viernes. 19.04.2024

Evolución del capital y conflictos sociales

El capitalismo funciona con una única premisa: el aumento de beneficio individual rápido, de manera que las inversiones, o los negocios, se van a las áreas donde ese beneficio es máximo, y las crisis se enuncian cuando las ganancias comienzan a bajar, o cuando no crecen con el nivel deseado. Es entonces cuando el dinero busca nuevas nichos o nuevas fórmulas de ganancia.

El capitalismo funciona con una única premisa: el aumento de beneficio individual rápido, de manera que las inversiones, o los negocios, se van a las áreas donde ese beneficio es máximo, y las crisis se enuncian cuando las ganancias comienzan a bajar, o cuando no crecen con el nivel deseado. Es entonces cuando el dinero busca nuevas nichos o nuevas fórmulas de ganancia.

Con el derrumbe de la URSS en 1991, y la hegemonía del mundo capitalista con EEUU a la cabeza, llega a su fin un ciclo histórico. Los grandes capitales, sin ningún tipo de freno, emprenden un camino enloquecido hasta llevarnos a la situación actual, con un futuro que se nos ofrece poco alentador. La dinámica capitalista muestra hoy su cara más irracional y alienante. Los autores de las salvajes fórmulas de enriquecimiento que ahora funcionan no cesarán en su empeño porque la pobreza humana es un excelente caldo de cultivo; de manera que, a modo de espiral, cuanto más dinero se tiene mayor es el deseo de multiplicarlo.

La obtención de beneficio ha pasado por las siguientes etapas. En primer lugar, era exclusivamente la plusvalía la que se transformaba en capital. Más tarde, como consecuencia del desarrollo tecnológico, la clase trabajadora debería convertirse en consumista por lo que era necesario establecer precios asequibles, y compartir, entre patronos y trabajadores, los beneficios del incremento de productividad; esto suponía salarios más holgados que los netamente necesarios para la subsistencia. Ese sobrante de lo netamente necesario para esa subsistencia era, y es, arrebatado por el comercio a través del consumo, a veces, compulsivo. Coincidiendo, más o menos, con el cambio de siglo, dirigido por la Reserva Federal norteamericana, los tipos de interés bajan de forma significativa, permitiendo que grandes sectores sociales se hipotecasen para adquirir viviendas, pero también para incrementar el consumo. Este endeudamiento genera un significativo incremento del dinero ficticio. Es entonces cuando el capital se dirige hacia la deuda privada dando lugar a un mercado especulativo sin precedentes, originando la formación de una enorme “burbuja” de dinero que, en realidad, comienza a partir de 1971 con la desaparición del patrón dólar-oro. En estos momentos, y con esa tremenda “burbuja” dineraria ya creada, los capitales están centrados en la deuda pública, asfixiando a los países del sur europeo. La única constante en todo este proceso, que ha ido dejando un rastro de calamidades por el camino entre las clases no privilegiadas, ha sido, y es, la obtención del mayor beneficio o la máxima rentabilidad, en aras de ese afán de enriquecimiento fruto de esa pobreza humana de nuestra especie. Una simple mirada a este pequeño tramo de la historia nos muestra que las etapas de este enloquecido proceso cada vez son más cortas, lo que nos genera un enorme desasosiego por saber cuándo acabará ésta en la que estamos, y qué será lo que nos espera.

En paralelo con ese proceso seguido por los movimientos del capital, la actitud de la sociedad ha evolucionado tal como se indica a continuación. La clase trabajadora, aunque no de manera continuada, mantuvo un alto grado de actividad reivindicativa para conseguir unas mejores condiciones laborales y una mayor retribución; mejoras que les sacaron de esos salarios de subsistencia de comienzos de la revolución industrial, hasta conquistar lo que se ha venido el llamar estado de bienestar. Las mejoras salariales -fruto de la lucha llevada a cabo, pero también como necesidad de la superproducción- convirtieron a las clases populares en consumistas, lo que calmó los procesos de lucha emprendidos en etapas anteriores. El endeudamiento masivo, que comienza a finales del siglo pasado, incrementa esa pasividad reivindicativa, por lo que da comienzo una significativa contención de los salarios. En consecuencia, la lucha que fue gran protagonista en la década de los 60, 70 y parte de los 80, se va atenuando hasta llegar, en nuestros días, a la desactivación total. El desamparo de los desempleados, la ausencia de un agente transformador que pudiera guiar un proceso de cambio y el miedo a perder lo poco que se tiene han convertido a la mayoría de los individuos de este tipo de sociedades en seres mansos, hasta el punto de soportar reducciones salariales en el sector público y bajadas significativas de ingresos como consecuencia de los EREs (expedientes de regulación de empleo) en el sector privado.

El resultado de estos dos procesos se materializa en una enorme división entre ricos y pobres, que aumenta sin parar. Los ricos cada vez lo son más, aunque su riqueza se fundamente en dinero ficticio o virtual. En el otro lado, el paro, la precariedad y las bajas retribuciones de los más jóvenes están a la orden del día. En el medio plazo se vislumbra un conflicto de difícil resolución que pudiera concluir en un colapso de imprevisibles consecuencias. Por una parte, el sistema necesita, aún, el consumo masivo para su subsistencia; por otra, esas circunstancias de paro creciente, precariedad y bajos salarios frenan el consumo.

El enloquecido afán por querer tener más y más, se ha convertido en un juego de casino, aplicando fórmulas salvajes de enriquecimiento, y desligado de la economía real. Este febril camino puede que provoque una ceguera de quienes participan directa o indirectamente en este juego. Ceguera que impida ver las consecuencias de este otro conflicto, lo mismo que ocurrió en la reciente etapa de endeudamiento masivo, por cuyo motivo los bancos se han convertido, ahora, en las mayores inmobiliarias, sin percibirlo de antemano. Puede que en el futuro ocurra algo parecido, que la burbuja dineraria engorde hasta tal punto, que no sepan ver de antemano en que pueda desembocar.

Pensamos que la mejora de las condiciones de vida del planeta en su totalidad pasa, única y exclusivamente, por una transformación del actual sistema socioeconómico, del actual modelo productivo y de enriquecimiento, en aquellos países donde está consolidado, y en aquellos otros que erróneamente han emprendido ahora el camino hacia ese modelo capitalista, cada vez más salvaje. Las medidas de carácter reformista no caben en un sistema agotado como el actual. La mayor tragedia de este país, de otros tantos y, con menos virulencia en aquellos de economía más fuerte, es el paro y la precariedad laboral, pero los gobiernos no pueden resolver este gran problema, y la mayor parte del dinero, como hemos señalado, se mueve por otros circuitos ajenos a la economía real.

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