medio plazo para aplacar y retener las reclamaciones crecientes de su población a favor de más derechos y libertades. Y estamos hablando de países de importancia estratégica crucial para la estabilidad política y económica de toda la comunidad internacional. Una apertura democrática prudente pero firme ejercería como vacuna eficaz ante lo que pudiera venir irremediablemente…

Y también las democracias consolidadas como la nuestra deberían estar atentas a la evolución de los riesgos de desafección. En la medida en que los poderes democráticos retroceden ante la influencia de otros poderes, fundamentalmente financieros y mediáticos, y abdican en la defensa del interés general, son muchos los ciudadanos que muestran decepción y rechazo.

Los enemigos de la democracia son muchos, y no siempre son tan identificables como el hortera de Gadafi. Y la democracia debe conquistarse día a día. En África y aquí en casa.

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